lunes, 28 de marzo de 2016

GABRIEL MARCEL: La crisis de Occidente. Reflexión y misterio.

LA CRISIS DE OCCIDENTE EN G. MARCEL:

REFLEXIÓN Y MISTERIO



 Abdón Moreno García
Centro de Investigadores
Iglesia de España en ROMA

Publicado en Auriensia 15 (2012) 175-194.



 
La conocida distinción marceliana entre el ideólogo y el pensador, clavó en mi alma de neófito, amante de la sabiduría, una honda convicción: la esencial esterilidad de los fanatismos; y el considerarlos desde siempre como algo tóxico de cuya tiranía me quisiera liberar sin ambages. Al intentar profundizar en la susodicha distinción, me acerqué a una visión más amplia y mucho más honda: La claritas rerum con que Marcel analiza la crisis de Occidente[1].

Desde esa cosmovisión, ofrezco a los alumnos del Seminario Mayor de Orense este modesto acercamiento al pensamiento marceliano, ya que con su entrañable alma gallega ellos me hicieron más bueno, más pensador y menos fanático, puesto que entre ellos desentrañé uno de los tesoros del s. XVII: una preciosa síntesis de sabiduría para la educación del Príncipe Balthasar Carlos[2], algunos de cuyos grabados de Otto Vaenius cuelgan hoy en las paredes de sus aulas.

La correcta comprensión de la crisis de occidente en Gabriel Marcel[3], resulta imprescindible para llegar a obtener una justa y equilibrada visión del conjunto de las reflexiones marcelianas, matizadas y revisadas después de la segunda guerra mundial[4].

1.- La civilización industrial

Marcel se obliga a precisar el concepto de civilización industrial. Reflexiona sobre el hombre civilizado en oposición a un cierto estado primitivo, salvaje o bárbaro, idea que encontramos ya en la filosofía griega, sobre todo en Aristóteles, idea que reaparecerá con gran fuerza en el Renacimiento.

Posteriormente, “en el s. XVIII, la idea de civilización se confrontará con una especie de naturalismo, que pondrá a la luz lo que ella comporta como inevitable corrupción. En el s. XIX, por el contrario, los occidentales, fascinados por la idea del progreso científico y técnico estarán inclinados a poner un mayor acento sobre la civilización entendida como un cierto estado al cual el hombre accedería al desarrollar las potencias racionales que están en él. Para el positivismo, y para todos los tipos de pensamiento que tienen conexión con él, la civilización se presentará como el triunfo de un orden aclarado por encima de la confusión, el desorden y la violencia. Según los optimistas del s. XIX, será concebida al mismo tiempo como un dominio pacificador que implicará la sustitución progresiva del derecho a la fuerza, y que se traducirá no solamente por un crecimiento general del bienestar, sino también por un desarrollo armónico de las ciencias y de las artes que sería, de alguna manera, su corolario”[5].

En efecto, el ritmo de las ciudades modernas sería comparable al régimen de funcionamiento de una máquina compleja, y “la desaparición del habitat, o más exactamente del hogar, es inseparable del desvanecimiento de las tradiciones”[6], pues ellas no solamente lo envuelven, sino que en gran medida contribuyen a realizarlo,  hacerlo posible.

Pero, para decirlo claramente,

“Este pecado está ligado del modo más estrecho a una cierta representación técnica del mundo, Diría con gusto que seguidamente al acto por el que el hombre proyecta sobre el mundo la luz de un conocimiento tecnificado, se le devuelve una imagen cada vez mas monstruosa, tanto de este mundo, como de él mismo, imagen cada vez más deforme, cada vez más indescifrable”[7]. Y, “en estas condiciones, el sujeto será cada vez menos tratado como sujeto, y por consiguiente, cada vez menos respetado. De ahí se deduce una violación generalizada de la intimidad que es uno de los rasgos más indignantes del mundo actual”[8].

En efecto, “en una civilización de tipo técnico (por oposición a una civilización de tipo sacro) son los poderes de segundo grado los que serán casi inevitablemente desacreditados”[9]; y como “el poder  de segundo grado es esencialmente la reflexión”, sucede que “en una civilización de este tipo, todo muestra que el papel de la reflexión es de modo general minimizado o negado”.

Otro dato lo constituye la desaparición del sentido de lo sagrado, de lo eterno[10], achacable a una orientación de la vida en función de un pretendido sentido de la historia.

La vida sobre la tierra “aparece cada vez más generalmente como una especie de fenómeno sin valor, sin justificación intrínseca”[11] que llega a una situación crítica, pues “no se puede de ninguna manera desconocer la gravedad de la crisis que se ha abierto en nuestro tiempo, crisis grave y, a la larga, tal vez mortal, y que atestiguan unos datos irrecusables: multiplicación de los divorcios, generalización de las prácticas abortivas”[12], y la aparición del periodo de entreguerras de controversias relativas al matrimonio y al divorcio, a la posible elección de un amante, o a ciertas prácticas neomaltusianas.

2.- El mundo estropeado

En una obra de teatro titulada precisamente Le monde cassé, podemos leer un texto muy significativo de Christiane a su amigo Denise:

“¿No tienes a veces la impresión de que vivimos.. si a esto se le puede llamar vivir… en un mundo estropeado? Sí, estropeado, como un reloj estropeado. La cuerda ya no funciona. Aparentemente nada ha cambiado. Todo sigue en su sitio. Pero si acercamos el reloj al oído… no se oye nada. El mundo, eso que llamamos el mundo, el mundo de los hombres… en otro tiempo debía de tener un corazón. Pero se diría que ese corazón ha dejado de latir”[13].

Con estas palabras y otras parecidas habla Marcel con mucha agudeza de los problemas del mundo moderno, al que califica con frecuencia como cassé, es decir, roto, estropeado, cascado, quebrado. Los elementos de su diagnóstico de la desvitalización del mundo se encuentran dispersos en su obra dramática[14] y filosófica, especialmente en Être et Avoir y Foi et Realitè, pero sobre todo en Hommes contre l´Humain donde se concentran y analizan con rigor y extensión todos estos temas sobre la fragilidad del mundo.

De entrada podemos decir que “vivimos en un mundo donde la traición es posible en todo momento y bajo todas las formas: traición de todos a todos y de cada uno a sí mismo. Lo repito: esta traición parece que nos la aconseja la estructura misma de nuestro mundo”[15].

