Lectura
estética de la crisis:
María Zambrano
Abdón Moreno
Investigador I + D
Iglesia e España en Roma.
La Flauta mágica Ex libris de D. Martín Oliete |
A primera vista, podría
parecer este apartado una digresión innecesaria del estudio de la 2Corintios, a
mí en verdad no me lo parece, por ello invito al lector a que termine su
lectura para que él mismo la someta a juicio. El estudio estético de la Biblia gana y concita hoy a
muchos lectores. Cuando el texto sana y cura, ilumina y transfigura la
fragilidad de lo humano, es la hora de la belleza y la señoría del Verbo que
nos aclara y nos hace entendernos. En la Palabra me entiendo y me desvelo en lo más profundo
de mí mismo, en la debilidad y en la fuerza, en el miedo y la esperanza. Hemos
dicho belleza del Verbo, con ello quiero pedir cita al ideal griego de lo bello
indisolublemente maridado con lo bueno, que se convirtió en el principio
clásico: nulla aesthetica sine ethica. La belleza del texto nos hace
buenos, nos hace mejores; y la bondad de sus páginas nos transfigura, nos hace
más bellos. Es una ley irrenunciable. De ahí, el poder fascinante y
transfigurador de la Palabra
cuando se produce la amistad entre el texto y el lector, y se funden sus
respectivos horizontes. Somos poco más que pródigos de la Palabra[1].
Tratamos de ahondar en la
realidad de un hombre cristiano que tiene que vérselas con una existencia que
vive entre dos tirones, el de la carne y el del Espíritu[2], y además, tiene que hacerlo en diálogo con el
espacio y el tiempo, sin huir nunca de su propia realidad, sin inventarse
fantasmas que le alejen de su mismidad más profunda[3]. La certeza maravillosa de saberse habitado
por Dios, pneumado e iluminado[4] con la energía del Espíritu del Resucitado (Rom
8,9-11), de saberse campamento donde la fuerza de Cristo pone su tienda
(2Co 12,9), no le evade, ni le aleja de los interrogantes que le plantea el
contexto socio – histórico del mundo que le toca vivir.
Desde esta conciencia
gozosa de su mismidad, el cristiano tiene que afrontar la sabiduría de la
cruz (1Cor 1,18) y desvelar su rostro de frente a sus propios exilios.
Y lo digo en plural, porque queremos hablar de lo trágico del cristiano
cuando afronta su exilio interior, su drama interior sin testigos, y
cuando debe encarar el exilio exterior que le viene de fuera de sí
mismo, de las circunstancias de su propia existencia intrahistórica. No me
refiero a una crisis de pequeño formato sino a esos momentos esenciales,
en el recorrido existencial de una vida, que quiere ser vivida de cara a la
cruz del Señor, o dicho de otro modo: una crisis de gran formato que
marca y transfigura, o destruye y envenena la existencia histórica del ser
humano. El exilio es una categoría existencial, no se queda en la anécdota,
necesita los grandes símbolos para ser explicado: es el ángel del exilio, que
no es otro que el ángel del cáliz y el ángel de Jacob y, además, muchas veces
toma rostro de ángel de Satanás (2Co 12, 1-11). De la anécdota a la categoría a
través del ángel, ésa es la línea que atraviesa toda la estética de E. D´ors. A
ese clavo quiero agarrarme ahora.
Cruz con el Kittel al fondo: "La sabiduría de la gruz" (ICo 1, 18) |
Viene de lejos ya, el que a mí me interese sobremanera la metafísica
estética y la razón estética de María Zambrano, ella me despertó a
la aurora, ¡tenía que ser una mujer la que me pariese a mí a la metafísica
auroral! Ella me enseñó la poesía como reconciliación y palabra de
eternidad, y me ayudó a creer en su fuerte poder de sanación interior, “cuando
no hay ninguna luz del cielo que riegue lo árido, sino razón seca y avellanada,
como tampoco la zéia manía de los
poetas, ese estar-lleno-de-Dios como lo vino a definir Pieper”[5].
Nos puede ayudar
sobremanera reflexionar sobre esta verdad de lo trágico de lo humano[6], la mano de la gran filosofa[7] española María Zambrano (1904-1991). Al fin y al
cabo, los grandes textos literarios, y cómo no, también los bíblicos, no
permanecen mudos, sino que siguen hablando a lo largo de los siglos, cuando el
lector de cada tiempo con audacia los interroga, e incluso adquiere sobre ellos
su propia paternidad literaria[8]. Cuanto más audaz y arriesgada es la pregunta que
le hace el lector al texto, y a las grandes verdades del misterio humano, más
audaces son las respuestas que el mismo texto provoca. En esta cadena de
audaces y luminosos interrogadores ponemos a la Zambrano[9], y a su abrigo descansamos y pensamos. “Si Mª
Zambrano se hubiera callado. Algo profundo y esencial habría faltado, quizás
para siempre, a la palabra española”[10].
Parto de la descripción
que hace Cioran[11] de nuestra pensadora. Ahí podemos contemplar
algunas claves para entender su originalidad. Resalta, en primer lugar que la
autora ha sabido instalarse en la palabra liberada del lenguaje, ha trascendido
el Logos, va más allá de lo dicho: Maria Zambrano no ha vendido el alma a la
idea, ha salvaguardado su esencia única poniendo la experiencia del Indisoluble
más allá de la reflexión sobre el mismo, en suma ha sobrepasado la filosofía...
