miércoles, 9 de enero de 2019

UN PADRE TENÍA DOS HIJOS....

 
 
 ¡ FELIZ AÑO 2019 !
 
 
A mis lectores del año 2019 les deseo que la bendición del Padre bueno, fiel y misericordioso inunde sus vidas y las de todos aquellos que aman. Descalcemos los pies del alma y aceptemos las sandalias nuevas que nos ofrece el Padre del hijo pródigo para caminar estos 365 días.
 
Os regalo para el año nuevo un texto de un amigo  entrañable de la Mérida de mi primer amor, donde viví los años  más felices de mi vida.
¡Gracias Mérida por hacerme tan feliz!
 
Juan Carlos González lo escribió en Mérida para sus alumnos de Bachillerato; yo lo transcribo para vosotros como tiara real en la palma de nuestro de Dios.
 
¡Ojalá él nos haga este año un manantial cuya vena nunca engañe!
¡Día a día y siempre, serenos y contentos, bajo el manto de la Madre como estos dos angelotes!
 
 
 
 

Un Padre tenía  dos hijos...
 
(Lc. 15,11-32)
 

            Los dos periodistas rodeaban el butacón de mimbre, en el que su cuerpo parecía perderse. La manta de vicuña sobre las rodillas, las manos blancas, cuidadas, las arrugas, incontables, en la frente.
            El ruido de las cámaras que rodaban continuamente, ya se montaría la secuencia en el estudio, competía con los abejorros que volaban en el pequeño jardín, burgués, cuidado, al que daba la galería.
Lo había leído todo, lo había ganado todo, lo había escrito todo. Sabio, Maestro, Prócer, lo llamaban. Y ahora, en la que seguro era su última entrevista, le hacían esa pregunta:
¿Qué era lo más profundo, lo más hermoso, lo más importante, lo más trascendente que había leído nunca?.
            Sus ojos se habían vuelto más grises, si eso era posible, mirando hacia atrás, buscando en la inmensa montaña de palabras, letras, sílabas....todas.
            Tardó en contestar... 
                    Hasta los periodistas  notaron el chispazo de vida que saltó en sus ojos.
Hasta el perro a sus pies, lo notó. 
El jardín lo notó cuando viento, rosas y abejorros enterraron sus murmullos.
            Lo había leído hacía tanto tiempo, se había escrito hacía tanto tiempo, lo había olvidado hacía tanto tiempo...

            Su voz nació clara, profunda, arrancada de un pasado de soles y domingos por la tarde: " Un hombre tenía dos hijos...."

 

 

 
(Lc. 15,11-32) Parábola del Hijo Pródigo
 
 
Juan Carlos González Méndez
Prof. de Instituto en Mérida


 

 

PRÓDIGO DE LA PALABRA






Grabado del Hijo pródigo de la Biblia de J. B. VERDUSSEN
(Amberes 1715)


 

LA CASA DE LA PALABRA

 

Este texto corregido y actualizado fue publicado como Introducción en mi libro: Abdón Moreno, Pródigo de la palabra, Ed. Indugrafic,
Badajoz 2008, pp. 13-18.

 

Ayuno de Palabra, el hombre bracea por las esquinas de la historia al ritmo que le marcan las voces de su existencia. Como pródigo eterno vuelve una y mil veces a la casa de la Palabra para desentrañar su sentido y para entenderse a sí mismo, para convertir la voz de la vida en Palabra.

Algo así me ha pasado a mí; por ello con asaz gratitud debía levantar acta de un largo camino de veinticinco años (1984-2008) al servicio de su casa. Servir en esa casa, la de la Palabra, es con mucho lo mejor que me ha pasado en mi vida. Aunque, con frecuencia, ese servicio azurumbado se haya reducido a la misión del aya que espabila la badila para atizar el brasero de la casa.