En otras palabras, el mundo de los hombres de hoy bien puede calificarse como “un mundo entregado en gran parte a la fatiga” y que “padece un deterioro tan profundo que no se reconoce incluso a sí mismo. Pero a la vez –y ahí está lo más terrible-  un pensamiento parasitario tiende a conferirle las mas aparentes justificaciones: este pensamiento reposa en el fondo sobre una especie de idolatría de la masa, del hombre en el seno de la masa; ella se ilusiona con la esperanza de ver acceder a esta masa, a este hombre al servicio de la masa, a una felicidad todavía desconocida, y que por lo demás parece que tiene que coincidir con mismo deber social”, verificándose una errónea y peligrosa “identidad entre virtud y éxito”[16]. Y en verdad y efectivamente,

“una de las mayores paradojas de nuestro tiempo es que el hombre, que ha iniciado el periodo que llamamos modernidad con una segura afirmación de la propia “madurez” y “autonomía”, se aproxima al final del siglo veinte con miedo de sí mismo, asustado por lo que el mismo es capaz de hacer, asustado ante el futuro”[17].

3.- El hombre deshumanizado

Para Marcel está claro que “la crisis que atraviesa actualmente el hombre occidental es una crisis metafísica; no existe probablemente peor ilusión que la que consiste en imaginar tal o cual ordenación social o institucional, podría bastar para apaciguar una inquietud que viene de lo más recóndito del ser”, bien es verdad que “la preocupación política corre el riesgo de falsear todas las discusiones, todos los análisis”[18]. La auténtica causa de la crisis hay que buscarla en “una verdadera necrosis, cuyo principio es metafísico”[19].

Perfilando un poco más su análisis, nuestro autor afirma que “la terrible enfermedad espiritual de la que es presa la humanidad” no consiste a fin de cuentas sino en una “transvaluación masiva”[20], en “un cambio completo de horizonte espiritual”, un cambio en los valores inspiradores de la sociedad, y con ello, en una devaluación e incluso eliminación de valores a nivel planetario. Así concreta más explícitamente,

“El mismo hombre desde hace un siglo y tal vez antes, ha sido llevado a ponerse en cuestión y ha de ser necesariamente así desde el momento en que no se reconoce ya como criatura de Dios”, pues “la muerte de Dios no podía más que ir inmediatamente seguida por la agonía del hombre”[21]. Efectivamente “si la persona es digna de inspirar respeto es únicamente en la medida en que se beneficia todavía del aura que recubre a la criatura formada a imagen del Creador”[22].

Es verdad que en los dos últimos siglos de un modo agudo “el hombre ha perdido su referencia divina: cesa de confrontarse con un Dios del que sería criatura e imagen”[23], y entonces “si Dios ha muerto, si la idea de la criatura concebida a imagen de Dios está por lo mismo caducada, ¿no estamos obligados a sacar las consecuencias de este hecho y reconocer que la idea misma de persona humana se encuentra actualmente sin raíz, que no es sino una supervivencia y que puede a lo más dar lugar a desarrollos académicos y exangües?”[24], tal vez este desenlace no se había aún producido gracias a que “la mayoría de los materialistas del s. XIX eran hombres que se comportaban de hecho como si mantuviesen las mismas creencias que declaran haber perdido… Es decir que ellos se beneficiaban todavía de un ambiente cristiano. En la actualidad, se puede decir que ya no es así y que el materialista tiende a vivir en materialista; y comenzamos a saber lo que esto significa”[25].

En verdad “el mundo en que vivimos es víctima de una confusión de la que tal vez no hay análoga desde los tiempos bárbaros, y que se refiere no solamente a las categorías de bien y mal, sino más profundamente todavía a lo que habría que llamar vida y a lo que habría que llamar muerte… estamos ante una tetanización de la conciencia”[26].

Podemos concluir de lo anterior que “el mundo moderno ha optado por la muerte”, así pues “la vida ya no es amada” y parecería que “se ha roto un cierto lazo nupcial entre el hombre y la vida. Es, por otro lado, extrañamente curioso constatar que esta ruptura parece haber coincidido históricamente con la constitución progresiva de la biología como ciencia. Esa ruptura, puede decirse, se ha producido allí donde no se ha preservado un cierto sentido sobrenatural”[27].

4.- La función y el rendimiento.

Según Marcel, otro de los aspectos que caracterizan la crisis del mundo moderno lo constituye “el desorbitarse de la idea de  función; tomo aquí esta palabra función en su acepción más general, la que comprende a la vez las funciones vitales y las funciones sociales”[28].

Evidentemente, es innegable “la impresión de sofocante tristeza que se desprende de un mundo así centrado sobre la función”, que trae a la mente inmediatamente “la imagen lastimosa del jubilado”, pues los hombres de esa sociedad parecen “jubilados de la vida”[29], pues “la vida en un mundo centrado sobre la idea de función está expuesta a la desesperación, desemboca en la desesperación, puesto que en realidad ese mundo está vacío, puesto que suena a hueco; si él resiste a la desesperación es únicamente en la medida en que actúan, en el seno de es ya existencia y a favor suyo , ciertos poderes secretos que ella no está en condiciones de pensar o de reconocer”[30].

Ante este panorama, nos vemos “conducidos a reconocer que es el hombre mismo, la idea misma de hombre, lo que, bajo nuestros ojos, se descompone”. En efecto,

“En lo que se llama muy pretenciosamente la civilización presente es el hombre cuyo rendimiento es objetivamente discernible quien es tomado como arquetipo; es decir, remarquémosle bien, el hombre que resulta ser por su tipo de actividad el más directamente asimilable a una máquina. Se puede decir que es a partir de la máquina, y de algún modo sobre su modelo, que cada vez más se piensa al hombre… y el culpable de ello sería un humanismo de origen –sino de esencia- nietzscheano”[31].

Ante esta perspectiva, la filosofía desempeña un papel fundamental en la vida del hombre: el de ayudarle a usar su libertad para rechazar sistemáticamente ese mundo deshumanizado, en lugar de construirse su propia prisión mediante la excesiva atención a las solicitaciones tenues pero inconfesables del mundo visible[32].

5.- Los tiempos escatológicos

Si queremos ahondar un poco más veremos enseguida que Marcel condena el fatalismo, puesto que “es necesario declarar con toda la fuerza posible que la suerte no está echada, que el fatalismo es un pecado y una fuente de pecado”[33]. Pero puede afirmar que “los hombres han entrado en lo que estamos obligados a llamar una edad escatológica”[34], no sería pues temerario admitir que “tenemos ante nosotros la posibilidad de una catástrofe que amenaza con entrañar la desaparición de todo lo que otorga a la vida su valor y su justificación”[35], esto permite calificar la situación de nuestro mundo de escatológica, apocalíptica.

6.- El falso progreso iluminista

Llegados a este momento[36], como colofón a la visión marceliana de la historia y a su diagnóstico de los graves y profundos males que aquejan a la moderna sociedad occidental, conviene resumir su opinión sobre la moderna idea de progreso aplicada al hombre y a la sociedad. Afirma con claridad que “a partir del momento en que el hombre niega que él mismo sea un ser creado, le amenaza un doble peligro”: de una parte, será llevado a verse “como un ser que se hace a sí mismo y que no es otra cosa que lo que él se hace; no existe nadie que pueda colmarle, ni tampoco un don que pueda hacérsele; tal ser se presenta fundamentalmente como inadecuado para recibir”. Pero, al mismo tiempo, “el hombre será movido igualmente a mirarse como una especie de desecho” del cosmos, “de suerte que le veremos, a la vez y por las mismas razones, exaltarse y despreciarse desmesuradamente”[37].

