martes, 15 de febrero de 2022

ANTE UN HOMBRE EN CRISIS: Mario F. Bautista y Pedro Vinteño

     

CAMINANDO POR LA ANTROPOLOGÍA PAULINA


    Durante el Curso 2021-2022 impartimos un curso de Antropología Paulina qué tendía a vertebrar la esperanza cristiana en una fuente de posibilidades, acentuando el concepto típicamente paulino de la nueva creación en Cristo. La única pregunta del examen final fue la siguiente:

¿Qué le dirías tú a un joven de 5º de Medicina, que vive una crisis de gran formato, sumido en una gran desesperación, con varios intentos de suicidio?

    Pensando que pueda ayudar a alguien en la misma situación, quiero compartir con mis lectores los dos exámenes mejores de dicho Curso: el de  Mario F. Bautista y el de Pedro Vinteño.

    Ilustro ahora el texto con un cuadro de María A. Moraleda: Mi día a día en Roma, que viene a ser una recepción estética del centro histórico de Roma y sus diversas culturas. Detrás de ellas está siempre el misterio del hombre con sus heridas y su vendas, sus fuentes y sus legamos.





MARIO F. BAUTISTA

El hombre en crisis

 

     Cuando hablamos de crisis, de un hombre en crisis, de un hombre cristiano en crisis, tenemos que ahondar en su realidad, en la dualidad que vive, el tirón de la carne y el tirón del espíritu, el bien y el mal, el hombre nuevo y el hombre viejo, hombre que muere en la cruz con cristo y hombre nuevo que se compromete con una nueva forma de ser…


     Hombre según la carne y hombre según el espíritu, espíritu que es el hombre nuevo, hombre pneumático, que siente, piensa y quiere las cosas del espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, templanza….

     

    Como nos dice el Apóstol Pablo en Romanos 8, la sabiduría del espíritu es vida y paz, esta sabiduría habita en el bautizado y es la verdad de su ser y su saber, o sea, ser quien soy, vivir lo que soy, saber lo que soy, saber lo mejor de mi mismo para vivirlo como lo mejor. Saber vivir en el ENTRE: Dios-Hombre.


     Sin embargo la sabiduría de la carne es la muerte. Esta es la antropología Paulina, hombre y cristiano es lo mismo, si se conoce al hombre se conoce a Dios, con un actor principal: el Espíritu Santo.

     

    En Romanos 8 nos descubre que todos los hombres han pecado y son salvados por la Fe, que todos los hombres son solidarios con Adán y con Cristo y que todos los hombres ayudados por el Espíritu Santo, pueden portarse como hijos de Dios.



     El hombre puede optar por abrirse al Espíritu Santo o abrirse al pecado.    

     Influenciado nuestro Apóstol por Platón, defiende el ser moral frente al ser físico, dualidad, lucha interior.

     Influenciado por Aristóteles y por Zenón, seguidor de Sócrates, nos dice también que la felicidad viene por la Sabiduría.

     Es decir, saber lo qué se debe hacer y lo que no.


     También San Agustín nos lo decía, “si comprendéis no es Dios”, por eso al hablar con un hombre en crisis, lo tenemos que entender como un misterio, su dolor y su crisis sólo lo puede entender Dios que lo ha hecho, de ahí el respeto sagrado que merece su dolor humano.


     Como nos dice el Apóstol, me gozo en mis debilidades, pues cuanto más débil soy, entonces soy fuerte.

     Un hombre poseído por el espíritu, con esperanza, capaz de ser otro en esperanza, entrega y servicio, hombre del espíritu a la Alteridad.

     

    Desde la mismidad Pablo, conecta su sufrimiento con la muerte de Jesus, debe sufrir, debemos sufrir como él sufrió, como ovejas somos llevados al matadero, pero vencemos por aquel que nos ama.

   Intentar llevar esta antropología Paulina a la persona que sufre, y hacerle comprender que solo la FÉ y la ayuda del Espíritu Santo nos puede salvar.

    Tenemos que soportar las penas e incertidumbres igual que el Apóstol sufrió, pero con el convencimiento de que el Espíritu Santo intercederá por nosotros igual que lo hizo por él.