La casa, en este caso, estuvo en Badajoz, en Roma, En Friburgo, en Jerusalén y en Santiago de Compostela, con cientos de alumnos que compartieron conmigo la fascinante tarea de buscar el rostro de la Palabra. A  lo que debo  añadir la grata experiencia de impartir lecciones en la Formación permanente del clero de varias Diócesis españolas e italianas. Vaya desde aquí un agradecimiento más que cordial a mis alumnos, a los que son y a los que fueron, porque con ellos y por ellos crecieron estás páginas y, sin duda alguna, crecí yo también por causa de ellos.

Un recuerdo agradecido, también, para la Casa Internacional del Clero en Roma -donde  tanto aprendí de los grandes hombres de la Iglesia-, y para el Centro de investigadores de La Iglesia Española de Santiago y Montserrat, mis dos casas en Roma, donde cuajaron muchas de estás páginas.

Bajorelieve del retablo  plateresco de Talavera la  Real (s, XVI)
 
 

 
1. Encuentro personal con la Palabra                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           

La amistad con la Palabra va creciendo a base de encuentros interpersonales, cara a cara, donde lector y texto se miran a los ojos con nobleza y transparencia.

Como pródigos eternos volvemos una y otra vez a la casa del Padre, a la casa de la Palabra para escuchar los cinco verbos que mejor describen el corazón del Padre: lo vio, se conmovió, echó a correr, le echó los brazos al cuello y se lo comía a besos (Lc 15, 20)[1]. Aquí se encierra el gran misterio del encuentro del hombre con la Palabra eterna, cuando abre su corazón para acoger los besos de la Palabra, cuando su libertad le deja vivir la experiencia de su abrazo. ¡Es el estilo y las maneras de Dios para quién vuelve a su casa! El mejor vestido, el anillo, las sandalias en los pies, el novillo cebado y una gran fiesta: ése es el ajuar del encuentro[2].

A estas alturas, así me siento yo, como un pródigo abrazado por la Palabra que escucha música de fiesta en la casa del Padre y contempla el ternero sobre la mesa de la vida. De ahí el título y el icono del Hijo Pródigo sobre la portada de este libro: es historia y augurio, es promesa y método para mi existencia histórica: ¡Volver, volver sin cesar a la casa del Padre, allí está el hogar de la Palabra! Ahí está la libertad suprema. Se da pacíficamente por convenido que quien tiene casa tiene libertad, al menos según la ley romana. Eso nos explica que el hijo es verdaderamente libre en su casa, en la casa de su Padre.

La Palabra tiene en lo humano su manida y no dejará de tenerla nunca. Por ello, me sé de corazón y de alma cuán pedregoso es el camino que nos lleva al manadero de la casa de la Palabra, camino siempre cercenado por mis ayeres, y en los que cada texto ronea posando sus labios sobre mi frente de invierno, cuando no nos da la espalda de manera sucesiva.

Cuando el texto sana y cura, ilumina y transfigura la fragilidad de lo humano, es la hora de la belleza y del señorío del Verbo que me aclara a mí mismo y me hace entenderme. Me desentraña. Porque he sido creado en el Verbo y soy recreado por él, en esa Palabra me entiendo y me desvelo en lo más profundo de mi mismo, de mis entrañas, de mi debilidad y mi fuerza, del miedo y la esperanza. Y es que cada manantial se embellece con sus legamos. Cuando un hombre se desmadra es cuando pierde la casa paterna, cuando renuncia a sus propias raíces, y esa renuncia le desarraiga, le despadra -si se me permite el neologismo-, le queda en orfandad perpetua, sin padre y sin madre. Es la hora de la esclavitud  permanente, justo porque  un hombre sin casa no puede ser un hombre libre. Cada uno a su guisa. Como diría Lope de Vega: ¿Qué importa nacer laurel y ser humilde caña?[3]

