martes, 24 de julio de 2018

BIBLIA Y TEOLOGÍA



Palabra y palabras del VERBO:

Un acercamiento entre Biblia y Teología Fundamental

 

 
Abdón Moreno García
Centro de Investigadores de la
Iglesia Nacional Española (ROMA)

Publicado en Pax & Emerita 9 (2013) 67-92

 
Cobre italiano de Escuela Veneciana, atribuido al VERONÉS

 
 

Tomando pie de un reciente libro realizado en gran parte por profesores de la Universidad Gregoriana de Roma, y dedicado a comentar la Verbum Domini, queremos abundar en un tema que toca de fondo a la Teología Fundamental y a la Teología de la Palabra[1], y como consecuencia a las relaciones entre Biblia y teología, entre exégesis y dogmática. La obra a que nos referimos es: Carmen Aparicio – Salvador Piè-Ninot, Commento alla Verbum Domini, In memoria di Donath HERSICK, GBPress, Roma 2012.

 

Introducción

Sabemos bien que la Palabra de Dios es, ante todo, el Verbo eterno (VD 6). Muchos son los sentidos de la expresión Palabra de Dios, por eso hablamos de sinfonía de la  Palabra, una palabra que se exprime en modos muy diversos, como un “canto a varias voces” (VD 7)[2]. De ahí que insista Ladaria en la introducción de esta obra: “Esta Palabra eterna es el analogado primero y principal entre los significados de la Palabra de Dios. La comunicación inicial que el Padre hace de si mismo en su Hijo es el fundamento y la condición de posibilidad de toda otra comunicación de Dios, de toda locutio Dei. Hablándonos en el Hijo (Hb 1,1) Dios ha completado, cumplido y perfeccionado su revelación”.

Es interesante el reclamo hecho por el Papa en el contexto sinodal de la expresión de Gregorio Magno[3]la Palabra de Dios crece con quien la lee” (Scriptura sacra aliquomodo cum legentibus crescit”. Todo ello ocurre cuando se permite a la palabra tocar nuestra carne, iluminar nuestra realidad y cuando nos dejamos interrogar por ella. De ahí que la Iglesia sea el lugar de la teología porque es el espacio de la Palabra, acogida, escuchada y celebrada (P. Martinelli p. 13). Ese proceso viviente y, siempre, reconstitutivo, creador, y sanador es lo que yo llamaría aquí dinamicidad de la Palabra. Y ese dinamismo brota y se alimenta de un solo manantial: la fontana de la encarnación del Hijo de Dios. Sólo porque el Hijo se ha hecho hombre y tierra, sólo porque existe ese eterno manantial de filiación, por lo que el Verbo es el fundamento recio por el que los hijos de Adán participan de esa filiación. Eso es, precisamente ahí se evidencia que el dinamismo de la Palabra se alimenta siempre del dinamismo de la encarnación. Y eso es lo que determina en mi reflexión, el límite de los pensamientos que me interesan sobremanera y aquellos que me tienen sin cuidado

Creemos interesante hacer una parada reconstitutiva apenas comenzado nuestro camino de reflexión. Yo añadiría, a propósito un texto de Orígenes, para el que escribe particularmente referencial, porque cambió el rumbo de mi tesis doctoral[4], y que exprime con fuerza el crecimiento de la filiación alimentada por la Palabra:

“Cuanto más entendamos la palabra de Dios, más seremos hijos suyos... siempre y cuando esas palabras caigan en alguien que ha recibido el Espíritu de adopción"[5].

Ese subrayado del crecimiento en la filiación, de la dinamicidad de la fe, del hijo que crece sin cesar, lo ahonda aún más en las Homilías sobre Jeremías[6]:

“Todos los  que cometen el pecado han nacido del diablo (IJn 3,8); por consiguiente, nosotros hemos nacido, por así decirlo, tantas veces del diablo cuantas hemos pecado. Desgraciado aquel que nace siempre del diablo, pero dichoso el que nace siempre de Dios. Porque yo digo: el justo no nace una sola vez de Dios. Nace sin cesar, nace según cada buena acción, por la que Dios lo engendra...De igual manera, también tú, si posees el Espíritu de adopción, Dios te engendra sin cesar en el Hijo. Te engendra de obra en obra, de pensamiento en pensamiento. Ésta es la natividad que tú recibes y por la que te conviertes en hijo de Dios sin cesar engendrado en Cristo Jesús".

Entendemos así que la dinamicidad que vislumbra y apunta Orígenes en su comentario joanneo: “Cuanto más entendamos la palabra de Dios, más seremos hijos suyos... “, se flexiona y desemboca por sus fueros en la feliz idea de Gregorio Magno[7]la Palabra de Dios crece con quien la lee” (Scriptura sacra aliquomodo cum legentibus crescit”. ¡Qué  fecundidad y que frescura se derivan de estos eternos esponsales, entre encarnación (Verbo encarnado) y filiación. Viene a ser, pues, que el hijo crece en su filiación cuanto más se alimente de la palabra encarnada, en la Escritura viva, resucitada y santa. La Palabra, en este sentido y con estos matices, se convierte en pedagoga, en cuidadora de la dietética de la vida histórica de un verdadero creyente en Jesucristo, que tiene que vérselas con la paideia en la palestra y en la danza de la vida.

 No hay duda: La sacra pagina es el motor de la salud de la filiación, de su vitalidad y crecimiento, justo y precisamente porque ella huele[8] siempre a encarnación del Verbo, porque se flexiona ante el Dios hecho hombre. Esta consideración, a mi modo de ver, pertenece al orden talitativo, es decir, a la comprensión de la función de la palabra en cuanto tal como palabra del Verbo. En este sentido, cuando bien conmigo pienso, me atrevería a afirmar que la Escritura es el motor de la filiación cristiana, la fuente que la refresca y alimenta en su caminar histórico, a la vez que el fundamento último que la libera y sana de las heridas del camino. Dado que el palpitar irrefrenable[9] de la divina luz del Espíritu que la habita enriquece y fortalece al creyente. Ya lo sabía la liturgia cristiana que rezaba en la secuencia de Pentecostés: “Entra hasta al fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando envías tu aliento). Y es ahí, en esa certeza llena de esperanza, donde la fe de un cristiano en la Palabra, surge o se hunde, nace o muere, se expresa o se autoenajena.

La filiación herida se convierte en filiación sanada por la cruz de su Señor. Ha cambiado radicalmente la situación de la herida humana; ahora ya está curada, está salvada. La tierra estéril del pecado, la tierra de secano de la ley, se ha transformado en tierra fértil de regadío (cfr. Rom 7 y 8). Justo por ello, los avatares que aparezcan en las esquinas de la historia existencial de un cristiano, que se alimenta de la Escritura, no dejarán de ser cosas penúltimas[10] que cuelgan de un solo clavo: el milagro permanente del Verbo Encarnado que arrancará de sus talones el eterno grito de un creyente: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tu vas conmigo, tu vara y tu cayado me sostienen” (Salmo 22). Ahí está la clave de una autentica existencia cristiana: ¡porque tú vas conmigo! Ahí radica siempre lo último: en su eterna compañía con lo humano. Y a la postre, desde esa hondura, desde esa profundidad, desde el brotar de las aguas del manantial del Espíritu Santo[11] que lo espermiza todo, se cabalga la libertad humana y se sacia toda la sed histórica de los hijos de Adán.

Es verdad, un hombre que se sabe y se siente eternamente acompañado[12], un hombre que se cuelga y se alimenta de la certeza irrefrenable de la causalidad (porque tú vas conmigo) de una eterna presencia, se transforma en una bendición para el mundo y se libera de todos sus miedos, y de todo intento de parálisis o de tetanización existencial.

Como nuestro padre Abraham, en la etiología de su fe (Gn 12,1-3)[13], el cristiano se transforma en bendición para la historia, dado que el bien-decir de Dios le transforma siempre en buen-hacer existencial, colgando su vida de un solo clavo: Un Dios bien-diciente que, a su vez y al mismo tiempo, es puro  Benefactor. El cristiano, eterno peregrino de la historia, es siempre bendición para el mundo, y benefactor para sus hermanos, justo porque la certeza de su fe en el Dios encarnado, la seguridad de la compañía eterna de su Pastor, le obliga cada día a rezar y a cantar: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”[14]  Desde que Dios se arrimó al hombre tanto, y tanto que se hizo un hombre, todo lo humano tiene el rostro de la divinidad; aunque a veces ese rostro esté arrugado de tanto parto y maternidad. Sépalo o no el hombre está impregnado de gracia[15]; ningún hijo de Adán es estéril; el rostro de cada hombre se parece a Dios y tiene las huellas de su Hijo. No sembramos en un erial, ni en un territorio asépticamente neutral, aunque aparentemente nos lo parezca; y es que ya todo participa de la fecundidad irrebasable de la permanente actualidad de la encarnación del Unigénito[16].