7.- Reflexión y misterio

Podemos abordar ahora con mayor profundidad otro de los grandes temas de la epistemología marceliana, a saber: su fuerte crítica de la abstracción, En efecto, a partir de 1918, Marcel desborda un creciente desprecio de la razón lógica y de las metodologías científicas[38].

7.1. Misterio y problema

Desde muy pronto fluye en él una visión de “la realidad como misterio, inteligible solamente como misterio”. El término  misterio referido “al gran misterio que nos envuelve, dentro del cual hallamos nuestro ser”, aparece por primera vez en el drama L´Iconoclaste, publicado en 1919[39]. Pero realmente la idea de misterio no fraguó en él hasta que preparó su comunicación a la Sociedad filosófica de Marsella[40]. Y en oposición al misterio se situaría el problema, aquello que puede objetivarse, delimitarse en todos sus contornos: “Distinción de lo misterioso y lo problemático. El problema es algo con lo que se topa, que obstruye la ruta. Él está todo entero delante de mí. Por el contrario, el misterio es algo en lo que me encuentro comprometido, cuya esencia es por consiguiente no estar todo entero ante mí. Es como si en esta zona la distinción entre lo en y lo ante mí perdiese su significado”[41].

Es interesante notar como el misterio es algo que me compromete en la totalidad de mi personalidad: “Por oposición al mundo de lo problemático, que, una vez más, está todo entero ante mí, el misterio es algo en lo que me encuentro comprometido, y, añadiría, no comprometido parcialmente… sino por el contrario comprometido totalmente en cuanto realizo una unidad que, por lo demás, por definición, no puede nunca pensarse a si misma, y no debería ser más que objeto de creación y de fe”[42].

Existe “la tentación de convertir el misterio en problema”, de la cual el problema del mal en el mundo es un claro paradigma. Este proceso consiste en “degradar un misterio para hacerlo un problema” rebajándolo a la lógica o a la psicología e incluye en sí “un procedimiento fundamentalmente vicioso cuyas fuentes deberían buscarse quizás en una especie de corrupción de la inteligencia”[43]. Por el contrario, el misterio sólo es reconocible mediante el recogimiento, que no es lo mismo que la intuición: se trata de una concentración y de una reparación interior, manifiestamente contrarias a todo problema y toda técnica, que exigen al espíritu que salga de sí mismo y se arroje sobre los datos que debe manipular[44]; no hay duda de que el misterio se sitúa en el plano meta-técnico[45], y así “lo metaproblemático es lo trascendente”[46].

Después de profundizar y afianzar esta conocida  distinción, Marcel pasa a su aplicación concreta “la expresión misterio del ser, misterio ontológico, por oposición a problema del ser, a problema ontológico, me ha venido bruscamente estos días”[47]. Además, resulta absolutamente necesario distinguir entre presencia y objetividad, pues la presencia es esencialmente misterio; y, a su vez, el misterio no es lo paradójico, ni lo impreciso, o incognoscible o impensable; es por el contrario, una realidad que tiene una razón positiva para no manifestarse en una presencia objetiva: no es una laguna del conocimiento, un cierto vacío a llenar, como es concebido por los agnósticos, sino más bien como una plenitud[48].

7.2. La reflexión segunda

La concepción del conocimiento como misterio le acompañará toda la vida y será una característica de su epistemología.

Ciñéndonos al tema de la reflexión segunda, que también recibe los nombres de reflexión de segundo grado, o la segunda potencia, puede bien definirse como “una reflexión reconstructora que viene a incorporarse a una reflexión crítica, una reflexión que es una recuperación, pero en la medida en que permanece tributaria de lo que he llamado una intuición sagrada. Es evidente que la aprehensión del misterio ontológico como meta-problemático es el resorte  de esta reflexión recuperadora. Pero remarquemos que se trata de un movimiento reflejo del espíritu y no de un proceso heurístico”[49], o como dice en otro lugar “es una reflexión recuperadora que se aplica a recobrar lo que ha sido perdido por el análisis disgregante, lo que quedaría perdido si éste análisis no se rebasase a sí mismo”[50].

Efectivamente, “la misma reflexión puede presentarse a dos distintos niveles: existe una reflexión primera, y existe otra que yo llamaría reflexión segunda… de forma que mientras la reflexión primera tiende a disolver la unidad que le es precisamente presentada, la reflexión segunda es esencialmente recuperadora, es una reconquista”. Usando una expresión tal vez más clara,

“la razón objetiva y problematizante o reflexión primera, precede y prepara el saber metafísico, o reflexión segunda, solamente en la medida que ésta cumple sobre aquella una especie de torsión dialéctica que recupera el humus existencial y ontológico en la que fue infligida originariamente la fractura de la abstracción”. Por tanto, “la primera condición que hace posible el surgir de la reflexión segunda es tomar conciencia del rechazo o de la mentira inicial que está en la raíz de los procedimientos de exilio de la reflexión primera”[51].

7.3. El misterio del conocimiento

Ampliando un poco más el discurso, Marcel se queja de que los filósofos hayan dejado “el misterio a los teólogos, de una parte, y a los vulgarizadores, ya sea de la mística, ya del ocultismo, de otra”, es evidente que “en los pensadores impregnados de doctrinas escolásticas, la palabra ontológico tiene para ellos un sonido familiar, pero, de otro lado, ellos reservan casi siempre el nombre de misterio a los misterios revelados”[52].

Y es que en definitiva, “No bastaría contentarse con decir que el conocimiento es un misterio, hay que añadir que es un don, quizás de algún modo una gracia”[53], y que está dotado de un carácter naturalmente carismático, el cual tenderá a ser descuidado “por la conciencia a medida que este proceso del conocer avance en su secularización”. Y el final de este proceso es patente: son ya visibles en el mundo “los excesos de una razón ebria de sí misma”,…”totalmente separada a la vez de la creencia y del ser”, que es concebida “como una potencia de explotación que no ha de dar cuenta de su ejercicio mas que ante sí misma”; originando de esta suerte un mundo “desposeído de todos los atributos originales que le confería la conciencia ingenua por la cual el conocimiento no era todavía distinto de la adoración”[54].

Resulta muy sugerente relacionar estos conceptos con los empleados por Juan Pablo II en su discurso en la ONU:

“Toda cultura es un esfuerzo de reflexión sobre el misterio del mundo y, en particular, del hombre: es un modo de expresar la dimensión trascendente de la vida human. El corazón de cada cultura está constituido por su acercamiento al más grande de los misterios: el misterio de Dios”[55]. Y es que en verdad “el hombre no puede soportar el exceso de misterio, no quiere ser así invadido y superado”[56], porque es evidente que “para la mentalidad iluminista, el mundo no necesita del amor de Dios, el mundo es autosuficiente[57], y es que ciertamente “el mundo moderno no soporta el misterio”[58].