Es verdad a sus ojos sólo lo que precede o sigue a lo dicho, solo el verbo
arrancado de las ramas de la expresión, como dice ella magníficamente: la
palabra liberada del lenguaje.
Cioran la ve como una
mujer de reconciliación, muy generosa, que absuelve los límites de lo humano,
entrañablemente comprensiva, una maestra de la vida:
“¿Quién, anticipando nuestra inquietud, nuestra
búsqueda, tiene como ella el don de dejar caer el vocablo imprevisible y
decisivo, la respuesta de los desarrollos sutiles? Por esto desearíais
consultarla cuando cambia radicalmente la vida, en el umbral de una conversión,
de una ruptura, de una traición, en la hora de las confidencias últimas,
penosas y comprometidas, para que os revele y os explique a vosotros mismos,
para que os dispense una especie de absolución especulativa, y os reconcilie
tanto con vuestras impurezas como con vuestros impasse y vuestros estupores”.
ORTEGA y GASSET |
Zambrano es alumna de
Ortega y Gasset y de X. Zubiri, pero supera a sus maestros y va más lejos que
ellos. Para Zubiri, la autentica apertura a la realidad comporta necesariamente
la confrontación con aquello que es el vinculo ontológico fundamental de la
existencia humana: el ligamen con Dios. El problema de Dios debe ser puesto,
por tanto, a un nivel radical, en cuanto no se configura como cualquier
problema científico o vital, sino que es una cuestión que afecta al hombre por
el solo hecho de que se encuentra colocado en la existencia[12].
Descubrir nuevamente esta
radicalidad aparece hoy extremamente necesario para el hombre occidental, que,
según Zubiri, ha llegado a la situación de un laicismo[13] caracterizado “no tanto de una idea de Dios
positiva (teista) o negativa (ateista) o agnóstica, sino de una actitud más
radical: negar que exista un verdadero problema sobre Dios”[14].
Mª Zambrano acoge de lleno
esta temática, haciendo de ella el centro de su especulación, pero
confiriéndole una connotación especial, debido a la estrecha conexión que ella
realiza entre religión y cultura y, como consecuencia, entre cultura y esperanza.
Para la pensadora de hecho, “La cultura no es otra cosa sino un sistema de
esperanzas”[15], ya que la esperanza es la tonalidad dominante de
la existencia humana. El hombre, jamás nacido del todo, durante toda su vida
anhela una suerte de regeneración, o un nuevo nacimiento más completo, y es
este anhelo el que da lugar a la esperanza[16].
Pero la estética[17] de la esperanza, en Zambrano, está llena de realismo.
Evita el personaje y la máscara, la huida en falso del propio destino. Va más
allá que Ortega, ahonda más, humaniza la circunstancia del hombre y se abraza a
ella. Lo refleja muy bien en la concepción de la libertad del alma española:
“Yo y mi circunstancia. Esa cárcel y estos hierros.
Pero quien así se queja no pretendió jamás evadirse. Quizás sea esta la manera
de llegar a la libertad del alma española: la reabsorción de la circunstancia,
la vivificación de la circunstancia, el abrazarse a lo que nos limita
sujetándose libremente a lo que encadena; encontrar la libertad en la lucha y
jamás en la evasión. El español prefiere hundir las raíces en la tierra a
ensayar alas para un vuelo fugaz”[18].
Éste es el hombre de María
Zambrano, el que no huye nunca de la quema, sino que coge el cubo y va a apagar
el fuego aunque se queme, alguien que no sabe huir ante la realidad, alguien
esencialmente valiente para mirar su crisis y sus límites cara a cara, aunque
no nos guste y su rostro sea, a veces, horrible. Aplicado a nuestro contexto
ministerial, bien podríamos decir que el ministerio en la cruz y en la crisis
encuentra su luz abrazándose a la lucha, jamás a la evasión. Nombrando lo que
le pasa sin huidas falsas, y descubriéndolo como gracia, el ministerio en la
cruz se reconcilia consigo y con su Señor crucificado. En definitiva, es el
hombre que prefiere “hundir las raíces en la tierra a ensayar alas para un
vuelo fugaz”. Puesto que ensayar alas para huir de la cruz, no es más que
perderse el sentido más profundo de la existencia ministerial, y la fuerza
vivificadora de la reconciliación más íntima y de la propia libertad interior.
No se puede tener miedo a la cruz y ser feliz en esta vida.
El liberalismo toma del
cristianismo “la exaltación de la persona humana al más alto rango entre todo
lo valioso del mundo”, olvidando que la confianza cristiana en el hombre se
fundamenta “no en todo lo del hombre, sino en aquél punto por el cual es imagen
de alguien que al mismo tiempo que le ampara le limita”[19].
Parecería que el hombre
quisiera hacer de todo de nuevo habiendo perdido el sentido de su acción que
así resulta desastrosa, inéditamente desastrosa, por la ilimitada capacidad que
descubre en sí mismo. Cuando esa capacidad no está orientada hacia su propia
humanización, degenera en un intento de endiosamiento imposible que acaba
convirtiéndolo en ídolo, ya que no puede ser Dios; y como todo ídolo, dios
falso, necesita de víctimas para continuar existiendo[20]. Por todo esto, la historia se vuelve según
Zambrano “cada vez más sacrificial”.