Y es que ahora ya, pase lo que pase, no pasa nada. De la mano de la mística castellana, oirá que Teresa le susurra al oído: “Nada te turbe, nada te espante…sólo Dios basta”.

   Siguiendo el viejo principio de los clásicos ordo rerum, era necesario ese marco ordenador de nuestro ensayo. La obra que presentamos se ofrece como un instrumento estupendo de reflexión con un corte teológico-fundamental, sustancial y preciso, como resonancia de la Dei Verbum a casi cincuenta años del vaticano II, y como reflexión teológica del Sínodo de Obispos sobre “La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia” (5-26 de octubre de 2008). Notemos desde el inicio que la perspectiva de la Teología Fundamental está presente a todas horas, ya que en gran parte los estudios derivan de los profesores del Departamento de Teología Fundamental de la Universidad Gregoriana que de siempre cultiva con interés particular la profundización de la Palabra de Dios y su trasmisión. El libro, publicado por la GBPress, fue presentado el 22 de noviembre de 2011 en la Universidad Gregoriana.

El Sínodo se presentó con una gozosa e inteligente apertura ecuménica, con grande capacidad de diálogo para integrar experiencias autenticas de la búsqueda de Dios. La presencia del rabino de Haifa, Cohen, testimoniando la lectura hebraica de los Salmos era algo inaudito en el aula sinodal. Al igual, la presencia del Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, dejó profunda impresión en la Asamblea por la riqueza de citas bíblicas de la Patrística sobre la Palabra de Dios y su comunicación en la creación, en la vida de los santos y en la belleza de los iconos. Ciertamente, desde el punto de vista ecuménico, contando con los representantes evangélicos, este Sínodo ha sido objetivamente un paso adelante hacia la plena manifestación de la unidad en Cristo.

P. Martinelli en la Introduzione de este libro (pp. 9-32) nos explica con claritas rerum que todo esto implica aquello que se ha llamado la hermenéutica de la presencia en las relaciones con la Sagrada Escritura. La Palabra de Dios no es una palabra del pasado, sino una palabra que Dios pronuncia en el presente, aquí y ahora[17]. El horizonte necesario para una correcta interpretación escriturística es considerar desde la fe que Dios comunica su Palabra en las palabras de la Escritura, aquí y ahora. La palabra de Dios, Jesucristo, permanece siempre como nuestro contemporáneo, contemporáneo a todo hombre que vive, desea, sufre y espera mediante el testimonio de las Escrituras y el testimonio eclesial.

Benedicto XVI ha dicho algo decisivo al respecto algunas semanas antes del Sínodo, cuando en su viaje a Francia afrontó el 12 de septiembre del 2008 el tema del origen cristiano de la cultura europea. El mostraba, haciendo eco de un bellísimo ensayo de Jean Leclerq[18], que el verdadero amor por la letra es inseparable del deseo de Dios. Puesto que el Verbo de Dios se ha abreviado, como dice Orígenes[19] y la teología medieval (Il Verbum abreviatum)[20], la palabra de Dios se dice siempre en palabras humanas y no se puede acoger la palabra de Dios sino a través de las frágiles palabras humanas. Como los monjes se interesaban por la gramática para poder estudiar aquellas palabras humanas que contenían el Verbo divino, así somos llamados a hacer nosotros hoy.

Asimilada esta introducción que se completa con un estudio de J Wicks “De la Dei Verbum al Sínodo sobre la Palabra de Dios”, y otro de E. Manicardi sobre el prologo de S. Juan, la obra se divide en tres parte fundamentales:

a)   Verbum Dei (pp. 51-94)

b)  Verbum in Ecclesia (pp. 95-124)

c)   Verbum mundo (125-155)

 

1.-  Verbum Dei

 

La Primera parte nos ofrece varios ensayos entre los cuales destacan el de Joseph Xavier “La respuesta del hombre al Dios que habla”, y el de Carmen Aparicio “La hermenéutica de la Sagrada Escritura en la Iglesia”.

Destaca en el estudio de Xavier la perspectiva de la fe como diálogo (p. 69-72). Según de Lubac[21] cuando el Concilio ha adoptado la expresión paulina obediencia de la fe, se ha inspirado en la Ecclesiam Suam que presenta la fe cristiana como diálogo de salvación. En el diálogo con Cristo el hombre moderno encontrará la respuesta a su sentido en la historia porque en realidad “solamente en el misterio del Verbo encarnado encuentra verdadera luz el misterio del hombre” (GS 22).

En el ensayo de Carmen Aparicio el interés se centra en los números 29-49 de la VD. Entre los diversos temas es fundamental la relación entre exegesis y teología[22]. A la base de toda esta sección de la VB hay dos documentos de la Pontificia Comisión Bíblica[23] y el texto de la DV 12 sobre la interpretación de las Escrituras. Sin embargo, no podemos olvidar que esta sección está precedida por otra “El Dios que habla”, donde ya viene indicada la verdadera clave de la interpretación de las Escrituras: Cristo. De hecho, el mismo texto nos lo recuerda cuando hablando de la unidad intrínseca de toda la Escritura cita a Hugo de S. Víctor: “Toda la divina Escritura constituye un único libro, y este único libro es Cristo, habla de Cristo y encuentra en Cristo su cumplimiento”[24]. La profesora Aparicio articula con claritas rerum lo que debe ser el Studio de la Escritura; un estudio que acoge el texto como inspirado trasmitido por mediación humana; un estudio que mira a la revelación entera; un estudio que guarda siempre la unidad de la Escritura santa; un estudio que toma en serio la veritas salutis presente siempre en la Escritura y la postre, un estudio que recibe la Escritura como parte del depositum fidei es decir un estudio hecho dentro y desde la tradición de la Iglesia. Todo ello ayudará a la teología a liberarse de una posible fragmentación que la aleje de la verdad de Cristo.

La sección termina con una bella alusión a la vida de los santos como una viva lectio que con su vida nos enseñan que la palabra de Dios es Palabra de vida: “El espíritu Santo que ha inspirado a los autores sagrados es el mismo que anima a los santos a dar la vida por el Evangelio. Meterse en su escuela constituye una vía segura para reprender una hermenéutica viva y eficaz de la Palabra de Dios” (VD 49).

 

2.-  Verbum in ecclesia

 

La Segunda parte presenta tres interesantes estudios: William Henn, “Palabra de Dios e Iglesia”; S. Piè-Ninot, “Liturgia, lugar privilegiado de la Palabra de Dios” y Nuria Calduch, “Lectura orante de la Sagrada Escritura”.

Desde el principio de la VD el Papa augura un redescubrimiento de la Palabra de modo que sea en la Iglesia  el corazón de toda su actividad como comunidad que escucha y anuncia la Palabra de Dios, puesto que no vive de si misma sino del evangelio[25]: “un redescubrimiento de la Palabra en la vida de la Iglesia, fuente de constante renovación, deseando a un tiempo que ella llegue a ser el corazón de toda actividad eclesial” VD 1).

Considerar la Liturgia como lugar privilegiado de la Palabra de Dios, y subrayar la íntima unidad entre la Palabra y la eucaristía está radicada en el testimonio bíblico, atestada por los Padres[26], y reafirmada por el Vaticano II[27] (VD 54); de ahí deriva la afirmación teológica central sobre la sacramentalidad de la Palabra de Dios y el reclamo a su carácter performativo puesto que realiza aquello que anuncia[28], viene destacada en VD 56 y se profundiza en la referencia a la celebración litúrgica inspirada en el relato de Emaús[29] que permite reflexionar entre el ligamen que existe entre la Palabra y el partir el pan[30]: “Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede entender la una sin la otra: La Palabra de Dios se hacer carne sacramental en el evento eucarístico” (VD 55). Así se aclara con analogía la relación entre la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y vino consagrados y la presencia de la Palabra de Dios. Cristo todo entero se hace presente con su carne y su Palabra, por ello se aconseja “profundizar el sentido de la sacramentalidad de la Palabra de Dios” teniendo en cuenta “el horizonte sacramental de la Revelación[31] y la comprensión unitaria de la Revelación en “eventos y palabras íntimamente connexas” VD 2)[32].

N. Calduch (pp. 113-124) comenta los nº 86-89 de la  VD. subrayando con la exhortación final del Sínodo que la lectio “es verdaderamente capz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios, sin también de crear un encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente” (VD 87)). La Verbum Domini dedica los nº 86 y 87 a la lectura orante de la Sagrada Escritura y la lectio divina. Como la adoración eucarística prepara, acompaña y prosigue a la liturgia eucarística, así la lectura orante personal y comunitaria prepara, acompaña y prosigue profundizando cuanto la Iglesia celebra con la proclamación de la Palabra en el ámbito litúrgico (VD 86).