    El famoso aguijón en la carne, la bofetada del Satanás, el cuerno del Unicornio que busca desesperadamente el cielo…


   Es obligatorio evangelizar, “Ay de mí sino evangelizo”, es decir es obligatorio pasar el testigo a esa persona en crisis, que sufre, pues la Biblia cura, sana y salva; y hay que darle su soberano sitio como en la Etimasia Bizantina, abierta siempre en un trono, junto al Altar, para recordarnos que ella nos gobierna porque tiene la autoridad suprema.


     También nos dice el Apóstol “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” y es importante acordarnos de la transformación del Apóstol de perseguidor a evangelizador.




     Nosotros los hombres nos estamos transformando continuamente, estamos siempre en un proceso de recreación, renacemos continuamente.

    

Reflejarse en nuestra gran pensadora María Zambrano, Malagueña, ganadora de un Cervantes, seguidora de Ortega y Zubiri…recordar su exilio,  su dolor, exilio que a veces la vida nos hace tomar, estar en crisis es estar exiliado de nosotros mismos… mujer generosa, como la definía E. Cioran, “palabra liberadora del lenguaje”…o como la llama Zubiri, “mujer de esperanza”, sus habilidades para entender al hombre y manejar al hombre en crisis, nos puede ayudar a trasladar sus mensajes al hombre en crisis.


     Intentar recuperar la autoestima es tarea difícil, no hay que tener miedo a desnudarse completamente, buscar nuestro yo interior, saber ser, para poder ser, vivir lo mejor de ti mismo…


     La agilidad mental y la poesía como el palpitar de la vida, como decía Valente, es imprescindible para el hombre en crisis.

     

    Cuando estamos ante una crisis, un hombre en crisis, un hombre cristiano en crisis, lo primero que tenemos que entender es el profundo dolor que esa persona está soportando y ante esto debemos de asumir un profundo respeto.


     Para poder ayudar, lo primero que debemos hacer es intentar comprender qué esta pasando para que el hombre entre en crisis pero, ¿Qué significa estoy en crisis?…¿se puede salir de esa crisis?…


   …Para ello debemos recurrir a los ejemplos de los personajes que nos ha dado la mencionada María Zambrano ante un hombre en crisis.

     

   Un hombre en crisis es una persona que vive una desconexión con la realidad, se ha quebrado su propio equilibrio interior, ha sentido su desnudez y ese sentirse desnudo le ha llevado a querer cubrirse con cualquier opción, que en la mayoría de las veces le hace resbalar todavía más en su propia desorientación, la que le acontece.


     Hoy partimos de un mundo donde el racionalismo, el endiosamiento, la negación de que tenemos un problema con Dios, nos lleva a vivir una vida que no es la nuestra, como una comedia humana, donde nosotros mismos nos ponemos una máscara, nos inventamos un personaje que no deja salir el propio yo para vivir una vida que no es la nuestra, un baile de disfraces que nos lleva a una insatisfacción final, nos lleva a una falta de realidad que nos aboca a una crisis


     Por todo esto, hay que brindar a esa persona en crisis, que intente identificar su máscara, su no ser él mismo, que como dice Zambrano, afronte el peligro como buen español, de frente y que no baile al compas de una danza, donde solo reside la envidia y la frustración.

     Hay que tomar la posición de cristiano, de ese cáliz que hay que tomar, que refresca por la mañana pero que a veces también envenena, ese cáliz que también Cristo tuvo que beber mediado por su Ángel, hay que saber que ese cáliz aleja las envidias…

     

    Contar que todos tenemos demonios interiores, que a veces se dejan ver, solo cuando ellos consienten, como el Ángel contra Jacob, que solo se le podía ver de madrugada o los demonios que nos abofetean la cara como al Apóstol o el Cristo del Jardín de los Olivos, que con su cara roja nos habla de dolor y pasión, así lo pinto Gauguin, todos tenemos estos encuentros con nuestros demonios, están siempre ahí, pero nosotros tenemos un opción, que es vivir con el Espíritu, no con la carne, y tenemos una ayuda inestimable, el espíritu Santo.


     También debemos sentir, transmitir, una de nuestras más preciadas virtudes, “la esperanza” y hablar de la esperanza del hombre como la única criatura que está continuamente regenerándose, naciendo, renaciendo, esto es vital entenderlo, pues no podemos decir que nuestra vida está conclusa hasta la muerte, y tenemos tres ejemplos de regeneración que magistralmente nos menciona María Zambrano: Job, Antígona y los bienaventurados.