Hemos dicho belleza y señorío del Verbo, con ello quiero pedir cita al ideal griego de lo bello indisolublemente maridado con lo bueno, que se convirtió en el principio clásico: nulla aesthetica sine ethica. En nuestros días, Wittgenstein proclamó la misma idea en el aforismo 6421 de su famoso Tractatus: “Ethik and Ästetik sind Eins” (Ética y Estética son una sola cosa). La belleza del texto nos hace mejores, nos hace buenos; y la bondad de sus páginas nos transfigura, nos hace más bellos. Es una ley irrenunciable. De ahí, el fascinante poder transfigurador de la Palabra, cuando se produce la amistad entre el texto y el lector, cuando la Palabra invita a responder y el lector lo hace con la oración de su vida. No es baladí recordar aquí al Concilio Vaticano II cuando recomienda que “Cada cristiano debe adquirir una familiaridad orante con la Sagrada Escritura[4].

Recuerdo con gozo una tertulia, en Roma en el Biblicum, con el Card. Martini, el 23 de mayo de 2002, que resume mejor lo dicho hasta ahora. Explicó tres pasos fundamentales de su relación con la Sagrada Escritura:

a) Esta página habla de mí, es un espejo donde me entiendo a mí mismo. Así pues, reconozco algo de mí en David y Jeremías, en Job o Qohelet, en Pedro o en Pablo, en el Joven rico o en la Samaritana;

b) esta página me habla a mí, me interpela, me llama, me grita, me consuela, me conforta, me sana y me salva;

c) está página me invita a responder: responder con diálogo que es oración, porque Aquél que me habla es Alguien a quien yo puedo tratar familiarmente[5].

 
 

2.- Universalidad de la Palabra

Con ojo avizor yo quiero cantar hasta morir romero. Y es que soñaría con León Felipe que sean todos los pueblos y todos los huertos nuestros:

Sensibles a todo viento / y bajo todos los cielos; / poetas, nunca cantemos / la vida de un mismo pueblo / ni la flor de un solo huerto. / Que sean todos los pueblos / y todos los huertos nuestros.

La voz del poeta insiste en la universalidad acendrada de los pueblos y los textos y en la misión del poeta de prestarle la voz. Qué bien nos viene a los lectores de la Biblia recordar que cada vez que hacemos un canon en el canon, y cantamos la flor de un solo texto, reducimos a paisaje otoñal la primavera del huerto. ¡Cuántos pueblos y cuantos textos han dejado su huella en la Sacra Pagina! Atender a su alegre sinfonía, y prestarle voz a todos ellos, no sería sino entrar en la perspectiva justa de su comprensión y su universalidad. Admirar esa inmensa corriente magmática que procede del misterio del Canon, de su inmensa belleza y complejidad, que pasa de los reyes, profetas y los sabios de Israel hasta el NT, y respetar y acoger in corde eclesiae su misterioso dinamismo de literatura sagrada, deberían concitarse en el lavorío del lector de la Biblia.

He dicho universalidad; y lo digo en dos direcciones complementarias. La una, dimana de la propia complejidad interna del texto bíblico que tiene mil años de historia. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, cuánto pueblo y cuánta lengua, cuánta guerra y cuanta bonanza, cuánto miedo y cuánta esperanza. La otra, proviene de la diversidad cultural de los lectores con su propio universo ideogramático y simbólico, con su propio ideolecto estético[6]. Mis años de profesor de Biblia en Roma, tuvieron que vérselas con alumnos de más de sesenta nacionalidades, cada uno de su padre y de su madre, -expresión coloquial que refleja las raíces culturales de una persona-, y algo sé de la enorme dificultad que supone hacer inteligible dos universos culturales diversos. ¡Ya me dirán qué tiene que ver un coreano con un extremeño, o un japonés con un alemán!


3.- El alfar de la exégesis 
 
 
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        Hoy es lugar común sostener que el lenguaje condiciona las ideas, que el pensamiento de cualquier cultura sólo puede darse en forma de palabras, dentro de la gramática de una lengua determinada. Cuánto sudor se llevan las gramáticas de las lenguas orientales para vislumbrar sus culturas. Viene ahora a mi memoria la conocida afirmación de Nietzsche: “Oh, la gramática, esa vieja zorra engañadora. Pienso que mientras exista la gramática seguirá habiendo Dioses”.