Aunque se remonta a los orígenes patrísticos de la fe, el esquema clásico de la lectio divina (lectio, meditatio, oratio e contemplatio) fue desarrollado por Guijo II el certosino en la Carta que escribe a Gervasio sobre la vida contemplativa. El mismo une los pasos sucesivos de la lectio: “La lectura sin la meditación es árida, la meditación sin la lectura es errada, la oración sin la meditación es débil, y la meditación sin la oración es infructuaosa; la oración con la devoción sirve para conseguir la contemplación, y conseguir la contemplación sin la oración resulta raro y milagroso”[33].

 

3.- Verbum mondo

 

De la Tercera parte se puede destacar el ensayo de Gerard Whelan, “La misión de la Iglesia, proclamar la Palabra de Dios al mundo”, y el estudio de Felix Körner, “Palabra de Dios y diálogo interreligioso ”.

G. Whelan (p. 127-134) parte de que la VD  constituye una especie de reafirmación  y actualización del Vaticano II en su conjunto, no sólo de la Dei Verbum, sino sobre todo de la Iglesia ad extra en la Gaudium et Spes (127). Se detiene sobre “la nueva escucha”[34] y la nueva evangelización a dos bandas, a los territorios de nueva evangelización y los que teniendo una fuerte tradición de fe están perdiendo su identidad por la cultura de la secularización. Y pasa después a destacar el ligamen estrecho que existe entre evangelización y testimonio ético (VD 96.).

F. Körner toma los nº 117–120 para insistir sobre la necesidad del diálogo interreligioso. A los musulmanes va dirigida la  necesidad de distinguir entre un orden religioso y otro socio-político, no como peroración de laicidad sino como liberación de todo signo de violencia (VD 118). A los hermanos de la alianza antigua se les habla con “reverentia, aestimatio, amor” (VD 43). Y para las tres tradiciones religiosas de Asia, el Budismo, el Induismo y el Confucionismo se recuerda el cap. 2 de Nostra Aetate: “para que con prudencia y caridad, por medio del diálogo y de la colaboración con los seguidores de las otras religiones, siempre rindiendo testimonio de la fe y de la vida cristiana, reconozcan, conserven y hagan progresar los valores espirituales, morales y socio-culturales que se encuentran en ellas”.

 

4.- F. X. Dumortier

Un particular interés nos merece la breve pero densa Postfazione del Rector de la Pontificia Universidad Gregoriana, Francois-Xavier Dumortier (p. 157-160). Su insistencia sobre el silencio para que la Palabra sea fecunda en el corazón del hombre, viene a subrayar la interioridad del creyente: “Para escuchar la Palabra de Dios y después llegar a ser anunciador de la misma Palabra se debe en primer lugar y al mismo tiempo caminar hacia el inmenso espacio de la propia interioridad personal, donde sentir la Palabra viva y única y acoger a Cristo, Palabra de Dios encarnada, crucificada y resucitada (VD nº 12)” (p. 158). De esa certeza honda deriva su rotunda y preciosa afirmación: “El silencio no es un refugio o un exilio: es la cuna de la Palabra de Dios” (p. 157). Bien es verdad que el anuncio del Señor Resucitado no es un discurso o un saber o una noticia entre tantas otras: la fe cristiana no es una religión del Libro, de un Libro que puede trasmitirse por si mismo: “El cristianismo es la religión de la Palabra de Dios, no de una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y viviente” (nº 7).

Dumortier sigue ahondando en la interioridad[35] del que anuncia el evangelio: “La Iglesia tiene necesidad de anunciadores que tengan un corazón que les arde porque dejan al Señor que les explique las Escrituras (Lc 24,32); un corazón así lleva consigo al mismo tiempo el deseo de conocer más íntimamente al Resucitado y las expectativas de una humanidad que tiene hambre y sed de verdad. Entonces el corazón se ensancha a las dimensiones del mundo y al tiempo de Dios que no tiene fin. A partir de un corazón ensanchado por la escucha de la Palabra de Dios todo se ve y se entiende de un modo igual y diverso” (p. 159).

 

5.-  D. Hercsik

 

Y la joya de la corona nos la ofrecen los editores al poner como cierre de la obra el último texto escrito de D. Hersick, antes de su defunción: “La importancia de la Palabra para la teología Fundamental” (pp. 161-178), ya publicado como “L´importanza della parola in Teologia Fundamentale”, Theologica 44 (2009) 305-320. Al joven Decano de Teología, que se presentaba como una promesa y un maestro en teología, adornado con múltiples cualidades para la investigación, se lo llevaba el Buen Pastor montado sobre sus hombros a las verdes praderas de su reino a la edad de 45 años. Ahora ya la teología será para él visión y gloria. El hijo de la promesa se convierte así en cantor del Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar y me conduce hacia fuentes tranquilas”.

El ensayo de Hercsik ahonda en el recorrido de la teología bíblica de la Palabra, desde la creación en Génesis hasta la carne del Logos en Juan, atendiendo con interés al acento profético y sapiencial. Fija una síntesis de la Palabra de Dios con tres explicitaciones (Entfaltungen): La analogía de la Palabra, por tanto ni univoca ni equivoca cubre una gran variedad de sentidos y significados; el carácter sacramental por el cual se refiere siempre a eventos y palabras íntimamente connexos (DV 2), y no puede ser reducida a uno sólo de los dos aspectos, so pena de perder su carácter sacramental; y por último la sinfonía de la Escritura. Una sinfonía entre AT y NT, entre la historia sagrada y la profana, entre el hombre y Dios, entre el mundo y la religión, entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias sagradas.

Desde este contexto más amplio pero necesario, Hercsik ensaya cinco datos fundantes de toda teología de la palabra:

 

5.1.  Dios habla en el Verbo

Dios habla al hombre de un modo absolutamente original y único a través de un evento que es su primera y última palabra: Jesucristo. El hijo de Dios hecho hombre es la Palabra única, perfecta y definitiva del Padre. Cristo es la Palabra única de Dios porque es el unigénito del Padre (monogenh,j). “todo ha sido hecho por medio de él, y sin él nada ha sido hecho de todo cuanto existe” (Jn 1,3).

 

5.2. Dios habla en el hombre

Dios habla al hombre a través del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, por la cual la persona abierta a la verdad y a la belleza, con su sentido de bien moral, con la libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la felicidad, es de hecho un lenguaje universal que habla de Dios. El hombre descubre que porta en si el germen (lo,goj) de la eternidad, irreducible a la sola materia; de tal descubrimiento deduce sea la existencia de la propia alma espiritual, sea que su alma no puede tener su origen en la materia, sino sólo en Dios. El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios. De ahí que el vuelco antropológico sea una particularidad de la religión cristiana, lo cual implica que el camino que conduce a Dios pasa a través del hombre, porque el mismo Verbo de Dios se ha hecho hombre, y no ha cesado de serlo a continuación de su muerte y resurrección. Tal vuelco antropológico, sin embargo, no sólo mete al hombre en el centro de la investigación teológica, concibiendo la antropología como una cristología incompleta y la cristología como una antropología perfecta, sino que implica también un aspecto social-eclesial. Una palabra puede ser percibida como tal sólo si hay alguien que llega a escuchar, a comprender y responder a tal palabra dicha. La palabra implica necesariamente un aspecto comunitario de la teología que parece presente en la Dei Verbum y que la teología fundamental debería recuperar en el contexto de la así llamada eclesiología fundamental (p. 175). Dos grandes pensadores de nuestro tiempo abundaron en la misma idea María Zambrano[36] y Martin Buber[37].

 

5.3. Dios habla en la historia

Dios habla al hombre a través de la historia. El evangelio de Jesús aún siendo historia de salvación, permanece como una historia humana, vivida y por tanto experimentada. Se trata de eventos y palabras (gesta et verba) íntimamente conexas como membra injecta de modo que las obras cumplidas por Dios manifiestan y refuerzan la doctrina y las realidades significadas en las palabras, mientras que las palabras proclaman las obras e ilustran el misterio en ellas contenido. Los eventos en cuestión no son más que la entera historia de Israel, mientras las palabras en cuestión van desde los profetas y los sabios de Israel hasta los apóstoles y el mismo Jesús de Nazaret. En resumen, la historia de la salvación puede ser entendida como un único, largo, e ininterrumpido discurso de Dios dirigido a los hombres que encuentra su última palabra en el Logos encarnado, o viceversa como la cadena de experiencias de Dios que los hombres han hecho a lo largo de su vida individual o social[38].

Hersick insiste que solamente la referencia a la historia puede evitar el riesgo de un biblicismo fundamentalista de un lado, o de un dogmatismo metafísico (metahistórico, atemporal, desencarnado) de otro lado. Y reclama que la teología fundamental como disciplina de frontera debería mantener el equilibrio de tan difícil tensión y evitar que la reflexión teológica desbarre hacia uno u otro de estos extremos (p. 176).