     Nuestro santo Job, es hombre de gran fortuna, pero cambia su suerte y a raíz de ahí sufre todo tipo de vicisitudes que no es capaz de asimilar, solo hasta llegar a su fondo, desprenderse de todo y mirarse en su interior, solo así empieza su propia regeneración, la fé en la verdad y la entrega en Dios.


     Igual pasa con Antígona, donde desde su tumba enterrada viva, se redescubre y se sana desde su mismidad, llega a los mas hondo y renace.


     En los bienaventurados, los protagonistas son un místico, un filósofo y un exiliado, toma el exiliado como referencia, pues este está empezando desde cero, el que mayor capacidad de hombre nuevo tiene, traslada su desgracia a gracia, de hombre viejo a hombre nuevo…


     Este es el camino para un hombre en crisis: ser un hombre nuevo, reinventarse, mirar dentro de uno mismo, llegar a la verdad interior, dejar que aflore el agua limpia y fresca, limpiar el pozo que cada uno tenemos dentro, para que aflore el agua viva, para entendernos a nosotros mismos.


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PEDRO M. VINTEÑO   ✌✌✌✌✌✌✌✌


           ¿Qué le dirías a un hombre que está en crisis, sumido en una gran desesperación, con una crisis de gran formato, y al borde del suicidio (desde una perspectiva creyente)?

Una persona desesperada tiene anulada la posibilidad de buscar una nueva vida, de sentirse amado, de valorar las diferentes posibilidades vitales que tiene ante sí, en definitiva, es incapaz de seguir hacia delante.

Por eso, la primera idea a transmitir ante su crisis existencial y vivencial debe partir de la concepción de que la vida, independientemente de las experiencias, es una aventura que merece ser vivida y una etapa oscura no significa tener todas las posibilidades existenciales agotadas. Vale la pena vivir. La vida puede ser amarga en muchas ocasiones, pero mientras haya un rayo de sol, hay esperanza. Tenemos la posibilidad de redimir nuestros errores y cambiar de vida, de olvidar aquello que hemos hecho mal -pero dejando siempre la cicatriz de la herida que nos recuerde que de cada caída, podemos levantarnos-.

El pasado muchas veces se puede convertir en un lastre del que no podemos aligerar la carga, y todos podemos contar alguna experiencia. La única manera de “sobrevivir al pasado” es asumirlo y reconciliarnos con él.

La fe cristiana nos ofrece una posibilidad única de olvidar nuestro propio pasado: la confesión. Allí ante el Señor podemos poner todo lo que hayamos hecho, que el perdón será siempre mucho más grande que la culpa. Desde la fe, podemos adentrarnos en la experiencia del perdón de Dios, entramos en el confesionario de una forma –muchas veces en el fondo más absoluto- y luego la cambiamos radicalmente cuando salimos de allí. Somos un ser nuevo y nuestro ser viejo, ha quedado tras las paredes del confesionario. Traigo aquí una idea muy repetida en la Iglesia: el perdón déjalo a la misericordia de Dios, el futuro a la Providencia y vive el presente.



El pasado puede ser doloroso, pero anclarnos en él, no sirve para nada. Una crisis vital no es algo que venga solo. Es fruto de un proceso, quizá de decisiones frustradas o malas experiencias, pero esos “nubarrones” no pueden hacer que nuestra posibilidades para ser seres nuevos desaparezca del horizonte. Tenemos el derecho y la posibilidad de cerrar con nuestro hombre viejo para resurgir de nuestras propias cenizas.

Por eso, aquellas situaciones que provocaron la desazón tienen que tener un tiempo de curación y ser vistas desde la distancia, desde la lejanía que da el tiempo, para poder curar todo lo que suponga una herida abierta. El proceso de curación es como propiamente se dice un proceso. No es de la noche a la mañana, no se sale de la desesperación para volver a la esperanza en unas horas. Huir de la sanación, huir del “autoperdón” es lo más fácil, la técnica de evasión. Pero no soluciona nada, solo deja estar.