Sabemos bien que el misterio es, precisamente, la recuperación del primado del ser con relación al conocimiento (no del ser afirmado, sino del ser afirmándose)[59], y reconocer que el conocimiento está envuelto por el ser, que de algún modo aquél es interior a éste. Desde este punto de vista, contrariamente a lo que la teoría del conocimiento se esfuerza vanamente por establecer, existe un verdadero misterio del conocimiento. El conocimiento se suspende de un modo de participación del cual una epistemología, cualquiera que ella sea, no puede esperar dar cuentas, porque lo presupone. Así pues la tarea de la metafísica no será por tanto resolver el misterio ontológico, degradándolo a problema, sino más bien delinear los ritmos de una dialéctica que nos conduzca concretamente a su reconocimiento dentro de la totalidad de nuestra existencia, continuamente amenazada de fractura y de esclerosis por el espíritu de abstracción.

8.- El conocimiento como “Tener”

Marcel ha llegado a definir la metafísica como una lógica de la libertad, una fórmula que tiene la ventaja de sacar a la luz esa verdad esencial de que el progreso filosófico consiste en el conjunto de los pasos sucesivos mediante los cuales una libertad se encarna. Pero esta filosofía de la libertad no debe oponerse a una filosofía del ser que siempre trasciende la oposición entre lo estático y lo dinámico. Y de esta suerte “uniendo libertad y esencia en la actualidad del ser, logra salvar de rebote toda hipotizable confrontación entre libertad y verdad, manifestada previamente en la clara oposición entre lo vivido y lo abstracto”[60].

En efecto, podemos introducirnos ya en el tema crucial de la reflexión marceliana sobre el conocimiento, tema tratado profusamente, ya desde sus primeros escritos.

Es muy interesante al respecto, su discurso sobre el conocimiento como tener. Así pues, Marcel afirma: “El conocimiento como modo del tener. Posesión de un secreto. Detentar, disponer de... oposición absoluta entre el secreto y el misterio, que es por su misma esencia lo que no detento, de lo que no dispongo. El conocimiento como modo del tener esencialmente comunicable”[61]. Así pues, “dicho secreto no es un secreto sino en la medida en que lo guardo, pero también y, al mismo tiempo, porque yo podría liberarlo. Esta posibilidad de traición o descubrimiento le es inherente y contribuye a definirlo en cuanto secreto. Esto no es único, sino que se verifica siempre que estamos en presencia del tener en sentido fuerte”[62].

En la misma obra nos había dicho anteriormente:

“La conciencia como tal no es un tener, un modo de tener, pero ella puede ser un disfrute dirigido hacia algo que trata como un tener. Todo acto desborda el tener, pero puede luego ser tratado él mismo como un tener; y esto en virtud de una especie de degradación. Hago notar que el secreto, por oposición al misterio, es esencialmente un tener en cuanto expresable”. Ahora bien,  además, “Todo tener espiritual tiene su fuente en un inexpresable (mis ideas enraizadas en lo que soy), pero lo que caracteriza dicho inexpresable como tal es que él no me pertenece, que él es esencialmente unbelonging. Existe, por tanto, un sentido en el que yo no me pertenezco, precisamente el sentido en el que ya no soy absolutamente autónomo”[63].

Para Marcel el conocimiento tiene que liberarse de la caracterización porque es un modo de poseer, en que el hombre se adueña del ser y lo convierte en tener: “Caracterizar es un cierto modo de poseer, de pretender poseer lo no poseible; es decir, es constituir una pequeña efigie abstracta, un modelo en el sentido de los físicos ingleses, de una realidad que no se presta a ese juego, a esas simulaciones falaces, más que de modo superficial; y se presta en la medida en que nos alejamos de esta realidad, en que como consecuencia hacemos defección de nosotros mismos”[64]. En efecto, “cuanto más nos elevamos hacia la realidad, cuanto más accedemos a ella, tanto menos ella deja de ser asimilable a un objeto puesto ante nosotros del que captamos algunas señales y, al mismo tiempo, tanto más nos transformamos efectivamente a nosotros mismos”[65].

 De esa resistencia a la caracterización participan especialmente los amantes y los amigos, porque amar no es poseer sino ayudar a crecer en el propio misterio, en las raíces de la propia mismidad. No es tener una vasija llena de agua de la fuente, por grande y preciosa que ésta sea; es tener la misma fuente, el mismo manantial, que brota incesantemente en el propio corazón participando del Infinito, aunque siempre sea verdad que todo manantial se alimenta y se decora con sus legamos. La finitud de lo humano se abre así audaz y gozosamente hacia lo Infinito de la Fuente. Así se entraña y desentraña en la alteridad del amor y la amistad. De aquí la convicción de Marcel: “Sin duda se puede concluir de ello que amar realmente a un ser es amarlo en Dios. Pero esto tiene una enorme necesidad de ser precisado”[66].

En el Journal lo explicó mucho mejor: “El ser a quien yo amo no tiene cualidades para mí; lo tomo como totalidad y, por eso, es refractario a la predicación. Del mismo modo sucede con la obra de arte: cuanto más la amo, menos puedo cualificarla, menos adecuada a lo que experimento me parece toda cualificación como tal”[67]. Y como el amor conduce a una realidad infinita, no cerrada, “la participación en la vida divina no puede entenderse más que como participación en un Infinito”[68].

Continuando con el hilo argumental, llega el momento de distinguir con nuestro autor la diferencia entre ideólogo y pensador. Dicha diferenciación pertenece a una de las aportaciones más originales de la obra marceliana, necesaria para liberarnos de los fanatismos de todo tiempo y, muy especialmente, para los comienzos de las laderas del s. XXI:

“Cuanto más trate mis propias ideas, o también mis convicciones, como algo que me pertenece, y de las que por ello mismo me enorgullezco, inconscientemente tal vez, como alguien se enorgullece de un invernadero, o de una cuadra, tanto más tenderán estas ideas y estas opiniones, por su misma inercia (o, lo que viene a ser lo mismo, por mi inercia ante ellas), a ejercer sobre mí una ascendencia tiránica; ahí está el principio del fanatismo en todas sus formas. Lo que se produce aquí es una especie de injustificable alienación del sujeto (me decido con disgusto a emplear aquí este término) ante la cosa cualquiera que ésta sea. Ahí está, a mi modo de ver, la diferencia entre el ideólogo, de una parte, y el pensador y el artista, de otra. El ideólogo es uno de los tipos humanos más temibles que existen; puesto que inconscientemente se hace a sí mismo esclavo de una parte reprimida de sí mismo; y porque dicha esclavitud tiende inevitablemente a convertirse hacia fuera en tiranía”. Por el contrario, “El pensador está perpetuamente en guardia contra esta alienación, esta petrificación posible de su pensamiento; permanece en un estado perpetuo de creatividad, todo su pensamiento está siempre y en todo momento, puesto en cuestión”[69].