 

5. 4. Dios habla en la creación

Dios habla al hombre a través de todo lo creado por lo cual el mundo puede ser considerado un lenguaje universal con que el Creador se dirige al hombre y se manifiesta a él. Como insistió la Dei Verbum “Dios el cual crea y conserva todas las cosas por medio del Verbo (Jn 1,3) ofrece a los hombres en las cosas creadas un perenne testimonio de si (Cfr. Rm 1,19-20); y además queriendo abrir el camino de una salvación superior, desde el principio se manifestó a si mismo a los progenitores” (DV 3). Adquiere así la misma entraña de la Palabra una estructura profundamente trinitaria[39], el Padre nos lo ha dicho todo en el Verbo, y el Verbo sigue hablando hoy viviente y resucitado como Espíritu vivicante en las palabras de la Sacra Pagina y en las palabras de la creación y de la historia[40]. En este sentido me atrevería hablar de un carácter gerundial del Verbo vivicante que nos está hablando, nos está curando, nos está salvando y nos está transfigurando[41], aquí y ahora, en las Escrituras, cuando el lector se abre con generosidad al Dios que está a la puerta y llama al corazón del hombre, y cuando le deja ejercer el oficio de Señor a través de su Espíritu Santo que aletea vivo en la Sacra Pagina. Ahí se cimenta toda la verdad y toda la energía de la Inspiración de la Sagrada Escritura.

Desde ahí, desde esos perfiles más hondos, conviene recordar al Vaticano I, (Dz 3004) que retiene el conocimiento de Dios “con la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas”, lo cual ha sido y debe ser un elemento indispensable de la teología fundamental.

 

5.5.  Dios habla en la Historia Salutis

Dios habla al hombre a través de los acontecimientos de la historia salutis que llega a su culmen diciéndolo todo en su Palabra inmolada en la cruz. De ahí la DV 21: “En los libros sagrados, de hecho, el Padre que está en los cielos viene con grande amor al encuentro de sus hijos y entra en conversación con ellos”. Ninguno de nosotros ha tenido la suerte de estar en la cena de Jesús, ni seguirle a Getsemaní; ninguno ha oído sus discursos en Nazaret ni en Jerusalén; ninguno estuvo en los dos palmos de tierra del Gólgota; ninguno ha visto la tumba vacía; pero Dios nos habla todavía hoy y de modo permanente a través de la Sagrada Escritura. Con ella la Iglesia no acoge una palabra humana, sino como aquello que es realmente: la Palabra de Dios (cfr. ITes 2,13). El cristianismo es la religión de la Palabra, la religión del Verbo encarnado y viviente (p. 177); así se puede entender que S. Jerónimo haya podido afirmar que “Ignorar a las Escrituras es ignorar a Cristo” (Com. In Is. PL 24,17)).

Estos cinco datos no son eslabones sueltos de una posible cadena, sino que están profundamente interrelacionados y no existen el uno sin el otro. Ya Henri de Lubac[42] señaló en Orígenes tales analogías a partir del Dei verbum scriptum, afirmando que un aspecto reclama al otro. La primera analogía va entre la Escritura y el alma, puesto que lo que en la Escritura llamamos sentido espiritual, en el alma lo llamamos imagen de Dios[43]. Una segunda analogía entre la Escritura y el cosmos, o mejor entre la  inteligencia de la Escritura y la inteligencia de lo creado, porque tanto en la Escritura como en la creación brillan los lo,goi spermati,koi. Y a la postre, tenemos una tercera analogía entre la Escritura y el mundo y la historia porque ya Cristo antes de su encarnación era presente en el mundo a través del cuerpo de la Escritura. Nos quedamos, pues, en la centralidad del misterio: Hay un único misterio de Dios, su Logos eterno, que se ha hecho presente en medio de los hombres en dos modos: en la Sagrada Escritura y en la Carne; el misterio de la Sagrada Escritura y el misterio de la Encarnación son por tanto afines el uno al otro porque miran el mismo misterio: el único Logos de Dios (p. 178).

 

6.-   Dialéctica fe-palabra

Para terminar me refiero a la dialéctica que se establece en S. Pablo entre fe y palabra. Leemos en Rm 10,17: La fe viene de la escucha y la escucha a través de la palabra de Dios (h` pi,stij evx avkoh/j h` de. avkoh. dia. rh,matoj Cristou/). Se da pacíficamente por convenido que donde el teólogo afirma con serenidad la fe viene por el oído (Fides ex auditu), el biblista se agarra a la interrogación retórica: ¿Cómo creerán sino se les predica? Efectivamente, el creyente que lee la Escritura Santa no sólo lee un libro muerto y seco, sino que realiza un encuentro personal y vivo con la palabra del Resucitado que le transfigura y le salva. Ese encuentro personal viene a ser la sintaxis de la existencia cristiana que se articula ante todo como sistema verbal. No podemos olvidar que el verbo[44] es la columna vertebral de toda lengua, es el sujeto en acción; en analogía, podríamos decir que el Verbo eterno es la columna del creyente, centraliza y alimenta toda la vitalidad de la fe cristiana, y es ahí donde nace o muere, surge o se hunde, se expresa o se autoenajena un creyente en el mundo de hoy.

Mientras el Vaticano II asigna sólo un parágrafo para hablar de la fe (DV 5) la Verbum Domini le dedica seis parágrafos (22-28) para explicar la idea cristiana de la fe. La VD propone la fe como un empeño dialógico entre Dios y la persona humana, conservando el primado de la Palabra de Dios en tal proceso dialógico, e invitando al hombre a hacer alianza con él. También la Fides et Ratio en el nº 67, cuando habla de la interacción entre teología y filosofía, la encíclica nos surte una especie de definición de la Teología fundamental y precisa que su objeto material es “La revelación y su credibilidad junto con el correspondiente acto de fe”[45]. Así pues, el acto de fe se nutre de la Palabra, y una fe ilustrada tiene siempre su manadero en la Lectio Divina que, a la vez, que la libera de la esclavitud de las ideologías, la nutre, la recrea y la dimensiona con fertilidad apostólica.

Con una deexis, o mejor una evocación, de la parábola del Hijo Pródigo, podemos afirmar que todos somos pródigos de la Palabra de la casa del Padre[46]. A esa casa debemos retornar mil veces en la vida para escuchar fresca y radiante la Palabra del Padre; la vuelta continua a la casa de la Palabra, como pródigos eternos, nos ayudará a comprender mejor el ritmo del corazón del Padre que siempre tiene las puertas abiertas de su casa, de par en par, para sus hijos. Cuando el evangelista quiere mostrar como es el corazón de ese Padre, acumula cinco verbos en una endíadis preñada de sentido, única en el NT: “lo vió, se conmovió, echó a correr, le echó los brazos al cuello, y se lo comía a besos” (Lc 15, 20). Ése es el estilo del Padre, ésa es la atmosfera de la casa de la Palabra, ése es el fuego del hogar del Padre: Alguien que se conmueve al vernos, Alguien que corre a nuestro encuentro, Alguien que nos abraza, Alguien que nos come a besos. Una Palabra que corre al encuentro, una Palabra que nos abraza y nos come a besos. Ésa es la salvación suprema de la Palabra: la comunión que establece con su abrazo y sus besos. La metáfora vale más que todos los tratados de teología del s. XIX. La Palabra no se autodefine, se muestra con abrazos y besos. Y abrazando redime, cura, transfigura y salva. ¡Cada uno a su guisa!

Aquí se encierra el gran misterio del encuentro del hombre con la Palabra eterna, cuando abre su corazón para acoger los besos de la Palabra, cuando su libertad le deja vivir la experiencia de su abrazo. ¡Es el estilo y las maneras de Dios para quien vuelve a su casa! El mejor vestido, el anillo nuevo, las sandalias en los pies, el novillo cebado, y una gran fiesta: ése es el ajuar del encuentro[47].

Cuando el texto sana y cura, ilumina y transfigura la fragilidad de lo humano, es la hora de la belleza y el señorío del Verbo que me aclara a mi mismo y me hace entenderme. Porque he sido creado en el Verbo y he sido recreado por él, en esa Palabra me entiendo y me desvelo en lo más profundo de mi mismo, de mi debilidad y mi fuerza, del miedo y la esperanza. Y es que cada manantial se embellece con sus legamos. Como diría Lope de Vega: ¿Qué importa nacer laurel y ser humilde caña?[48].

Cuán dificultoso es el camino que nos lleva al manadero de la casa de la Palabra. Esa vuelta a la casa de la Palabra tiene, con frecuencia, una ruta empinada y pedregosa para desentrañar su sentido y nombrar su rostro[49], una aventura fascinante al amasar sus versos con el vaho del aliento, y sin duda, el abrazo tierno con que paga la Verdad a los que buscan desinteresadamente sus ojos.