        La ley de la encarnación del Verbo somete a la Palabra a una debilidad y a una kénosis que le es, particularmente, propia, al someterse ella misma a la fragilidad del lenguaje y a la pluralidad de culturas, tradiciones y traducciones. ¡Qué débil y qué humana se hace la Palabra al pasar por tantas manos, qué kénosis más honda, como si su destino fuera pasar de mano en mano!

Los textos son musa, duende y alfar para el biblista. Van pasando –como diría D´Ors− de la anécdota a la categoría a través del ángel. ¡Cuánto de alfar tienen las largas horas de la exégesis hasta que llega el ángel! Pero el duende entrañable que lleva dentro el texto, recompensa con creces la aventura apasionante de amasar sus versos con  la  saliva de las entrañas; qué es sino la ingente tarea de desentrañar un texto desde el pulpito o la cátedra, cuando no desde la oración privada o la lectio divina. El abrazo tierno con que paga la verdad de la Palabra alfarera a los que buscan desinteresadamente sus ojos, hace gritar al lector: ¡Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas![7]

Es justo, a la postre, que deje constancia de mi alfarería al cumplir las bodas de plata como profesor de Sagrada Escritura. Le dejo al lector la reseña del barro que he amasado estos años con el vaho de mi aliento. Sino he hecho más y mejor es porque no doy más de sí. Unos cuantos libros, unos ochenta ensayos/papers en revistas especializadas, y un centenar de recensiones en las mismas, que dan cuenta de mis lecturas y de la alfarería de estos años al servicio de la Palabra de Dios.

Cuando bien conmigo pienso, la Palabra viene a ser la urdimbre recia sobre la que tejen mis hilanderas. Que me deje el lector hacer una trenza con los estudios de mis colegas para aprender antes, tejer después y juzgarlos muy luego. Allá van mis recensiones. Os entrego algo de lo que, a mi vez, de tantos recibí. Las ordeno en cuatro bloques temáticos: Biblia, Teología, Patrología, Estética y Retórica. Queden aquí como un gesto de agradecimiento a lo mucho que aprendí de mis colegas en diálogos entrañables y con las lecturas ilustradas de sus trabajos. Lorca lo dijo mejor: Compañero del alma, compañero… tenemos que hablar de muchas cosas, y seguiremos haciéndolo.
 

4.- El misterio de la vida del texto

Antes que nada, la vida del texto es un misterio que se nos escapa de las manos, que nos sobrepasa con creces. Para unos espuela, para otros medicina; para éstos sosiego, para aquellos desconcierto; para unos luz, para otros cruz; para aquellos transfiguración, para éstos purificación. Se trata, simplemente, de la infinita poliedricidad del corazón y las entrañas del texto habitado por el Espíritu que hemos de desentrañar.
 
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Como un ciego que tiene un pájaro entre sus manos… siente sus latidos, le oye respirar, comprueba como se estiran sus músculos porque quiere salir en libertad; sufre incluso algún picotazo, acaricia el terciopelo de su plumaje, pero a la sazón no disfruta de sus colores, no puede captar la totalidad de la belleza de su pájaro... se le escapa de las manos. No obstante este ciego quiere ver… ¡a través del tacto, del oído, del olor, aunque se le escape el color! Es otra forma de mirar y de ver. Mira con los oídos, ve con el tacto, y le duele hasta el aliento por escuchar los ojos de su pájaro. ¡Qué dislate que un ciego insista en ver los ojos de su pájaro!

Algo así le sucede al lector que recibe y percibe la vida del texto, su calor y movimiento, su palpitar, sus músculos, su propia grasa…, y a la sazón no atisba a verlo del todo, y ha de mantenerse con esfuerzo en el alfar con los ojos de la fe, mientras reza con esperanza con el ciego del evangelio: ¡Señor, que vea! (¡Domine, ut videam! Lc 18, 41). A la postre: siempre pródigo de la casa de la Palabra.