La búsqueda de la verdad en Marcel, está profundamente ligada a su concepto de santidad puesto que ella es “la verdadera introducción a la antología”. Afirma con claridad: “En esta óptica la reflexión sobre la santidad con todos sus atributos concretos me parece presentar un valor especulativo inmenso; no haría falta presionarme mucho para hacerme decir que ella es la verdadera introducción a la ontología”[70]; en verdad el ser es la zona que trasciende todo posible tener, donde solo se accede mediante la contemplación o la adoración; y precisamente por eso la no autonomía es la misma libertad. En este sentido “la adoración puede ser un acto, pero este acto no consiste en una aprehensión.. sino que “consiste a la vez en abrirse a y ofrecerse a”[71].

Colateralmente es patente que el espíritu de abstracción desconoce la esperanza y la devalúa asimilándola al deseo, mal que nos pese, “en su sentido más profundo, la esperanza es tan misteriosa como la vida” y “tanto en un caso como en el otro no es posible pensar por conceptos”, aunque “aquí, como siempre que se trata del ser, de la participación en el ser, sean posibles ciertas aproximaciones”[72]. Pues la esperanza se identifica con el pensamiento abierto hasta su punto extremo de dilatación, en franca oposición a todos los ismos, que intentan desterrar las posiciones que en algo los contrarían”[73].

Podemos recordar al respecto como María Zambrano profundiza en la crisis de Occidente desde la estética de la esperanza. Y es que en verdad a Marcel y a la Zambrano le interesan sobremanera el misterio de lo humano.

La estética de la esperanza está presente en muchas de las obras de Mª Zambrano, pero destaca entre ellas La agonía de Europa[74], donde reflexiona con avidez sobre la esperanza antigua y la esperanza cristiana.
Para un cristiano que tiene que afrontar su propia tragedia existencial sin fragmentarse, que necesita ahondar en el sentido del cáliz peculiar de su historicidad, e incluso contemplar que han demolido su propia vida y debe aprender a convivir con sus añicos, -para María ruinas[75]-, las ideas de Zambrano sobre la esperanza pueden transfigurar la propia existencia con un cambio de códice mucho más luminoso.

La historia de Europa ha sido la lucha cuerpo a cuerpo entre Dios y el hombre, la pelea eterna de Jacob con el ángel. Solo así se explican los ateismos europeos. Buen ejemplo es la exigencia del humanismo europeo de la represión de Dios para autoafirmarse. En esa lucha con Dios, el espíritu del europeo ha caído en el vacío de la nada. Pero la negación de Dios conlleva la negación de la cultura, la destrucción de las formas humanas y el retorno de las máscaras, la aparición de los elementos y la vuelta al hermetismo de lo sagrado[76].

“En su soberbia, la cultura europea ha olvidado lo que le debía y ha olvidado también este cuidado del corazón, y así se le ha ido cerrando y se ha vuelto a la situación del Antiguo Imperio Romano, en que el hombre, desalmado bajo la razón y bajo el poder, sentía la existencia como una pesadilla”[77].

Notemos toda la fuerza que tiene en castellano el adjetivo desalmado; indica quedarse sin alma, quedarse sin madre, vivir sin raíces, por eso, a veces, es sustituido por desmadrado o desmadrarse. Si el hombre olvida el corazón se desmadra, se desalma, se queda sin alma. Y esto sucede cuando el ser humano endiosa a la razón o al poder (Lo que Marcel llamó conocimiento como tener), y los convierte en sus ídolos, y así los ídolos, que necesitan sacrificios, le robarán el alma y le pondrán su máscara; y, a la postre, de esta dinámica, la existencia se convierte en pesadilla.

9.- El abrazo de la teología y la estética


Cuando bien conmigo pienso, la agonía de Europa bracea sobremanera en el hombre estropeado marceliano y nos espolea a administrar la crisis de occidente desde nuevas perspectivas: es urgente el abrazo entre teología y estética, entre el infinito y la belleza, entre finitud e infinitud. Cada uno a su guisa.

Los estudios sobre la convergencia entre cultura artística y expresiones estéticas de la fe pueden ser realizados de múltiples modos, y desde múltiples perspectivas académicas y condicionamientos históricos[78].

No es fácil apreciar un arte o una cultura plenamente ateas, “hemos sido por mucho tiempo, y creo que todavía lo somos, los huéspedes de la creación. Debemos a nuestro anfitrión la cortesía de la pregunta”[79]. Ser huéspedes de los mundos posibles, nacidos de la creación artística y literaria, naturalmente, impone extrapolar la referencia al anfitrión que allí nos coloca, y que nos llama a imitarlo libremente como Creador en el mundo real[80].

El iluminismo racionalista ha roto la relación trascendente con Dios, y quiere dinamitar el ministerio de los pastores del evangelio y la religión que se inserta, pacifica y serenamente, en el núcleo central de la vida pública de la sociedad; la consecuencia es clara: “un autentico eclipse de Dios en nuestra civilización”[81].

El sentido estético de la vida y de la historia[82] pueden encauzar vías de diálogo y de entendimiento entre las diversas culturas y civilizaciones. Con estos mimbres se pueden tejer  los cestos entre teología y estética. Las hilanderas de la belleza no pueden tejer otros tapices que no sean sobre una urdimbre recia de diálogo y tolerancia. Todo hombre tiene algo de verdad, algo de bueno, y mucho de bello; la creación artística dará cauce a ese fondo intangible y misterioso de belleza que se esconde en todo lo creado y en todas las criaturas.

El poeta, el pintor, el escultor, el literato, el músico etc. nos invitan, continuamente, a la reconciliación de todo lo creado, al encuentro con la Belleza suprema. Donde hay algo bueno allí está Dios, y donde hay algo de belleza allí está el creador jugando con la bola de la tierra y enterneciéndose con ella, allí está el agua de la fuente que mana y corre[83]. El rey de la creación ha recibido el sacro ministerio de ponerle nombre a todas las cosas creadas, sólo él sabe cómo se llaman. Entrar en la torrentera creadora, es beneficiarse del manantial de agua fresca que el hombre regala a sus contemporáneos. Todo artista hace más bueno al mundo porque lo hace más bello, porque le pone nombre a las cosas para vislumbrar cómo se llaman.

Desde que el hombre separó su boca de los pechos de la naturaleza y de la creación, anda un poco neurótico tras el sentido de la propia mismidad, buscando su lugar en el mundo. Romper el cordón umbilical que nos une con el Creador, nos queda un poco huérfanos y un mucho sin fondo y sin sentido.