De ahí el fascinante poder transfigurador de la Palabra, cuando se produce la amistad entre el texto y el lector de hoy, cuando la Palabra invita a responder y el lector lo hace con la oración de su vida. No es baladí recordar aquí al Vaticano II cuando recomienda que “cada cristiano debe adquirir una familiaridad orante con la Sagrada Escitura”[50]. Ello nos libera con creces del nihilismo postmoderno que asfixia al hombre de hoy, y lo ahorma en el circuito cerrado de la finitud y la caducidad; mientras tanto la amistad con la Palabra nos recuesta en verdes praderas y se convierte en fuente de energía, alegría y paz .

Ya decía Tierno[51] que el agnóstico es el hombre que vive sin “tragedia teológica” pacíficamente aposentado en la finitud, y que respira apaciblemente en una felicidad de pequeño formato. Todo lo contrario del cristiano que vive la dramática de su fe como participación de los gemidos del Espíritu, resistiéndose a entrar en esos vestidos confortables que siempre tienen a su disposición el relativismo, el escepticismo o el agnosticismo. La dramática de la fe busca incansablemente una felicidad de gran formato que arranca de una certeza: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Rom 8,35), y que hunde sus raíces “en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2,20). Dos buenas razones para creer: Alguien que me ama y Alguien que ha dado su vida por mí. Y ese Alguien que me ama me habla hoy, aquí y ahora. Para un cristiano esto es lo que determina la línea divisoria entre los pensamientos que le tienen sin cuidado y los que le interesan sobremanera.

 

7.- Universalidad de la Palabra

Bien sabemos que la Teología fundamental tiene que vérselas con la inspiración, el canon y la hermeneútica. Ya acentuamos la fuerza del texto inspirado que nos habla por el Verbo resucitado. Conviene ahora cerrar nuestra reflexión subrayando la unidad del canon, unidad que es siempre sinfónica como “un canto a varias voces” (DV 7)[52]. Siempre se resistió la Iglesia a todo tipo de marcionismo más o menos explicito, acentuando la unidad de los dos testamentos y recomendando la lectio cursiva de la Escritura para hacer una serena y autentica teología. El Papa ha insistido en que ante una hermenéutica positivista que niega la posibilidad de que Dios entre y se comunique en la historia se necesita una exegesis integral que sepa hacerse cargo de una autentica hermenéutica de la fe, de hecho: “donde la exégesis no es teología, la Escritura no puede ser el alma de la teología y, viceversa, donde la teología no es esencialmente interpretación de la Escritura en la Iglesia, esta teología ya no tiene fundamento”[53].

Cuanto daño ha hecho a la teología cada vez que se hace un canon dentro del canon, y se establece una jerarquía, la mayor parte de las veces ideologizada, dentro del canon, enfatizando textos o libros y relegando al cajón del olvido otros tantos, cuando ellos rompen los esquemas de nuestros preconceptos. Baste pensar, recientemente, en la hermenéutica bíblica de la teología de la liberación, que siendo una teología progresista se queda exclusivamente con un texto del AT para acentuar su ideología: el libro de Éxodo; difuminando y olvidando con frecuencia textos riquísimos sobre la liberación en la carta a los Romanos o en la carta a los Gálatas.

Haciendo estética de la recepción (Rezeptionsästhetik).[54], traigo aquí un célebre texto del poeta León Felipe: “Sensibles a todo viento / y bajo todos los cielos / poetas, nunca cantemos / la vida de un mismo pueblo / ni la flor de un solo huerto / Que sean todos los pueblos / y todos los huertos nuestros”[55]. La voz del poeta insiste en la universalidad acendrada de los pueblos y sus textos, y en la misión del poeta de prestarle la voz[56]. Qué bien nos viene a los lectores de la Biblia recordar que cada vez que hacemos un canon dentro del canon, y cantamos la flor de un solo texto, reducimos a paisaje otoñal la primavera del huerto. ¡Cuántos pueblos y cuántos textos han dejado su huella en la Sacra Pagina! Atender a su alegre sinfonía[57] y prestarle voz a todos ellos, no sería sino entrar en la perspectiva justa de su comprensión y su universalidad[58]. Admirar esa inmensa corriente magmática, liberada siempre de toda ideologización[59], que procede del misterio del canon, de su inmensa belleza y complejidad, que pasa de los reyes, profetas y sabios de Israel hasta el NT, y respetar y acoger in corde ecclesiae su misteriosos dinamismo de literatura sagrada, deberían concitarse en el lavorío y el alfar del lector de la Biblia[60].

Hemos dicho universalidad, y lo afirmamos en dos direcciones distintas. La una, dimana de la propia complejidad interna de un texto que tiene mil años de edad, mil años de historia. Desde Génesis a Apocalipsis, cuánto pueblo y cuánta lengua, cuánta guerra y cuánta bonanza, cuánto miedo y cuánta esperanza. La otra dirección proviene de la diversidad cultural de los lectores con su propio universo ideogramático y simbólico[61]. Ya me dirán que tiene que ver un coreano con un italiano, o un japonés con un alemán, o un ortodoxo ruso con la semana santa de un andaluz… simplemente, provienen de tradiciones y universos culturales muy diversos[62].

La ley de la encarnación del Verbo somete a la Palabra a una debilidad y a una kenosis que le es, particularmente, propia, al someterse ella misma a la fragilidad del lenguaje y la pluralidad de culturas, tradiciones, y por tanto traducciones cuando leen el texto. ¡Qué débil y qué humana se hace la Palabra al pasar por tantas manos, qué kenosis más honda, como si su destino fuera pasar de mano en mano.

Antes que nada, la vida del texto es un misterio que se nos escapa de las manos, que nos sobrepasa con creces. Para unos espuela, para otros medicina; para éstos sosiego, para aquellos desconcierto; para unos luz, para otros cruz; para aquellos transfiguración, para éstos purificación[63]. Se trata, simplemente, de la infinita poliedricidad del corazón del texto habitado por el Espíritu del Verbo resucitado, que rebosa energía, vitalidad y luz con una eficacia irrefrenable.

Los textos son musa, duende y alfar para el biblista. Van pasando de mano en mano de la anécdota a la categoría a través del ángel, como diría Eugenio D´Ors. ¡Cuánto de alfar tienen las largas horas de la exégesis hasta que llega el ángel! Pero, indudablemente, el duende entrañable que llevan dentro los textos, recompensa con creces la aventura apasionante de amasar sus versos. El abrazo tierno con que paga la verdad de la Palabra alfarera a los que buscan, desinteresadamente, sus ojos, hace gritar al lector ¡Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas![64] De ahí la conciencia luminosa del biblista, siempre mendigo del sentido del texto, que pacíficamente convive con la certeza de haber escogido la mejor parte.
Esta gran verdad la vuelvo por el reverso con S. Agustín: “Es más seguro el deseo de conocer la verdad que la necia presunción del que toma lo desconocido como cosa sabida. Busquemos como si hubiésemos encontrado y encontremos con el afán de seguir buscando. Pues, cuando el hombre cree acabar, entonces es cuando empieza”[65]. Qué bien lo entendió el poeta del exilio: “No en la primera sino en la última página de la crónica es donde está escrito el nombre verdadero del héroe; y no al comenzar sino al acabar la jornada, es cuando acaso pueda decir el hombre cómo se llama”[66].