La persona es absoluta
para el hombre, pero no basta ser persona, sino que hay que saberlo y querer
serlo,
“...pues se trata de una realidad tal que necesita
ser pensada y querida, sostenida por la voluntad para lograrse. Para ser
persona hay que querer serlo, si no se es solamente en potencia, en
posibilidad. Y al querer serlo se descubre que es necesario un continuo
ejercicio, un entrenamiento”[21].
Disfraz de Príncipe azul |
Cuando la persona no
quiere serlo, no quiere entrar en el fondo de su mismidad, realiza una salida
en falso hacia el paisaje que le dibuja su propia imaginación y su propio adanismo
que le convierte en un personaje de cartón; y a la postre, se inventa a si
mismo, huye del diálogo sereno con su propia realidad y sus específicos
límites, le da miedo ponerle nombre y apellidos a su crisis interior, y
comienza la danza de una existencia sin dignidad con el baile de sus mascaras.
Muchos textos tiene Zambrano sobre esta comedia humana, baste entre ellos:
“Cuando el sujeto se embebe en ese yo, cuando se
deja embeber por él, se hace personaje, deja de ser persona y entra a
representar todo aquello que su yo le impone. El sujeto se inventa a sí mismo,
inventa una máscara, un tipo, un personaje”[22].
Más cercano en el tiempo,
en un trabajo muy significativo sobre el fundamento de la vida eclesial, J.
Zizoulas[23] ha insistido en la misma idea, y ha mostrado que,
en sentido cristiano, el hombre solamente llega a ser persona plenamente por la
gracia: por sí mismo es “personaje” que busca su verdad sin encontrarla, está
perdido entre papeles, leyes, normas y poderes de la muerte que terminan
destruyéndole por dentro; sólo en Cristo, al integrarse en el misterio
trinitario llega a ser persona, encontrándose a sí mismo como ser definitivo en
relación a Dios y hacia los otros.
Solamente cuando el hombre
es capaz de hacer de sí mismo una ofrenda a su propia destino, soñándose en
sintonía con él, actualizando obediencialmente su sueño, podría decirse,
es capaz de rescatar su persona del inherente personaje que implica vivir en
sociedad, es decir, de rescatarse de sus máscaras sucesivas. La ofrenda
a su propio destino supone aceptarlo y quererlo, tener reaños para entrar en el
fondo más profundo de su ser y desentrañarse a sí mismo “ahondándose sin
ensimismamiento”[24]. Gran parte de la salud de lo humano depende de
aprender a quererse y a respetar la propia historia, simplemente por una razón:
porque es la mía. Y el respeto a uno mismo supone apostar por negarse
rotundamente al baile de las máscaras y estrenar, diría yo, cada día la danza
de la gracia que conforma su propia entraña. La guerra continua con las propias
entrañas, supone un derroche de energía que termina, a la postre, en la
patología. No está mal tener una espina en la carne y un ángel de Satanás, lo
que está muy mal es no saber como se llaman, no querer ponerle nombre y
apellidos, enmascararlos. ¡Cuántas crisis en el ministerio se ha resuelto bajo
el patrocinio de la máscara!, es decir, no se han resuelto y se han envenenado.
Este rescatarse va
reduciendo la sombra que encuentra en él mismo[25]. Así consigue una progresiva transparencia que se
traduce en el rostro, totalmente opuesto al hermetismo de la máscara.
Expresividad propia del hombre bueno: Alonso Quijano como personaje
literario, Nina, el personaje de Misericordia de Pérez Galdós, Antonio
Machado etc. Aquellos que por el sacrificio rescataron su persona de la
máscara y que con su vida abrieron un camino en el curso de la humanidad.
Gracias a ello llegaron a ese conocimiento al que solo se llega por amor, cuyo
núcleo es el propio nombre, conocer con exactitud el nombre y apellidos de lo
que me pasa, diría yo.
Conocer el propio
nombre es una nota que, como en
sordina, acompaña todas las reflexiones de Zambrano sobre la persona[26], y la verdad y el orden de las cosas que
nosotros no ponemos:
“Comienza nuestra generación en una época –agotado
ya el tema idealista- de nueva confianza en la estructura, en el sentido del
mundo; éste nos aparece con una significación; las cosas todas tienen un orden
que nosotros no ponemos, y que por lo mismo hemos de esforzarnos en descubrir,
y conociéndole, acordar con él nuestras vidas”[27]
4.3. La aceptación del propio destino:
el cáliz que hay que beber
El diálogo interior con el
propio misterio humano desconcierta y hace crecer sin ambages. Cuando el hombre
se toma las medidas sin disfraces se recompone desde lo más íntimo, aprende una
lengua nueva que se conjuga en su propia historicidad como humano, y, entonces,
solo entonces, se articula la sintaxis
de la propia existencia con equilibrio, cada sintagma existencial se coloca en
su sitio, y es capaz de aceptar, e incluso querer, su propio destino como un
misterio. Zambrano lo dice mejor:
“Cuanto más profundo es el destino que pesa sobre
una vida humana, la conciencia lo encuentra más indescifrable y ha de aceptarlo
como un misterio. El conocimiento del destino adviene después de que se
consumó. Entonces, desatado el nudo terrible por el padecer, salta de pronto el
sentido íntimo; se hace visible, se ha transformado en conciencia.