Personalmente estoy convencido que la estética está llamada a jugar un papel ecuménico central, en el s. XXI, en la reconciliación de los pueblos, y, particularmente, en el diálogo entre las religiones y en el quehacer de una teología que debiera acercarse más a la Belleza, y, muy especialmente, en la crisis de sentido del hombre moderno que busca ávidamente llenar sus propios vacíos, y sanar su propio exilio interior. Los intentos de Von Balthasar y de T. Spidlik son dedos que apuntan la dirección del camino para conjugar la dialéctica estética / teología.

¿Se podría considerar a la estética la otra ladera de la teología, para subir a encontrarnos todos los hombres en la cúspide del monte Sión, y para contemplar la belleza del inmenso paisaje del rostro de Dios que se hace teofanía para el mundo? Que vengan los artistas de todas las religiones y de todas las culturas[84] a ponerle nombre a las cosas mientras pasean con Dios en el jardín del Edén. Todo hombre necesita, como Job, ese paseo cósmico que le devuelva el sentido de las cosas, el por qué de las crías de Búfalo, el tiempo de la berrea del ciervo, el parto de los gamos. Que los hijos de Adán tejan las camelias y confeccionen las plumas de los loros, que inventen nuevos trinos para los pájaros y saquen del telar el color de las flores... ya que saben tanto que jueguen a ser dioses, seguro que ellos no se enfadan, mientras ellos se divierten y se miran de frente. Al fin y al cabo, el Dios de Job siempre le interpela con esta sonaja, mientras pasea por el cosmos con el hombre de la mano: ¡...Tú que sabes tanto, juega a ser dios! Entre el paseo de Adán en Génesis y el paseo de Dios con Job, el ser humano tiene que vérselas con la oscura urdimbre de una historia que Dios ha querido llena de gracia y el hombre ha desgraciado.

Por todo esto, y por mucho más que no sé decir pero entreveo, un Congreso sobre Estética & Cristianismo me interesa de hoz a coz, y mucho más si la voz de los participantes viene de culturas y pueblos muy diversos. Durante los últimos años se han celebrado varios Congresos internacionales en USA sobre Estética, y muchos más en Europa, ello prueba que crece el interés del mundo científico por este tema[85].

No quiero dejar de citar a este propósito a P. Ricoeur[86]: "El cristianismo siente una desconfianza instintiva de las filosofías sistemáticas de la historia, a las que les gustaría poner en nuestras manos la clave de la inteligibilidad. Hay que escoger entre misterio y sistema. El misterio de la historia me pone en guardia contra los fanatismos teóricos y prácticos, intelectuales y políticos. Para evitar caer en el fanatismo, conviene no sólo multiplicar las perspectivas explicativas, sino mantener prácticamente el sentimiento de la discontinuidad de los problemas: no es cierto que las dificultades y los "desafíos" del mundo moderno formen sistema... compliquemos, compliquémoslo todo; barajemos las cartas; el maniqueísmo en historia es estúpido y malvado...Bajo el signo del misterio es más inteligible la pluralidad de las vocaciones históricas".

Claro es que, bajo el signo del misterio y la estética, es más inteligible una sintaxis de la búsqueda del Absoluto y la comprensión en profundidad de la propia mismidad, al mismo tiempo que nos libera de los fundamentalismos teóricos y prácticos, de todo tipo de fanatismos. Con rotunda claritas rerum nos ha dicho Benedicto XVI[87]: “No actuar según la razón, no actuar con el Logos, es contrario a la naturaleza de Dios. Es a este Logos, a esta vastedad de la razón, a la que invitamos a nuestros interlocutores en el diálogo de las culturas. Encontrarla nosotros de nuevo es el gran objetivo de la universidad... Dios no llega a ser más divino por el hecho que lo empujemos lejos de nosotros en un voluntarismo puro e impenetrable, sino que el Dios verdaderamente divino es aquel Dios que se ha mostrado como Logos, y como Logos ha actuado e interviene lleno de amor a nuestro favor. Es cierto que el amor, como dice S. Pablo, “sobrepasa” al conocimiento y es por esto capaz de percibir más que el simple pensamiento (Ef 3,19)”.

Quizás es muy tarde para los dioses y muy pronto aún para Dios. Necesariamente, a mi parecer, la cultura del tercer milenio tendrá que poner en orden a sus dioses, les tendrá que someter a un minimum, a un código ético que todos respeten[88]. No pueden pelearse los que creen en ellos (los dioses) jugando a ver quien gana en la pelea, a ver quien camina más raudo y más ligero por hundir en la arena la espalda del contrario. No se puede seguir matando y extorsionando desde el fanatismo y la intolerancia en nombre de cualquier Dios; estos acontecimientos sólo provocan análisis de un tipo desesperante y, por consiguiente, de postcristianismo nihilista[89].

A propósito, es iluminante la Homilía Pascual de Benedicto XVI[90] sobre la bondad de la creación:

“¿Qué quiere decir con esto el relato de la creación? La luz hace posible la vida. Hace posible el encuentro. Hace posible la comunicación. Hace posible el conocimiento, el acceso a la realidad, a la verdad. Y, haciendo posible el conocimiento, hace posible la libertad y el progreso. El mal se esconde. Por tanto, la luz es también una expresión del bien, que es luminosidad y crea luminosidad. Es el día en el que podemos actuar. El que Dios haya creado la luz significa: Dios creó el mundo como un espacio de conocimiento y de verdad, espacio para el encuentro y la libertad, espacio del bien y del amor. La materia prima del mundo es buena, el ser es bueno en sí mismo. Y el mal no proviene del ser, que es creado por Dios, sino que existe sólo en virtud de la negación. Es el «no».”

Los pastores de las Iglesias pueden jugar un papel decisivo de pacificación y serenidad tolerante con el servicio del evangelio, para poner a tiro del hombre la palabra de Dios, “la palabra de la gracia que tiene poder para construir el edificio”[91], que cura, libera y salva. Según mi opinión, pastores que cabalgan la bondad y la belleza de la creación y del hombre. Oriente y occidente tienen que subir a la montaña del bellum, desde las dos laderas, para encontrarse en lo alto y respirar con sus dos pulmones el aire limpio de la cumbre de la Belleza divina. Desde la cima se ve más y mejor la otra ladera que es inherente a todas las cosas[92].

Viene a mi memoria un texto certero para nuestro discurso marceliano sobre la crisis de Occidente, la preciosa homilía de Benedicto XVI en Regensburg[93].

 “Nosotros creemos en Dios. Lo afirman las partes principales del Credo y lo subraya sobre todo su primera parte. Pero ahora viene enseguida la segunda pregunta: ¿En qué tipo de Dios? Creemos a punto en aquel Dios que es Espíritu Creador, Razón creativa[94], de la cual proviene todo y de la cual provenimos también nosotros... Ésta razón creativa es Bondad. Es Amor. Ésa posee un rostro. Dios no nos deja andar a ciegas (brancolare) en la oscuridad. Se ha mostrado como un hombre. Él es tan grande que puede permitirse el llegar a ser pequeñísimo. “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”, dice Jesús (Jn 14,9). Dios ha asumido un rostro humano. Nos ama hasta el punto de dejarse clavar en la cruz por nosotros, para llevar los sufrimientos de la humanidad hasta el corazón de Dios.