 

         

 

 

 

 




[1]  Vaya mi ensayo desde aquí, como modesto homenaje a Donath HERCSIK, amigo personal y formidable decano de la Facultad de Teología de la Universidad Gregoriana de Roma, que se fue al cielo contra toda esperanza y desvelos,  a los 45 años, el 13 noviembre de 2010. Todos los ojos tenían su mirada en el futuro rector de la Gregoriana –reunía todos los valores para ello-, pero la mirada del Padre lo cautivó y se lo llevó a las verdes praderas de su reino. Donath, seguiremos montados sobre tus hombros de buen pastor ¡No nos dejes caer de ellos!
[2]  A. Massie, Guide de lecture pour l´ Exhortation apostolique psot-sinodale Verbum Domini, Ed. Fidelité, Namur 2010; F, Ramirez Pueyo, “Encontrarse con la Palabra de Dios, encontrarse con Cristo. Presentación de la Verbum Domini”, Razón y fe 1347 (2011) 17-33; M. Tabet – G. de Virgilio, Sinfonía della Parola. Commento teologico ll´Esortazione Apostolica “Verbum Domini”, Ed. Rogate, Roma 2001.
[3]  Gregorio Magno, Moralia in Job,  XX, I.
[4]  Abdón Moreno, Del Espíritu a la alteridad. Una antropología paulina, Analecta Scientifica Compostellana nº 25, (Santiago de Compostela 2007) pp. 315-324.
[5]  Orígenes, Comentario a S. Juan  XX & 293 (PG 14, 649 ab).
[6]  Origenes, Homilías sobre Jeremías IX, 4 (PG 13, 356c)  Citados por J. Wolinski, "Le mystère de l´Esprit Saint" en  L´Esprit Saint, Bruselas 1978, 141 ss. Prefiero el original que tiene más fuerza:
 Talaivpwro"  ouj'n ouJ'tov" ejstin. o}"  ajei;  genna'tai ejk tou' diabovlou, w{vsper pavlin makavrio" oJ ajei; gennwvmeno" uJpo; tou' Qeou'. ouj ga;r a{pax ejrw' to;n divkaion gegennh'sqai uJpo; tou' Qeou',  ajll!  ajei;  genna'sqai kaq!  ejkavsthn  pra'xin  ajgaqhvn, ejn  h/'J  genna'/ to;n divkaion oJ Qeo". ... ou{vtw" kai; su;  eja;n e[ch/"  to;  th'"  uiJoqesiva"  pneu'ma, ajei;  genna'/  se  ejn  aujtw/'  oJ  Qeo;"  kaq!  e{vkaston  ejvrgon,  kaq!  e{kaston  dianovhma,  kai; gennwvmeno"  ou{vtw"  givnh/ ajei; gennwvmeno" ui{o" Qeou' ejn Cristw/'  !Ihsou'.  wJ'/  ejstin hJ dovxa kai; to; kravto" eij" tou;" aijw'na" tw'n aijwvnwn. !Amhvn.
(Exported from Pandora: Orígenes, In  Jeremian, 9, 4, 67-71  y  85-90).
[7]  Gregorio Magno, Moralia in Job,  XX, I.
[8]  Al usar está metáfora viene a mi memoria las palabras recientes del Papa Francisco: “El pastor debe oler a oveja”, dedicadas a el ejercicio ministerial de los sacerdotes de todo el mundo. Yo también creo que la Escritura huele siempre a encarnación, y que del dinamismo propio de la encarnación del Verbo, deriva su fecundidad y vitalidad permanente. En esta línea iba el espíritu de la Dei Verbum, que cambió radicalmente el concepto de Inspiración de la Escritura santa.
[9]  Un ejemplo estupendo del palpitar del texto, y de los textos con su pluralidad de formas; del original y sus diversas actualizaciones y traducciones, puede verse con el interesante y preciso estudio, sobre la Biblia en España, de: Manuel Pecellín Lancharro, “La primera Biblia completa en castellano”, Pax & Emerita 3 (2007) pp. 56.
Cfr. Eduard Boehmer, Spanish Reformers of two centurias from 1520, 2 Vols. Estrasburgo 1883;  Reed. Burt Franklin, Nueva York (1969); Paul J. Hauben, Three Spanish Hereticsand the Reformation: Antonio del Corro, Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera, (Ginebra 1967), Librairie Droz; Justo L. González, La era de los reformadores, 6 vols. (Miami 1980), Ed. Caribe.
 
[10]  Ruiz de la Peña, J. L., “Jesucristo y la comprensión del hombre” en Salvador del mundo. Historia y actualidad de Jesucristo. Cristología fundamental, Salamanca 1997, p. 145: “Ante todo, la genuina libertad no es una ausencia de ligaduras, sino una forma de religación. El hombre Jesús es el supremamente libre porque -y no a pesar de que- es el definitivamente religado al Padre. De un modo u otro, esta intuición aparece reiteradamente en la Biblia y en toda la tradición cristiana; sólo quien se halla religado a un fundamento último puede sentirse desligado, suelto ante lo penúltimo. Hay, pues, una forma de dependencia, la dependencia de Dios, que, lejos de ser alienante, es liberadora. Cuando no se reconoce esa dependencia de lo último, entran en juego otras que, por ser penúltimas, bloquean el dinamismo del hombre hacia lo ilimitado y lo ahorman en el circuito cerrado de la finitud y la caducidad”.
[11]  Schütz, C., Introducción a la Pneumatología, (Salamanca 1991), p. 269: "Padre e Hijo se aman y se conocen en el Espíritu, el Espíritu es precisamente el vínculo del amor y del conocimiento entre ambos; Él es el amor en el que se aman, el conocimiento en el que se conocen. El Espíritu representa igualmente el éxtasis de Padre e Hijo. En Él el Padre sale de sí y se entrega al Hijo, y el Hijo sale de sí y se entrega al Padre. El Espíritu puede caracterizarse precisamente como forma y contenidos originarios de la autocomunicación de Dios, del Padre al Hijo y a la inversa. El Padre se entrega en el Espíritu y en cuanto Espíritu al Hijo, el Hijo se entrega en el Espíritu y en cuanto Espíritu al Padre. En el Espíritu don y donador constituyen una unidad en persona. El Espíritu es la enajenación de Padre e Hijo en configuración personal. Expresa de esta manera la esencia de Dios, su divinidad; es, en fin de cuentas, el revelador y la revelación de Dios, en Él Dios se abre y se manifiesta. El Espíritu define precisamente qué significa vida, amor o conocimiento en el caso de Dios".
Cfr. Häring, H., Der Geist und die Erneuerung der Kirche, B.K. 31 (1976) pp.14-22; Haya-Prats, G., L´Esprit force de l´Église, (Paris 1975), pp 135 ss.
[12]  Zambrano, Mª., Hacia un saber sobre el alma, (Madrid 1989), p. 291-292: No se trata de una religión intimista e insolidaria, un ser-con-Dios individualista sino de “ser hijo, mas no en soledad. La vuelta hacia el Padre es recuperación del ser original y originario y de la comunidad perdida con todas las criaturas; el entendimiento perfecto con lo viviente y lo no viviente, el que los seres naturales, bestias, constelaciones y la misma madre tierra –tan huraña- y sus frutos no se nos aparezcan encerrados como máscara ambigua, como si todo lo viviente estuviera disfrazado y nos enviara signos en demanda de un reconocimiento; como si nosotros mismos también anduviéramos errantes, desconocidos aún para nosotros mismos”.
[13]  “Yahvéh dijo a Abram: Vete de tu tierra y de tu patria, y de la casa de tu Padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre, que será una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan, y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra”.
[14]  Rom 5,20.
[15]  Sería bueno recordar aquí la doctrina del Lógos Spermatikós en los SS.PP. Cfr. para este tema: Adinolfi, M., Ellenismo e Bibbia. Saggi storici ed esegetici, (Roma 1991), en concreto las pp. 161-186 donde estudia diversos testimonios sobre el Lógos Spermatikós; Cfr. Holte, R., Lógos Spermatikós. Christianity and Ancient Philosophy according to St. Justin´s  Apologies, (Lund 1958).
[16]  Conzelmann, H., "Paulus und die Weisheit", N.T.St. 12 (1965-66) p. 244: "Er stellt nicht theologische Topoi in systematischer Ordnung nebeneinander, sondern setzt jeweils bei vorgegebenen Gedanken ein und arbeitet diese nun im Sinn seiner theologia crucis um. Das kann an Christologie, Eschatologie, Paränese usw. gezeigt werden. Die Pointe der Verarbeitung ist jeweils der aktuelle Heilssinn für den betroffenen Einzelnen. So kann man seine Theologie als dialektische Anthropologie charakterisieren. Diese versteht Paulus als die Auslegung des Credo. Es gibt für ihn keine Alternative zwischen Christologie und Anthropologie. Denn die Christologie ist anthropologisch bezogen, weil die Offenbarung nicht neutral zu beurteilende Wahrheiten mitteilt, sondern auf den Menschen gerichtet ist, ihn enthült und dadurch rettet".
 En este sentido y en el contexto de la teología neumática que nos hace hijos de Dios, podríamos decir también que la Pneumatología es una antropología dialéctica, dado que no hay para San Pablo alternativa entre Pneumatología y Antropología.
 