El lector modela y adapta el texto sagrado a la vida, por eso le da cuerda, y lo aviva como una llama que le ha sido confiada y regalada, bien consciente de que el misterio del texto nos sobrepasa siempre, porque nos sobreabunda el Espíritu que lo habita. Esa es la  sobreabundancia de "la Palabra de su  gracia"; puesto que en el régimen de la Nueva Alianza el único Logos cristiano es el evangelio de Jesucristo que, a la sazón, siempre y en todo lugar ejerce su primado y primacía como gracia. Es justo por ello que "el evangelio de la gracia de Dios" sea considerado en el retiro de Mileto[8] también como "La Palabra de su gracia". No es saldo escaso. ¡El texto es la casa del Espíritu Santo! Sin duda una casa agraciada, graciosa y gratificante para su lector amigo.
 

Termino haciéndole una confidencia al lector iniciado. Doy la última redacción a este ensayo, en Roma, con toda la carga de inmensidad y universalidad que esta ciudad transfiere a quien la observa con honestidad. Después de asomarme con modestia a la teoría literaria y a la Estética de la recepción y a la complejidad entrañable de ambas hago mías las palabras de Eugenio d´Ors: “En Roma (…) tu maestro será todo el arte del mundo, todo el arte con prestigio de eternidad. (…) La primera impresión ante tanta grandeza es que nuestro pobre esfuerzo nada podrá añadir. Todo está dicho»[9]. Esta gran verdad la vuelvo por el reverso con S. Agustín:

“Es más seguro el deseo de conocer la verdad que la necia presunción del que toma lo desconocido como cosa sabida. Busquemos como si hubiésemos encontrado y encontremos con el afán de seguir buscando. Pues, cuando el hombre cree acabar, entonces es cuando empieza”[10].

 

 

 

Dr. Abdón Moreno García
Investigador I + D
Centro de Investigadores de la Iglesia de España en Roma 

29 de Junio de 2008,
Fiesta de S. Pedro y S. Pablo,
comienzo del Año Paulino.

Revisado y ampliado el 1 de Enero de 2019,
fiesta de la  Madre de Dios




               [1] Los cinco verbos del texto original griego son: eíden autón… esplagxníszê… dramôn… epépesen epí tón trájêlon… katefílêsen autón.
 
               [2]  Lc 15, 22-24: “Pero el Padre dijo a sus siervos: Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado. Y comenzaron la fiesta”.
 
               [3]  Lope de Vega, “Epístola a Amarilis”, en La Filomena, J. M. Blecua (Ed.), Obras poéticas, T. I, (Barcelona 1969) p. 811.
 
               [4]  Cap. VI de la Dei Verbum.
 
               [5]   Cfr. El texto completo de la tertulia con el Card. Martini en la Web del Pontificio Instituto Bíblico, bajo el epígrafe “Ex - alunni”.
 
               [6] Umberto ECO, Segno, Milano 1973, p. 148: "Idioleto estetico designa ña regola che  governa tutte le deviazioni del testo, il diagrana che le rende tutte mutuamente funzionali... l´ideoletto estetico può funzionare come giudizio metasemiotico che provoca mutamento di codice".
 
               [7]  Alusión al pasaje de la Transfiguración, concretamente a Lc 9, 33.
         
            [8]   Act 20, v. 24 y v.32. Si el lector quiere  ahondar en la teología de la palabra como gracia, puede ver nuestro estudio: Abdón MORENO, Pavlvs pastor. El Ministerio del espíritu, Ed Edicep, Valencia 2008, pp. 35-74.

  [9]   E. D’ORS, Epos de los destinos, Editora Nacional, Madrid, 1943, 53. Cfr. P. IACOBONE, “Il dialogo fra la chiesa e gli artisti nel Magistero più recente, da Paolo VI a Benedetto XVI”, Culture e fede 17 (2009) 90-99.
 
  [10]  S. AGUSTÍN, De Trinitate, libro IX, cap. 1.