Hoy que conocemos las patologías y las enfermedades mortales de la razón y de la religión, las destrucciones de la imagen de Dios a causa del odio y del fanatismo, es importante decir con claridad en qué tipo de Dios creemos, y profesar convencidos este rostro humano de Dios; un sentimiento del cual, en definitiva, nace el ateismo moderno. Sólo este Dios nos salva del miedo al mundo y del ansia provocada por el vacío de la propia existencia. Sólo mirando a Jesucristo, nuestra alegría en Dios consigue su plenitud y viene a ser alegría redenta”.







[1]  Dedico este estudio al Dr. Leonardo Lemos, -buen filósofo compostelano-, al inicio de su ministerio episcopal en Orense, puesto que los primeros brotes de este ensayo se acunaron en su Seminario. Seguiremos montados sobre tus hombros de pastor, no nos dejes caer de ellos.
[2]  Me estoy refiriendo a uno de los pocos ejemplares que se conservan en España, -y que tiene la fortuna de tener la Biblioteca del Seminario de Orense- del Anónimo Flamenco, Theatro de la vida moral en cien emblemas con el Enchiridion de Epícteto y la Tabla de Cebes filósofo platónico, Ed. F. Foppens, Grab. Otto Vaenius, (Bruxelas 1672).
[3]    Seguimos de cerca las obras del autor:


G. Marcel, Déclin de la Sagesse, Ed. Plon, (París 1954); Homo Viator, Ed. Aubier-Montaigne, (París 1944); Foi et Réalité, Ed. Aubier-Montaigne, (París 1967); Hommes cointre l´Humain, Ed. La Colombe, (París 1951);  Homme problématique, Ed Aubier, (París 1955);  Position et Approches concrètes du Mystère Ontologique, Ed. Desclée de B. (París 1933);  Être et Avoir, Ed. Montaigne, (Paris 1935); Mystère de l´Être, Ed. Aubier-Montaigne, (París 1951);  Du Refus à l´ Invocation, Ed. Gallimard, 14ª Ed. (París 1956);  La Structure de l´Espérance, Ed. Dieu Vivant 19, (París 1957).
[4]   F. Blázquez,  La filosofía de Gabriel Marcel. De la dialéctica a la invocación, (Madrid 1988), p. 11s; J. Caldevilla Bujalance, Realidades terrenas y gnoseología en Gabriel Marcel, Una clave de comprensión del pensamiento marceliano, (Roma 1996), Op. Manuscriptum, pp. 202-248. Cfr.  AA. VV. Enciclopedia filosófica, (EDIPEM), Roma 1979, 2ª Ed. col. 411; A. López Quintás,  Cuatro filósofos en busca de Dios, Ed. Rialp, (Madrid 1989); V. Mathieu, Filosofia del denaro. Dopo il tramonto di Keynes, Ed. Armando, (Roma 1985).


[5]  G. Marcel, Déclin de la Sagesse, (París 1954),  p. 2-3.
[6]   G. Marcel, Homo Viator, p. 108.

[7]   G. Marcel, Déclin de la Sagesse, p. 34.

[8]   Ibidem. p. 35.

[9]   Ibidem. p. 23-24.

[10]   G. Marcel, Foi et Réalité, (París 1967), pp. 154 y 192.
 
[11]   Ibidem. p. 174.
 
[12]  G. Marcel, Homo Viator,  p. 101-102.
 
[13]   Texto de G. Marcel reproducido en Ch. Möeller, vol. IV, pp. 211-212-
[14]  P. Prini, Gabriel Marcel e la metodologia dell´inverificabile, (Roma 1950), p. 9.


[15]   G. Marcel, Être et Avoir, pp. 139-140.
 
[16]   G. Marcel, Hommes cointre l´Humain, p. 139.

[17]   Juan Pablo II, Discurso ante la ONU, en L´Osservatore Romano 13-X-1995, pp. 7-9.

[18]   Hommes contre l´Humain, p. 33.

[19]   Homme problématique, p. 26.
[20]   Ibidem, p. 37. Cfr. J. Caldevilla Bujalance, Realidades… p. 227.
[21]   Hommes contre l´Humain, p. 195.


[22]   Ibidem, p. 175.

[23]   Homme Problématique, p. 26.

[24]  Hommes contre l´Humain, p. 176. Referencia a la filosofía de Nietzsche.

[25]   Ibidem, p 177.

26]   Ibidem, p. 109.
 
[27]   Ibidem, p. 139-140.

[28]   Position et Approches, p. 256.

[29]   Ibidem, p. 258.  Cfr. V. Mathieu, Filosofia del denaro. Dopo il tramonto di Keynes, Ed. Armando, (Roma 1985) y R. Yepes, Las claves del consumismo, Ed. Palabra, (Madrid 1989), pp. 70-92.

[30]   Ibidem, p. 259.

[31]   Ibidem, p. 133. Cfr. J. Caldevilla Bujalance, Realidades… p. 236.

[32]   Foi et Ré alité,  p. 215.

[33]   Hommes contre l´Humain, p. 195.

[34]   Ibidem, p.59.

[35]   Ibidem, p. 173.

[36]   J. Caldevilla Bujalance, Realidades…p. 245-246.

[37]  Ibidem, p. 54. Cfr. Gaudium et Spes, n. 33 y 34.43

[38]  J. Caldevilla Bujalance, Realidades terrenas y gnoseología en Gabriel Marcel, Una clave de comprensión del pensamiento marceliano, (Roma 1996), Op. Manuscritum, pp. 417-430.

[39]  Ch. Möeller, vol. IV, 252-253.

[40]  F. Blázquez,  La filosofía de Gabriel Marcel. De la dialéctica a la invocación, Madrid 1988, p. 11.

[41]  Être et Avoir, p. 145; Mystère de l´Être, pp. 227-228.

[42]   Hommes contre l´Humain, pp. 68-69.

[43]   Être et Avoir, p. 170; Mystère de l´Être, pp. 227-228.

[44]  Hommes contre l´Humain, pp. 69-70.

[45]   Ibidem, p.  12,

[46]   Refus à l´ Invocation, p. 187.

[47]   Être et Avoir, p. 145.

[48]   Ch. Möeller, Vol. IV, p. 255-256.

[49]   Ibidem, p. 175.

[50]   Structure de l´Espérance, pp. 77-78.

[51]   Prini, p, 67.                         

[52]   Position et Approches, p. 255.

[53]   Position et Approches, p. 323.

[54]   Position et Approches, 323-324.