Mas quien lo condujo por su vida hasta la conciencia, lo apuró en el padecer
oscuro, atravesado, eso sí, por presentimientos. El destino jamás se hace
visible del todo para quien lo padece. Es el ángel con quien Jacob lucha
toda la noche y que solo consiente ser visto a la madrugada”[28].
Resulta impresionante la dialéctica que establece
Ambos cuadros, juegan con
exquisita validez con el color rojo. La cabeza del Cristo de los olivos es
roja, parece que está ardiendo de dolor, parece el grito eterno de la humanidad
dolorida. Con el mismo juego estético, la pelea del ángel con Jacob está
sumergida en un rojo intenso, haciendo de la cartografía de la sangre como un
ruedo eterno donde cada uno juega a hundir en la arena la espalda del
contrario. Y es que, solo se le toman las medidas a Dios cuando se pelea con
él, solo entonces Dios se hace más grande, más Dios, y queda en el alma la
frescura y la certeza de que el hombre siempre pierde en esta pelea; Dios
siempre gana, y ganando él también gana el hombre recolocado en su puesto de
criatura frente a su Creador. En ambos cuadros hay una provocación y un
metalenguaje que va más allá de lo dicho: el misterio humano del dolor.
El propio asunto bíblico
del cuadro, la lucha de Jacob y el ángel, y sus posibilidades simbólicas,
parece que las encontró Gauguin en Víctor Hugo. Él estaba leyendo los
Miserables en julio de 1888, precisamente el año que pintó Después del
sermón, y en esa novela el combate de Jacob aparecía como metáfora de la
lucha interior con la propia conciencia[30]. Después de una larga búsqueda, toda una aventura
que al final me llena de satisfacción, creo haber encontrado el texto de Víctor
Hugo[31] que influyó en Gauguin:
“¡Jacob no luchó con el
ángel más que una noche! ¡Ay! ¡Cuántas veces hemos visto a Juan Valjean
luchando en medio de las tinieblas a brazo partido con su conciencia! ¡Combate inaudito!
En ciertos instantes el
pie se desliza, en otros se hunde ¡Cuántas veces la conciencia, precipitándole
hacia el bien, le había comprimido y abrumado!
¡Cuántas veces la verdad
inexorable le había hincado la rodilla en el pecho! ¡Cuántas veces, derribado a
impulso de la luz, había implorado de ella el perdón!
¡Cuántas veces aquella luz
implacable, encendida en él y sobre él por el obispo, le había deslumbrado,
mientras deseaba ser ciego!
¡Cuántas veces, en lo más
crudo de la lucha, se había vuelto a levantar, asiéndose de la roca, apoyándose
en el sofisma, arrastrándose por el polvo, ya señor, ya esclavo de esa
conciencia!
¡Cuántas veces, después de
un equívoco, después de un razonamiento traidor y especioso del egoísmo, había
oído a la conciencia gritarle: ¡Zancadilla! ¡Miserable!
¡Cuántas veces su
pensamiento refractario se había agitado convulsivamente bajo la evidencia del
deber!
Resistencia a Dios.
Sudores fúnebres. ¡Qué de heridas secretas, que él sólo veía destilar sangre!
¡Qué de llagas en su lamentable existencia!
¡Cuántas veces se había
erguido sangriento, magullado, destrozado, iluminado, con desesperación en el
corazón, y la serenidad en el alma! Vencido, se sentía vencedor.
La conciencia, después de
haberle atormentado, formidable, luminosa, tranquila, le decía:
¡Ahora, vete en paz! Pero,
¡ay! ¡Qué lúgubre paz, después de una lucha tan sombría! La conciencia es,
pues, infatigable e invencible.”
Después de leer este texto
de Víctor Hugo, que sitúa la pelea con el ángel en el interior de la propia
conciencia, viene a mi memoria y comparto con el lector aquel texto venerable
de Lutero[32]: “La sangre de Cristo crea buena conciencia. Lo
cual no ocurre sino mediante una conciencia cierta de la remisión de los
pecados. Donde no está presente (esta conciencia) allí la conciencia está
inquieta...”; “inquieta” en este contexto significa que la conciencia es en sí
mismo una conciencia mala, que ella se deja aterrorizar de la ley, y que
resulta, a su vez, aterrorizante. El evangelio pone fin a esta conciencia,
libera de la conciencia aterrorizada y aterrorizante y por tanto simplemente de
la conciencia. La libertad de la conciencia viene llamada por Lutero la
conciencia evangélica. Es necesario contestar a la conciencia hasta
tacharla de falsedad: “Tú mientes, Cristo tiene razón, no tú”, ya que “Dios ha
dejado morir a su propio Hijo para que tuviésemos una buena conciencia”[33].
Que perdone el lector este
neófito ensayo de hermenéutica estética de dos textos venerables y sagrados, a
los que el hombre en crisis acude a beber con frecuencia para encontrar el
sentido de su aturdimiento en el sufrir, y para ponerle nombre a lo que le
pasa. Zambrano lo dice mejor:
“El absoluto se presenta a veces en forma de ángel,
pero lo que suele ofrecer el ángel es un cáliz que hay que beber. Como la flor,
cáliz del rocío mañanero refresca, y también puede envenenar.