[17]  S. Agustín,  De Trinitate, 1. 15, c. 28, n. 51: "...Líbrame, Señor, de la abundancia de palabras por cuya causa yo sufro en la intimidad de mi alma, que no es más que miseria a tus ojos, pero que se refugia en tu misericordia. Pues mi pensamiento no calla, aun cuando mi boca guarda silencio...Hablando de ti en su libro, un sabio dijo: "Multiplicamos las palabras y no le alcanzamos, y la suma perfecta de todos nuestros discursos es Él mismo" (Eclo 43,29). Cuando te hayamos alcanzado, cesarán estas palabras que nosotros multiplicamos sin alcanzarte: Tú serás todo en todos (I Cor 15,28); y no haremos más que repetir sin fin una sola palabra, alabándote con un único impulso y no haciendo -también nosotros- más que un solo todo en ti: ¡Señor, Dios solo y único, Dios Trinidad!". (Cit. por H. De Lubac, La fe cristiana, Salamanca 1988, 272-273.
[18]  J Leclerq, Cultura umanistica e desiderio di Dio. Studio sulla letteratura monastica del Medioevo, Firenze 1965.
[19]  Peri  Arjón I, 2.
[20]  V. Prospisil, “Il verbum abreviatum nel capitolo IX dela Regola bollata en nel Breviloquium”, Antonianum 79 (2004) 129-141.
La base concreta de esta fórmula surge del texto de Is 20,23, retomado por Rm 9,28, que reza así: “Porque el Señor cumplirá su palabra sobre la tierra sin menoscabo y sin tardanza”, al cual la tradición griega y diversos manuscritos añaden hoti lógon syntetmèmnon tomada literalmente del texto de Isaías de los LXX, que es traducida por importantes códices de la Vulgata como verbum abbreviatum fecit Dominus super terram. Cfr. J. A. Fitzmyer, Romans, New York 1993, 574 y W: Biblia Sacra iuxta Vulgatam versionem, Stuttgart 1969.
[21]   H. de Lubac, La rivelazione divina e il suo senso dell´uomo, Milano 1979, 104.
[22]  Ya había dedicado la profesora de la Gregoriana un estudio a este tema: C. Aparicio, “La relación escritura y teología: cuestión abierta”, Gregorianum 92 (2011) 261-282. Cfr. J. Alfaro, “El tema bíblico en la enseñanza de la teología sistemática”, Gregorianum 50 (1969) 507-542.
[23]   Pontificia Comisión Bíblica,  La Interpretación de la Biblia en la Iglesia, Roma 1993 y El pueblo hebreo y sus escrituras en la Biblia cristiana, Roma 2001.
[24]  Hugo de S. Víctor, De arca Noe, 2, 8: (PL 176, 642 C-D), citado en VD 39.
[25]   Cfr. VD 51 y “la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia” (VD nº 72 al 85).
[26]  R. Schnakenburg, Il vangelo di Giovanni. T. II, Brescia 1977, 136-143.
[27]  DV 21 y 26; SC 48, 51 y 56; AG 6 y 15; PO 18
[28]  J. L. Austin, How to Do Things with Words, Oxford 1962 y P. Ricoeur, “Contribut d´une reflexion sur le langage à une théologie de la parole”, en Exégèse et hermenéutique, Paris 1971, 301-318; J. Ladrière, “La performativita del linguagio liturgico”, Concilium 9 (1973); R. S. Briggs, Words in Action. Speech Act Theory and Biblical Interpretation, New York 2001, 38-43 y 294-298.
[29]  Lc 24, 13-35. Cfr. L. M. Chauvet, Symbole et sacrament, Paris 1987, 167-185; J. Caba, Resucitó Cristo, mi esperanza, Madrid 1986, 193.
[30]  Según Piè-Ninot (p. 106), la interpretación eucarística de Emaús es muy poco frecuente en la Patrística, especialmente porque falta la copa. Sólo S. Agustín lo desarrolla en Sermo 235 (PL 38, 1117-1120) y Epistola 149, 3 (PL 33, 644). En el s. XVI, si embargo es muy común (Cano y Maldonado), y a partir de la mitad del s. XX es un tema dominante (J. Dupont, P. Benoit, J. A. Fitzmyer, F. G. Branbilla, M. Deneken, F Bovon).
[31]  Fides et Ratio nº 13.
[32]  S. Piè-Ninot, “Teología de la Palabra de Dios e Iglesia”, Gregorianum 89 (2008) 362-366 y Idem, Eclesiologia, Brescia 2008, 212-214.
[33]   E. Bianchi, Pregare la Parola. Introduzione a la Lectio Divina, Milano 2008, 105-123, en concreto aquí 119. Cfr. Idem, La lectio Divina nella vita religiosa, Magnano 1994; B. Secondini, La lectura orante Della Parola.. Lectio Divina en comunità e in parrocchia, Padova 2001.
[34]  Exhortación final del Papa: VD 122.
[35] Conviene recordar al respecto de la interioridad a S. Agustín cuando explica la cátedra del Espíritu Santo: "El sonido de nuestras palabras hiere el oído, pero el maestro está dentro... ¿Acaso no oísteis todos este sermón? ¡Cuantos saldrán de aquí sin instruirse!  Por lo que a mi toca, a todos hablé; pero aquellos a quienes no habla aquella unción, a quienes el Espíritu Santo no enseña interiormente, se van sin haber aprendido nada. El magisterio externo consiste en ciertas ayudas y avisos. Quien instruye los corazones tiene la cátedra en el cielo...En balde voceamos nosotros si no os habla interiormente aquél que os creó, os rescató, os llamó, y habita en vosotros por la fe y el Espíritu Santo". Exposición de la 1ª ep. de S. Juan, tr. III, 13  y IV, Y en Obras de S. Agustín, t. XVIII, BAC, Madrid 1959, 245  y  247  (PL 35, 2004 y 2005).
Cfr. J. Alfaro, “Supernaturalitas fidei iuxta S. Thomam. I. Functio ‘luminis fidei’ y “II. Functio ‘interioris instinctus’, Gregorianum 44 (1963) pp. 501-542 y 731-787; J. Rimaud, Le Maître intérieur en Saint Augustin, Paris 1930, 53-69.
[36]  Mª. Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, Madrid 1989,  291-292: “No se trata de una religión intimista e insolidaria, un ser-con-Dios individualista sino de “ser hijo, mas no en soledad. La vuelta hacia el Padre es recuperación del ser original y originario y de la comunidad perdida con todas las criaturas; el entendimiento perfecto con lo viviente y lo no viviente, el que los seres naturales, bestias, constelaciones y la misma madre tierra –tan huraña- y sus frutos no se nos aparezcan encerrados como máscara ambigua, como si todo lo viviente estuviera disfrazado y nos enviara signos en demanda de un reconocimiento; como si nosotros mismos también anduviéramos errantes, desconocidos aún para nosotros mismos”.
[37]  M. Buber, ¿Qué es el hombre ?, Madrid 1990, 149 aplica a las relaciones humanas una honda reflexión sobre el "entre": "En toda esta relación la situación dialógica es accesible sólo ontológicamente, pero no arrancando de la óntica de la existencia personal, ni tampoco de la de dos existencias personales, sino de aquello, que trascendiendo a ambas, se cierne "entre" las dos. En los momentos mas poderosos de la dialógica, en los que de verdad "la sima llama a la sima", se pone en evidencia que no es lo individual, ni lo social, sino algo diferente, lo que traza el circulo en torno al acontecimiento. Más allá de lo subjetivo, más acá de lo objetivo, en el "filo agudo" en el que "yo" y "tú" se encuentran se halla el ámbito del "entre".
[38]  I. Hazim, La Résurrection et l´homme d´aujourd´hui, Beirut 1970, 30-31: El actual patriarca Ignacio IV de Antioquia (I. Hazim) lo dijo mejor: "El Espíritu Santo es, personalmente, la Novedad en acción en el mundo; es la presencia del Dios-con-nosotros junto a nuestro espíritu (Rom 8,16). Sin Él, Dios queda lejos, Cristo permanece en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es una pura organización, la autoridad es tiranía, la misión es propaganda, la liturgia es simple recuerdo, y la vida cristiana es una moral de esclavos. Pero en el Espíritu, y en una sinergia indisociable, el cosmos es liberado y gime en el alumbramiento del Reino, el hombre lucha contra "la carne", Cristo resucitado está aquí, el evangelio es una fuerza vivificadora, la Iglesia significa la comunión trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la misión es un Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación, y la acción humana es divinizada. El Espíritu hace llegar la Parusía en una epíclesis sacramental y místicamente realista, engendra vida, habla por los profetas, sitúa todas las cosas en el diálogo y en comunión, derramándose Él mismo, y atrae hacia la segunda venida. "Es Señor y da vida" (Símbolo Niceno-constantinopolitano). Por El, la Iglesia y el mundo claman con todo su ser: "¡Ven Señor Jesús!" (Ap 22,17.20)".
[39]  S. Agustín, De Trinitate, V, 11,12: "La Trinidad tampoco se puede denominar Hijo, aunque sí en cierta manera Espíritu Santo, a tenor de aquella escritura: Porque Dios es espíritu; pues ciertamente el Padre es espíritu, y espíritu es el Hijo, y espíritu es también el Espíritu Santo. Y, por ende, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pues son un solo Dios, y Dios es santo y Dios es espíritu, se pueden llamar Trinidad y Espíritu Santo. No obstante, este Espíritu Santo, que no es la Trinidad, sino que está en la Trinidad y se denomina por antonomasia Espíritu Santo, dice habitud, pues indica referencia al Padre y al  Hijo, siendo como es Espíritu del Padre y del Hijo.  Mas la relación no aparece en el nombre, pero se manifiesta cuando se le dice don de Dios. Y es don del Padre y del Hijo, pues también procede del Padre, como lo afirma el Señor. Y al espíritu Santo se refieren estas palabras del apóstol: El que no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo. Cuando decimos don del dador y dador del don, expresamos una relación mutua y formal. Luego el Espíritu Santo es como una inefable comunicación del Padre y del Hijo; y es muy verosímil que se llame así por convenir dicha denominación al Padre y al Hijo. Es, en aquél, nombre propio;  en éstos, nombre común...Y para expresar en el nombre esta conveniencia y mutua comunicación se llama al don de ambos Espíritu Santo".
[40]  Completar con C. Dotolo, “Parola di Dio ed impegno nel mundo” y M. P. Gallagher, “Parola di Dio e culture”, en Carmen Aparicio – Salvador Piè-Ninot, Commento alla Verbum Domini, In memoria di Donath HERSICK, GBPress, Roma 2012, 135-140 y 141-148.
[41]  P. Laín Entralgo, El cuerpo humano. Teoría actual, Madrid 1989, 121: "El hombre no es espíritu puro, existe y no puede no existir en el espacio y en el tiempo, y por esto sus actos son siempre tempóreos, aunque el curso de ellos pueda aproximarse a veces, a la instantaneidad. De ahí que las expresiones verbales en indicativo -"yo pienso", "yo soy", "yo ando"- sean, en rigor, fórmulas abreviadas de expresiones en gerundio: "yo estoy pensando", "yo estoy siendo", "yo estoy andando". Por esencia, el hombre es un ente gerundial".
 