[55]   Juan Pablo II, Discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), 5-X-1995, en L´Osservatore Romano, (Ed. Española), 13-10-1995,  nº 9.

[56]   Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Ed. Plaza &Janès, (Barcelona 1994),  p. 60.

[57]   Ibidem, p. 72.

58] Juan Pablo II, Carta a las familias, nº 19.

[59]   AA. VV. Enciclopedia filosófica, (EDIPEM), Roma 1979, 2ª Ed. col. 411.

[60]   Refus à l´Invocation, p. 40.

[61]   Être et Avoir, pp. 210-211.

[62]   Ibidem, p. 233.

[63]  Ibidem, p. 195.

[64]  Ibidem, p. 246.  

[65]  Ibidem, p. 247.

[66]   Journal Metaphisique, pp. 157-158.

[67]  Ibidem, p. 157.

[68]   Ibidem, p. 158.

[69]   Être et Avoir, p. 242,

[70]  Position et Approches, pp. 295-296.

[71]   Ibidem, p. 278.

[72]   Strcture de l´Esperance, pp. 74-75

[73]   Ibidem, p. 79.

[74]  Mª. Zambrano, La agonía de Europa, Ed. Mondadori, Madrid 1988, pp. 45-65. Existen dos traducciones italianas de este texto: C. Razza, L´agonia dell´Europa, Ed. Marsilio, Venecia 1999 y Mª. T. Russo, “La speranza europea”, en Maria Zambrano: La filosofia  come nostalgia e speranza, Ed. L. Da Vinci, Roma 2001, pp. 35-48.

[75]  Muchas son las páginas que ha dedicado la pensadora a reflexionar sobre las ruinas y sobre su significado cultural para la historia de los pueblos y de las personas. Las ruinas son memoria viva de un pasado mejor que ya no existe, pero que sigue pidiendo su voz propia en el corifeo del pensamiento.

[76]  A. Bundgaard, Más allá de la filosofía. Sobre el pensamiento filosófico – místico de María Zambrano, Ed. Trotta, (Madrid 2000) p. 259.

[77]  Mª. Zambrano,  La agonía de Europa... p. 59.

[78]  R. Jiménez Cataño – J. J. García-Noblejas, (Eds.), Poetica & cristianesimo, Ed. Univ. Santa Croce, (Roma 2004), p. 10.

Cfr. Dos perspectivas diversas recientes: Mº. A. González Valerio, “Estética y hermenéutica. El problema de la referencia en el relato de ficción”, Est. Filos. 54 (2005) pp. 313-332; S. J. Castro, “Estética y hermenéutica analógica”, Est. Filos. 54 (2005) pp. 333-355.
[79]  G. Steiner, Gramáticas de la creación, (Madrid 2001), pp. 15-17.

[80]  A ello hace referencia García-Noblejas en la presentación de  Poetica & cristianesimo, Ed. Univ. Santa Croce, (Roma 2004).

[81]  Ch. Taylor, “A Place for Trascendence?”, en R. Schwartz, (Ed.), Trascendence, Philosophy, Literature and Theology. Approach the Beyond, (New York 2004),  p. 8.

[82]  Muy original el estudio de I. Sanna, L´antropologia cristiana tra modernità e postmodernità, Ed. Queriniana, (Brescia 2001), especialmente “La dimensione stetica””,  pp. 217-230. Cfr. P. A. Sequeri , Stetica e teologia. L´Indecibile emozione del sacro, Ed. Teol. It. Settent., (Milano 1993).

[83]  Las resonancias de S. Juan de la Cruz son insoslayables. Notemos que los dos verbos sanjuanistas –la fuente que mana y corre-  aluden a un agua que no se estanca sino que corre y, con frecuencia, se desborda inundando las orillas de su cauce ordinario. Cfr. La metáfora de Tillard, el padre de la eclesiología de comunión, sobre el río desbordado, para hablar de la actuación del Espíritu en la Iglesia y en el mundo.

[84]  Cfr. M. I. Rupnik, L´arte memoria della communicazione, Ed. Lipa, (Roma 1994); T. Spidlik – M. I. Rupnik, Parola e Immagine, Ed. Lipa, (Roma 1995) y N. Misler, Pavel Florenskij. La prospettiva rovesciata e altri scritti, Ed. Gangemi, (Roma 2003).

[85] Para profundizar en la importancia de la estética para la teología, se puede ver el interesante libro de O. González de Cardedal, Cuatro poetas desde la otra ladera, Ed. Trotta, (Madrid 1997). Cfr. J. Levinson, (Ed.) The Oxford handbook of Aesthetics, Ed. Oxford Un. Press, (Oxford NY 2005) y R. Scruton, The Aesthetic Understanding. Essays in the Philosophy of Art and Culture, (London – New York – Methuen 1998).

[86]  P. Ricoeur, Historia y verdad, (Madrid 1990),  pp. 86-87.

[87]  Benedicto XVI, Encuentro con los representantes del mundo de la ciencia en Regensburg, L´Osservatore Romano 146, nº 212, 14 de septiembre de 2006, p. 6. (La traducción castellana es nuestra).

[88]  Cfr. Se puede desplegar esta idea con las originales reflexiones de: J. A. Marina, Dictamen sobre Dios, (Madrid 2001).

[89]  Como el reciente y nihilista libro de R. Rorty – G. Vattimo, El futuro de la religión. Solidaridad, caridad, ironía, Ed. Paidós, (Barcelona 2006).

[90]  Benedicto XVI, Homilía de la Vigilia Pascual, del  ocho de Abril de 2012.

[91]  Act 20,32.

[92]   Si el iniciado quiere ampliar información sobre el Corpus marceliano puede ver:

Extensa bibliografía de Marcel y sobre Marcel, año por año, con las respectivas traducciones: F. Blázquez, “Gabriel Marcel. Ensayo bibliográfico (1914-1972)”, Crisis 22 (1975) pp. 29-76; F. Lapointe, “Bibliography on Gabriel Marcel”, The Modern Schoolman 49 (1971) pp. 23-49.

P. Lain Entralgo, “La relación interpersonal en Gabriel Marcel”, en Teoría y realidad del otro, (Madrid 1988), pp. 261-276; Ch. Möeller, Literatura del siglo XX y cristianismo. Vol. IV, Ed. Gredos, (Madrid 1960), pp. 177-339; S. Plourde, Vocabulaire Philosophique de Gabriel Marcel, Ed. Du Cerf, (París 1985).
[93]  Benedicto XVI, Homilía de la Misa en Regensburg, L´Osservatore Romano, 146, nº 212 (2006) 14 de Septiembre, p. 5.

[94]  La cursiva no pertenece al texto original, pertenece al redactor. Queremos subrayar con ello esos bellísimos esponsales que acontecen entre la fe y la belleza creadora, entre la teología y la estética. El Espíritu Creador y la Razón creativa es Dios mismo, el mismo Dios ¡Bellísima idea de Benedicto XVI!


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