Cuando el absoluto – intangible e inasequible para el hombre- , el santo sin
sombra, sin mezcla, dice de sí mismo ‘soy el camino, la verdad y la vida’,
cuando el absoluto desciende a ser el camino de la verdad inasequible para el
hombre y de la vida verdadera, para el hombre el camino es trascenderse a sí
mismo. Y así viene a recordar su nacimiento, su relatividad; y eso que el
tal ser humano está siempre a punto, cuando se trasciende, de aplastar
cualquier conato de ser; pues que el hombre, más que un ser entero y verdadero,
es un conato de ser, y no tiene que enseñorearse”[34].
El trascenderse de la Zambrano libra al hombre
del envenenamiento ante la crisis, por el contrario la trascendencia le
refresca si bebe el cáliz que le ofrece el ángel. El huerto de los olivos es
para ella la clave de bóveda de la construcción de un ser auténticamente humano
que no huye de sí mismo, sino que se acepta y se ama en soledad[35]. De cómo vivir esta soledad levanta acta nuestra
filosofa:
“En la
Pasión divina hay un instante supremo en que parece que se
detiene para decidirse, suspendida sobre el abismo infinito. Jesús está solo
ante su destino; en soledad completa ante él. Un ángel le alarga el cáliz de su
inajenable padecer. Misterio en que lo humano obtiene su liberación suprema de
la tragedia de ser sombra del semejante. El ángel se aparece siempre a los que
logran la soledad; ¡es la imagen sagrada de la soledad! Y el hombre que lo haya
sentido cerca, aún sin verlo, estará libre para siempre del acecho de la envidia;
del torcido ensimismamiento, donde la mirada se desvía ante el equívoco espejo.
Pasión incompleta la del hombre que no haya vivido
su hora a la manera humana, lejos de todo y sin sombra. Entonces nace a la
soledad, algo ya imperecedero. Pues no se verá en el semejante, ni tendrá nada
de él. Pero también cabe desdecirse en el Huerto de los olivos, desviviendo
el destino, arrepintiéndose de la Pasión”[36].
Cuando el hombre da cabida
a este desdecirse en el Huerto de los olivos, desviviendo el destino, se
inventa sus personajes. Es el momento de la huida radical de la propia finitud
que se convierte en un desvivirse sin sentido de la propia totalidad.
Entonces la personalidad se fragmenta, rompe su unidad interior, y comienza el
juego de las propias mascaras, que terminan por arruinar la verdad y la
energía de la propia mismidad y de su singular historia personal. ¡Cuántos
santos se perdieron en la historia por huir de su propio huerto de los olivos y
de su singular cáliz existencial, arrimando sus propios legamos a la fantasía
de su imaginación dolorida y fragmentada!
Bien es verdad que el
hombre necesita mirarse para entenderse, porque toda vida está necesitada de
visión, ya que la vida como instinto es ciega. El hombre necesita para mirarse
el espejo vivo que son los otros, sus semejantes. En este mirarse, dice la
autora, inevitablemente se pondrán de relieve aquellas carencias propias que se
detectan, por estar presentes en el otro no como carencias propias sino como
cualidades positivas[37].
Antes de seguir adelante,
notemos que también la pintura moderna tiene su símbolo estético del ángel de
Satanás de 2Co 12,1-10[38] en el Caballo herido de Picasso. Me gusta mirar
"El caballo corneado" de Picasso; en cuanto lo vi, en Barcelona, lo
compré para ponerlo en mi habitación en Roma. Me parece todo un símbolo del
hombre eterno, del hombre sufriente, del hombre sarkóforo, del hombre en
crisis. Si no fuese blasfemia diría, que es como una crucifixión laica, o mejor, como la crucifixión antropológica. Lo
que más me gusta es el cuello, largo, largo..., tirando hacia el cielo como una
lanza o como un ciprés despierto... y ¡ese cuerno!.., que tiene nombre de
"ángel de Satanás", de "aguijón de la carne". Ese cuerno
negro que le saca las tripas al hombre. Donde Pablo dijo "...que me
abofetea", Picasso dijo "...que me saca las tripas"[39]. Dos versiones de
la fragilidad de lo humano, la una cristiana, la otra laica; la plasticidad
de ésta desenmascara la verdad de aquella; las dos -una literaria, la otra
plástica-, con una pasión: un cuello que se resiste a caer, que se estira más
todavía, una garganta que quiere tocar el cielo y se hace su vereda para sorber la voz amiga que le grita:
"¡Te basta mi gracia!"[40].
La estética de la
esperanza está presente en muchas de las obras de Mª Zambrano, pero destaca
entre ellas La agonía de Europa[41], donde reflexiona con avidez sobre la esperanza
antigua y la esperanza cristiana.
Para un cristiano que
tiene que afrontar su propia tragedia existencial sin fragmentarse, que
necesita ahondar en el sentido del cáliz peculiar de su historicidad, e incluso
contemplar que han demolido su propia vida y debe aprender a vivir con sus añicos,
-para María ruinas[42]-, las
ideas de Zambrano sobre la esperanza pueden transfigurar la propia existencia
con un cambio de códice mucho más luminoso.