Por eso es necesario hacer una lectura creyente de la realidad. Hay Alguien a quien tu pasado no le importa, Alguien que tiene la posibilidad de perdonar, aun cuando los seres humanos ya no sean capaces y ese alguien es Dios. Por eso, quien esté en su desesperación más profunda puede encontrar la alegría necesaria y las fuerzas necesarias para seguir, en un encuentro personal con Dios, a través del prójimo, que le escucha, que le quiere y que le acepta tal y como es. Un cristiano que escucha a quien está desesperado no puede hacerlo desde una posición de superioridad, sino viendo en quien tiene enfrente el rostro de Dios y de un hermano que necesita su ayuda.

El quitarse la vida, el valorar esa idea, es un error y una “espada de doble filo”, aunque a primera vista pueda parecer que acaba con los problemas, no acaba con ellos, los deja inconclusos y sin posibilidad de solución. Tampoco la desesperanza ante el futuro o la desilusión, son las mejores salidas a las amargas dificultades. Al fin y al cabo, es otra manera de dejar las cosas sin solucionar –nada se consigue llorando en sillón y con las persianas bajadas ante la desesperación-.

La conocida expresión “hay que coger el toro por los cuernos”,  presente en la “jerga” popular española como: hay que saber torear los acontecimientos, es la que podría encauzar la reflexión ante la desesperanza y el desánimo, tenemos que enfrentarnos a la realidad y hacerle frente, y, si solos no podemos, hemos de pedir ayuda. El sentirse solo es la peor manera de sucumbir ante la desesperanza, siempre tenemos la posibilidad de renacer.


Recuerdo unas palabras que el profesor de la asignatura, D. Abdón Moreno, dijo muchas veces y que yo tuve la oportunidad de escuchar en diversas ocasiones en referencia al sacramento de la confesión, pero que yo aplico a toda mi vida: “lo que te pasa a ti, ya le ha pasado a miles de personas antes”. Partiendo de ahí, le digo a esta persona sumida en la más oscura de sus noches que sea lo que sea que le conduzca a la desesperanza, ya le ha pasado a otro (nuestros problemas, se hacen pequeños al hacerlos comunes).

Por eso, busquemos solución. Seguro que otro ha caído antes. Como cristiano tengo la “obligación” de socorrer al hermano que cae. ¿Qué sentido tendría nuestra fe, si al primer hermano rendido lo dejamos caído? De ahí que mi actitud ante quien sucumbe en la desesperanza es ayudarle a volver a creer en las posibilidades para volver a ser, yo no puedo solucionar sus problemas y quizás el tampoco, pero sí puedo ayudarle a ver una nueva gama de posibilidades en su vida y a meterse dentro de ella. 

La existencia que esa persona tiene, es su vida. La vida es una aventura hermosa, pero también puede ser un calvario profundo. Ahí nos toca actuar y hacer algo por cambiar. Decía María Zambrano que “cuanto más profundo es el destino que pesa sobre una vida humana, la conciencia lo encuentra más indescifrable y ha de aceptarlo como misterio”. El destino de cada uno de nosotros es algo misterioso y por eso al ser un misterio, hemos de estar abiertos al futuro. Mañana siempre puedo ser mejor que hoy.

En definitiva, desde mi visión creyente ante un hermano que está sumido en su más tenebrosa noche, le animo a vivir, a confiar en la vida futura y a abandonarse ante quien es el dueño de la vida, ante el Señor. A él no le importa nuestro acto, sino nuestro arrepentimiento, a él no le importa cómo lleguemos al banquete, porque, si queremos entrar, nos pondrá las mejores galas. Por eso, siento que el Señor me ha puesto para ser un faro que ayude a este hijo suyo a llegar puerto sano y salvo.

Nuestras acciones deben ser aceptadas por nosotros mismos, el lamento no consigue nada, el aislamiento tampoco, la oscuridad no es eterna. Por eso, caminemos hacia delante y busquemos juntos la manera de ser un hombre nuevo y afrontar nuestros días de la mejor forma posible.



Termino haciendo una pequeña referencia a lo que supone el carácter sagrado de la vida humana. Desde una visión creyente, es un regalo y posesión de Dios. Nosotros, los seres humanos, somos administradores de esa vida que se nos dio sin preguntar y se nos quitará sin preguntar. Estamos aquí por el mero hecho de ser seres amados por Dios de forma tan infinita y personal que es incomprensible para la conciencia humana.