[42]  H. De Lubac, Histoire et Sprit. L´intelligence de L´Ecriture d´après Otigène, Paris 1950, 363.
 [43]  H. De Lubac, Histoire et Sprit. L´intelligence de L´Ecriture d´après Otigène, Paris 1950, 347.
 
[44]   H. Heinrich, Tempus. Le funzioni dei tempi nel testo, Ed. Il Mulino, Bologna 2004, con especial interés “Mondo commentato, mondo narrato”,  43-80.
[45]   D. Hercsik, 173.
[46]  Se puede ampliar en nuestro libro: Abdón Moreno, Pródigo de la Palabra, Ed. Indugrafic, (Badajoz 2008) pp 13-18.
 
[47]  Lc 15, 22-24.
[48]  “Epístola a Amarilis”, en J. M. Blecua (Ed.), La Filomena. Obras poéticas, T. I, Barcelona 1969, 811.
[49]  Véase la dificultad que presenta con frecuencia el análisis de los textos: J. Culler, Structuralist Poetics. Structuralism, Linguistic and the Study of Literatur, Ithaca 1975, 32-109 y R. Ingarden, Das Literarische Kunswerk. Eine Untersuchung aus dem Grenzgebiet der Ontologie, Logik und Literaturwissenschaft, Tübingen 1960.
[50]  Cap. VI de la Dei Verbum.
[51]   E. Tierno, ¿Qué es ser agnóstico?, Madrid 1985, 15-18.
[52]  F, Ramirez Pueyo, “Encontrarse con la Palabra de Dios, encontrarse con Cristo. Presentación de la Verbum Domini”, Razón y fe 1347 (2011) 17-33; M. Tabet – G. de Virgilio, Sinfonía della Parola. Commento teologico ll´Esortazione Apostolica “Verbum Domini”, Ed. Rogate, Roma 2001.
[53]  Benedicto XVI, L´Osservatore Romano, Domenica 19 ottobre 2008, 1.
[54]  R. C. Holub, Teoria della ricezione, Ed. Einaudi, Torino 1989, 7-32; A. Mª. Artola, “Los nuevos métodos de exégesis y la comprensión de la Inspiración bíblica”, en A. Izquierdo (Ed.), Scrittura Ispirata, Atti del Simposio Internazionale sull´Ispirazione, Editrice Vaticana, Roma 2002, 132-166; H. R. Jauss, “La teoria della ricezione. Identificazione retrospettiva dei suoi antecedenti storici”, en R. C. Holub (Ed.), Teoria della ricezione, Ed. Einaudi, Torino 1989, 3-27; W. Iser, “Il processo della lettura. Una prospettiva fenomenológica”, en R. C. Holub (Ed.), Teoria della ricezione, Ed. Einaudi, Torino 1989, 43-70; W. D. Stempel, “Aspetti generici della ricezione”, en R. C. Holub, Teoria della ricezione (Ed.), Ed. Einaudi, Torino 1989, 185-200. Cfr. J. Maritain, La intuición creadora en el arte y en la poesía, Ed. Palabra, Madrid 2004.
[55]  León Felipe, Ganarás la luz,  Ed José Paulino, Ed Cátedra, (Madrid 1990).  
[56] K. L. Berghahn, “Wortkunst ohne Geschichte. Zur werkimmanenten Methode der Germanistik nac 1945”, Monatschefte 71 (1979) 387-398.
[57]   Es muy conocida la idea de Von Rad mostrando como la verdad es sinfónica: Von Rad, G., La verdad es sinfónica. Aspectos del pluralismo cristiano, Ed. Encuentro, (Madrid 1979) pp. 15-80; Von Rad, G., Sermones, Ed. Sígueme, (Salamanca 1975) pp. 104-120, cuando comenta Deut. 29, 28: “Las cosas secretas pertenecen a Yahvé nuestro Dios, pero las cosas reveladas nos atañen a nosotros y a nuestros hijos para siempre, a fin de que pongamos en práctica todas las palabras de esta Ley”
Cfr. H. Conzelmann, Le origini del cristianísimo. I resultati Della critica storica, Ed. Claudiana, (Torino 1976). Y en concreto, su epilogo: “La formazione del canone del nuovo testamento”, pp. 199-210.
[58]  E. Benveniste, Problemas de lingüística general, Ed. Siglo XXI, México 1982, 161-206. Para un estudio más amplio de Benveniste se puede ver: S. GARCÍA-JALÓN, La selección del contexto pertinente para la interpretación, Lección inaugural de curso en la Universidad Pontificia, (Salamanca 2009); E. Lledó, El silencio de la escritura, Ed. Centro de Est. Políticos y Constitucionales, Madrid 1991, y El surco del tiempo: meditaciones sobre el mito platónico de la escritura y la memoria, Ed. Crítica, Barcelona 2000.
[59]  A propósito me viene a la memoria la diferencia marceliana entre el pensador y el ideólogo mostrada en nuestro estudio: Abdón Moreno, “La crisis de Occidente en Gabriel Marcel: Reflexión y misterio”, Auriensia 15 (2012) 175-194.
[60]  O. Cullmann, Le salut dans l´histoire, (Neuchâtel 1966), en concreto el cap. “Les principaux types dans le Nouveau Testament”, pp. 187-284.
[61] Particularmente interesante el famoso escrito de Cullmann muy divulgado mientras se celebraba el Concilio Vat. II:  O. Cullmann, “Bible et second Concile Vatican”, en C. A. Lincbeck y otros (Eds), Le dialogue est ouvert, (Neuchatel 1965) pp. 133-146.
Cfr. también: M. Clavel, Dieu est Dieu, nom de Dieu, Ed. B. Grasset, (Paris 1976). Muy interesante cuando comenta la pregunta de Ghéon: “Est-il humain d´aimer les hommes?”, y le contesta: “Non humain, c`est divin”, p. 75 s.
[62]  H. Weinrich, “Für eine Literaturgeschichte des Lesers”, Merkur 21 (1967) 1026-1038.
Cfr. publicado originalmente en inglés: W. Iser, “The Reading Process. A Phenomenologicak Approach”, New Literary History 3 (1971-72) 279-299, en italiano: “Il processo della lettura. Una prospettiva fenomenológica”, en R. C. Holub (Ed.), Teoria della ricezione, Ed. Einaudi, Torino 1989, 43-70 y “La situazione attuale della teoria della literatura. I concetti chiavi e l´imaginario”, R. C. Holub (Ed.), Teoria della ricezione, Ed. Einaudi, Torino 1989, 259-284.
[63]  H. R. Jauss, Esperienza estetica ed ermeneutica letteraria, Ed. Il Mulino, Bologna 1988, especialmente interesante: “La posizione di confine dell´ermeneutica letteraria”, 35-52.
[64]   Abdón Moreno, Pródigo de la Palabra, Badajoz 2008, 16-17.
[65]  S. Agustín, De Trinitate, libro IX, cap. 1.
[66]  León Felipe, Ganarás la luz, Ed. José Paulino, Ed Cátedra, (Madrid 1990) p. 90.

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