Zambrano parte de la
necesidad que tiene el hombre de nacer de nuevo y de ser regenerado:
“El hombre es una bien extraña criatura, que no se
contenta de nacer una sola vez, sino que tiene necesidad de ser nuevamente
generada. Lo que se llama espíritu puede ser muy bien esta necesidad y
potencia de regeneración que el hombre siente, a diferencia de las otras
criaturas a las cuales les basta nacer una sola vez”.
“Toda cultura es pues consecuencia de la necesidad
que sentimos de nacer nuevamente. Por esto la esperanza es el fondo último
de la vida humana, aquel que reclama y exige el nuevo nacimiento, su
instrumento, su vehículo. Por esto el ser humano no reposa; porque todas las
veces que en sucesivas culturas ha vuelto a nacer, no ha podido obtener el
nacimiento definitivo, ya que en ninguna de ellas ha encontrado, ni puede
quizás encontrar, aquel essere entero y completo tras del cual va en su
búsqueda”[44].
Profundizando en S.
Agustín a quien considera fundador de Europa, y desarrollando el ordo amoris
como clave de esperanza, Zambrano parte de la trascendencia, de lo
sobrenatural, de la fe, para nombrar la esperanza de los hombres y para
hacerlos vivir en la ciudad de Dios con el amor; por ello no duda en
presentarse ella misma como fundadora y profeta de una Europa auténticamente
cristiana.
Asumiendo la culpa
colectiva del hombre europeo que había llegado a negar a Dios para afirmarse a
si mismo, nuestra autora escribe una confesión análoga a la agustiniana. La
salvación de Europa no es posible sin la conversión del hombre occidental.
Hay que crear una fe que dé a la esperanza una nueva dirección. De ello depende
la posibilidad de crear una nueva cultura para una Europa en decadencia[45].
Para Zambrano la esperanza
de Europa ya no podía residir en la razón claramente en crisis, sino en un
humanismo cristiano de signo agustiniano. Contraponiéndose a Nietzche, piensa
que es necesario Dios para que siga existiendo el hombre, pues en la dialéctica
Dios – hombre se encuentra el fundamento verdadero de la historia. Así pues,
confiesa:
“Europa no ha muerto. Europa no puede morir del
todo; agoniza; porque Europa es tal vez lo único en la historia que no puede
morir del todo; lo único que puede resucitar, y este principio de resurrección
será el mismo que el de su vida y el de su transitoria muerte”[46].
La verdadera historia no
es la de los hechos acontecidos, sino la historia humana de esperanzas y
desesperanzas, un camino de desdicha entre una salida y un arribo.
La historia de Europa ha
sido la lucha cuerpo a cuerpo entre Dios y el hombre, la pelea eterna de Jacob
con el ángel. Solo así se explican los ateísmos europeos. Buen ejemplo es la
exigencia del humanismo europeo de la represión de Dios para autoafirmarse. En
esa lucha con Dios, el espíritu del europeo ha caído en el vacío de la nada.
Pero la negación de Dios conlleva la negación de la cultura, la destrucción de
las formas humanas y el retorno de las máscaras, la aparición de los elementos
y la vuelta al hermetismo de lo sagrado[47].
“En su soberbia, la cultura europea ha olvidado lo que
le debía y ha olvidado también este cuidado del corazón, y así se le ha ido
cerrando y se ha vuelto a la situación del Antiguo Imperio Romano, en que el
hombre, desalmado bajo la razón y bajo el poder, sentía la existencia
como una pesadilla”[48].
Notemos toda la fuerza que
tiene en castellano el adjetivo desalmado; indica quedarse sin alma,
quedarse sin madre, vivir sin raíces, por eso, a veces, es sustituido por desmadrado
o desmadrarse. Si el hombre olvida el corazón se desmadra, se desalma, se queda
sin alma. Y esto sucede cuando el ser humano endiosa a la razón o al poder, y
los convierte en sus ídolos, y así los ídolos, que necesitan sacrificios, le
robarán el alma y le pondrán su máscara; y, a la postre, de esta dinámica, la
existencia se convierte en pesadilla.
Para Zambrano, la
esperanza finaliza a lo humano en un hacerse a si mismo que nunca está acabado,
en una continua regeneración. La esperanza creadora, la esperanza reveladora,
la esperanza que crece en el desierto, la esperanza liberada de
la infinitud sin término, que abraza y atraviesa la entera extensión temporal,
la esperanza sacrificial[49]. En definitiva, la esperanza que realiza el milagro
de que el hombre pueda desgranar la vida de cada día con la dignidad de un
príncipe que retorna del exilio[50].
[1] Se puede ver
una reflexión más amplia en nuestro estudio: A. Moreno García, Pródigo de la Palabra , Ed.
Indugrafic, Badajoz 2008, 14-15
[2] Si el lector
quiere un texto más amplio con el contexto de los catálogos de las pruebas,
puede ver nuestro estudio: A. Moreno
García, “El cristiano ante la crisis y la estética
del exilio en María Zambrano (Act 20, 17-38 y 2Co 12, 1-10)”, Compostellanum 51
(2006) 181-211.
[3] Agradezco entrañablemente a mis alumnos del Seminario
Metropolitano de Mérida – Badajoz su participación en el Seminario Biblia
y Estética, en el curso 2005-2006. Sin saberlo, ellos me ayudaron con su
interés intelectual de neófitos a profundizar y ordenar estas ideas -si es que
cabe el orden aquí- con ordo rerum.
[4] Recordamos la tradición oriental que ve
siempre al cristiano como un iluminado por el Espíritu. De ahí que ellos
mismos, en su liturgia, que a la postre es siempre su dogma hecho plegaria,
nombren al bautismo como iluminación (fotismós).
[5] F. TORRES
ANTOÑANZAS, Don Quijote y el absoluto. Algunos aspectos teológicos de la
obra de Cervantes, Ed. Univ. Pont., Salamanca 1998, 196.
[6] Mª. ZAMBRANO, Pensamiento y poesía en la
vida española, Ed. Endimión, Madrid 1996, 120: “Estoicismo y cristianismo
se disputan el alma del español, su pensamiento. En este drama, que es el
verdadero drama de España, no podemos entrar ahora. Quizá nos abrasaríamos”.
[7] Cfr. El original libro de N. FISCHER, La
pregunta filosófica por Dios, Ed. Edicep, Valencia 2000, sobre todo el cap.
“Relación tensa entre el llamado ‘Dios de los filósofos’ y el Dios viviente de
la fe”, 269-322.
[8] Recordemos la conocida y citada idea de
Gadamer: “Los textos pierden la paternidad del autor para adquirir la
paternidad del lector”.
[9] Además de las obras de la autora que
citaremos a continuación, tenemos delante: A. BUNDGAARD, Más allá de la
filosofía. Sobre el pensamiento filosófico – místico de Maria Zambrano, Ed.
Trotta, Madrid 2000; Mª T. RUSSO, Maria Zambrano: La filosofia come nostalgia e speranza, Ed. L. Da
Vinci, Roma 2001; J. J. GARCÍA, Persona y contexto socio – histórico en
Maria Zambrano, Ed. Cuad. Pens. Esp, Pamplona 2005; A. SAVIGNANO, María Zambrano,
la ragione poetica, Ed. Marietti, Génova – Milano 2004; A. Mª. PEZZELLA, Maria
Zambrano, per un sapere poetico della vita, Ed Messagero, Padova 2004; R.
PREZZO, (Ed.), Verso un sapere dell anima, Ed. R. Cortina, Milano 1966;
J. MORENO SANZ, María Zambrano. La razón en la sombra, Ed. Siruela,
Madrid 1993; J. F. ORTEGA MUÑOZ, “Fe y razón. Historia de un encuentro
anunciado”, Epimeleia 8 (1999)167-202, y “Reflexión y revelación: los
dos elementos del discurrir filosófico en Maria Zambrano”, Epimeleia 4
(1995) 12s.
[10] J. L. ARANGUREN, “Los sueños de María
Zambrano”, Revista de Occidente, Madrid 1966, 212.
[11] E. M. CIORÁN, Esercizi di ammirazione,
Ed. Adelphi, Milano 1988, 177-178.
[12] X. ZUBIRI, Naturaleza, Historia, Dios,
Madrid 1974, 240.
[13] Cfr. R. M.
CRISHOLM, Persons and Object, Illinois
1979, 159-175.
[14] X. ZUBIRI, El hombre y Dios, Madrid
1984, 12.
[15] Mª. ZAMBRANO, La agonía de Europa,
Madrid 1988, 45-46.
[16] Mª. T. RUSSO, Maria Zambrano: La
filosofia come nostalgia e speranza,
Ed. L. Da Vinci, Roma 2001, 19-20.
[17] Para reflexionar sobre el camino estético en
los últimos años se puede ver el reciente y precioso estudio en colaboración,
editado por J. INSON, (Ed.) The Oxford handbook of Aesthetics, Ed. Oxford Un. Press, Oxford NY
2005. Cfr. R. UTON, The Aesthetic Understanding. Essays in the Philosophy of
Art and Culture, London – New
York – Methuen
1998.
[18] Mª. ZAMBRANO, “Señal de vida. Obras de Ortega
y Gasset (1914-1932)”, Rev. Occidente 24-25 (1983),. 277.
[19] Mª. ZAMBRANO, Mª., La agonía de Europa, Madrid 1988,
45-65.
[20] Seguimos de cerca al profesor argentino J. J.
GARCÍA, Persona y contexto socio – histórico en Maria Zambrano, Ed.
Cuad. Pens. Esp, Pamplona 2005, 56-58.
[21] Mª. ZAMBRANO,
Persona y Democracia, 152.
[22] Mª. ZAMBRANO, Notas de un método, Ed.
Mondadori, Madrid 1989, 61.
[23]
J. ZIZOULAS, “Du personage à la persone”, en L´être
eclesial, Ed. Labor et Fides,
Genève 1981,. 45-48.
[24] Mª. ZAMBRANO, Claros del bosque, Ed.
S. Barral, Barcelona 1993, 93.
[25] Sigo al profesor argentino J. J. GARCÍA, Persona
y contexto socio – histórico en Maria Zambrano, Ed. Cuad. Pens. Esp,
Pamplona 2005, 85
[26] Mª. ZAMBRANO, España, sueño y verdad,
Ed Siruela, Madrid 1994, 144s.
[27] Mª. ZAMBRANO, “Nosotros creemos”, El Liberal,
Madrid 28 de junio de 1928, 3.
[28] Mª. ZAMBRANO, “Eloisa o la existencia de la
mujer”, Sur, XIV, Buenos Aires 1945,
41. La cursiva es nuestra, no pertenece al original,
[29] National Gallery
of Scotland de Edimburgo (1888). Gauguin
siempre vio su cuadro como una mistificación, como un icono religioso ante el
que se podía rezar y pensar. Intentó donar su cuadro a la iglesia de Pont-Aven
y no se la aceptaron, y, al verlo rechazado, volvió a intentar la donación a la Iglesia de Nizón con un
nuevo fracaso.
[30] G.
SOLANA, “El despertar del Fauno. Gauguin y el retorno de lo pastoral”, en
Gauguin y los orígenes del simbolismo, Museo Thyssen – Bornemistza, Madrid
2004, 15-63.
[32] M. LUTERO, De votis monasticis
1521, WA 8, 606. Cit, por JÜNGEL, E., Il vangelo de la giustificazione come
centro della fede cristiana. Uno studio teologico in prospettiva ecumenica, Brescia
2000, 229.
[33] M. LUTERO, WA. TR. 1, 402, 174. (Ut
haberemus bonam conscientiam). El original alemán rörer = tranquila.
[34] Mª. ZAMBRANO, Notas de un método, Ed.
Mondadori, Madrid 1989, 78. Cfr. M. BENITO, “La recuperación de la belleza.
Presencia del materialismo en los estudios de Historia del Arte”, Communio
26 (2004) 62-71
[35] Son muy abundantes las citas de nuestra
pensadora sobre la soledad. Esa soledad fecunda donde el hombre se recompone y
se encuentra a si mismo, aceptando su propio destino. Sin soledad, sin
encuentro íntimo con el fondo del alma, al hombre se le escapan las bridas del
sentido de su propio camino en la historia. El paradigma de la soledad, para
nuestra autora, es el Huerto de los olivos
[36] Mª. ZAMBRANO, El hombre y lo divino, Ed. Siruela,
Madrid 1992, 272.
[37] Aquí surge la envidia, que siempre aparece
como enfermedad sagrada en aquellos que se niegan a beber el cáliz del propio
destino, y que sólo puede conjurarse cuando se acepta la propia singularidad,
signada en lo más profundo por el propio destino: J. J. GARCÍA, Persona y
contexto socio – histórico en Maria Zambrano, Ed. Cuad. Pens. Esp, Pamplona
2005, 72.
[38] J.
LAMBRECHT, Second Corinthians,
Sacra Pagina 8, Minnesota 1999, 199-210. Cfr.
P. M. BEAUDE, “Le ‘je’ comme figure du discours. Une antropologie du sujet paulinien”, Semiot Bibl
118 (2005) 42-55.
[39] El
interesado en la estética, puede ver variaciones a color del caballo corneado
de Picasso, realizadas por el pintor extremeño Paco Sánchez en nuestro estudio:
A. MORENO GARCÍA Minotauro de encina. Una gramática de antropología estética,
Ed. Indugrafic, Roma – Badajoz 2005.
[40] A. MORENO
GARCÍA, “Boletín
bibliográfico de Eclesiología, Patrología y Estética”, Pax & Emerita 1 (2005) pp. 531-555.
[41] Mª. ZAMBRANO, La agonía de Europa, Ed.
Mondadori, Madrid 1988, 45-65. Existen dos traducciones italianas de este
texto: C. RAZZA, L´agonia dell´Europa, Ed. Marsilio, Venecia 1999 y Mª.
T. RUSSO, “La speranza europea”, en Maria Zambrano: La filosofia come nostalgia e speranza, Ed. L. Da
Vinci, Roma 2001, 35-48.
[42] Muchas son las páginas que ha dedicado la
pensadora a reflexionar sobre las ruinas y sobre su significado cultural
para la historia de los pueblos y de las personas. Las ruinas son memoria viva
de un pasado mejor que ya no existe, pero que sigue pidiendo su voz propia en
el corifeo del pensamiento.
[43] Para profundizar
la esperanza en la cultura profética, se puede ver el estudio reciente de J.
Mª. ÁBREGO, “La esperanza mesiánica en los libros proféticos: evolución y
desarrollo”, Est. Bibl. 62 (2004)
411-433.
[44] Mª. T. RUSSO, op.
Cit. 35.
[45] Sigo de cerca
ahora a BUNDGAARD, op. cit. 257.
[46] Mª. ZAMBRANO, La
agonía de Europa, Ed. Mondadori, Madrid 1988, 26.
[47] BUNDGAARD, op.
cit.
[48] Mª.
ZAMBRANO, La agonía de Europa...
59.
[49] Este despliegue
zambraniano de locuciones se puede ver en Mª. ZAMBRANO, Los Bienaventurados,
Ed. Siruela, Madrid 1990, 118s. Cfr. A. Mª. PEZZELLA,
Maria Zambrano, per un sapere poetico della vita, Ed Messagero, Padova
2004, 87-91.
[50] Pocas
categorías tienen en la Biblia
tanto peso específico como el exilio. La experiencia del Éxodo para Israel fue
el lugar preferente del encuentro con la gloria de la Sekiná. La experiencia del
exilio en Babilonia, le llevó a releer y rescribir toda la historia de la
salvación; le llevo, sobre todo, a resituarse frente a su Dios.