Cabalgar
la palabra sagrada
como fuente de la razón poética:
María Zambrano
Abdón Moreno García
Iglesia de España en ROMA.
Publicado en
Compostellanum 62 (2017) 257-278.
Hace años[1] escribió José Ángel Valente que María Zambrano había creado una teología de la palabra[2]. Sí, es verdad. E hizo literatura con alma y para el alma, tierna y vigorosa, saludable y rigurosa, para nuestro consumo, para soñar despiertos, para regresar a casa tras convivir con las conmovedoras páginas de sus libros. Su mundo literario, su pensamiento humanista, permanece ahí sólido como una roca; nos recuerda que la palabra inspirada, al emitirse-convenirse, es la raíz sagrada de nuestra conducta. Midamos pues las palabras pues ellas expresan nuestros acontecimientos[3].
El requiem por el dualismo entonado por esa
masa coral abierta y universal que no para de crecer, ha de ser visto como una
acción celebrativa y superadora, pues
estamos accediendo a nuevos estados antropoiéticos de comprensión de las
palabras y las cosas, de las acciones y los sucesos, de las palabras que accionan
la existencia de todo lo humano.
Qué temeridad
fue aquello de querer coger el mundo con las manos y jugar con él como si fuera
una pelota de trapo. El mundo no cabe ni
en nuestras manos, ni en nuestra mente; el mundo se nos ha escapado y ya no
podremos retenerle, Aprendamos de esa parte del mundo que es el mundo social,
de nosotros mismos, del mundo ordinario, de las construcciones
mentales-verbales sagradas de todos los lugares que nos han mejorado, de los
métodos de la madre naturaleza[4].
Dominar el mundo está fuera de las posibilidades del lenguaje. Conocerle es
mucho mejor y más posible."Nunca lo volvamos a olvidar: somos jinetes
cabalgando sobre la tormenta, polvo de estrellas"[5].
Y aprendamos de la historia cultural de la palabra sagrada, de la poesía, ya
que por mor de la postmodernidad tenemos la oportunidad de observar el pasado
como si de un momento cercano se tratara. Hoy más que nunca se hacen operativas
aquellas sabias palabras de V. Slovski[6]
"En el arte, las épocas chocan unas con otras".
1. La palabra sagrada
1. La palabra sagrada
Desde la Habana,
en 1955, J. Lezama Lima escribe a María Zambrano que está en Roma y le había
enviado su obra El hombre y lo divino: "Me
parece muy bien en la forma que asoma la eticidad trágica de su pensamiento... Se
ha liberado ud. del imperativo como norma de conducta, de la idea puritana del
deber, para encontrar la raíz sagrada de
la conducta"[7].
¿La raíz
sagrada? Sí, la palabra sagrada es la raíz liminar de la aventura humana.
Constituye los Grandes Textos, está en todas las literaturas, en todas las
culturas, dando sentido al cielo y operando en la tierra, marcando el amor e
impulsando el odio, produciendo la guerra y preparando la paz: la vida y la
muerte, construcciones metafóricas de la palabra activa y no imperativa que
exprimen una poética, un sueño, el del alma, labrado por nosotros: de ello nos
damos cuenta ahora[8]
cuando, en plena universalización de la palabra dialógica, consumimos casi
todas las manifestaciones planetarias de la palabra
sagrada.
Este pensamiento
de la palabra sagrada como acción operativa, fluye a lo largo y ancho de la
obra de Zambrano; pero es en su ensayo "Apuntes sobre el lenguaje sagrado
y las Artes"[9],
donde más y mejor sistematizó su idea acerca del poder mítico-metafísico de la palabra
que construye sueños reales, el mismo que nutrió su arte verbal.
La idea de la palabra sagrada como acción
operativa, fluye a lo largo y ancho del pensamiento de Mª. Zambrano. Esa
palabra sagrada con que siempre nos topamos cuando accedemos a las estancias
secretas de los grandes almacenes de la cultura planetaria, está en el origen
de la filosofía y en los mimbres de la religión y la poesía. La palabra
reverenciada que, tras ser creada alcanza una plenitud consentida, es la médula
de las disciplinas científico-sociales y humanísticas que pretenden comprender
el significado histórico de las múltiples formas de expresión del
comportamiento humano.
Toda experiencia
de pensamiento científico, de religación con la verdad, busca la palabra justa,
busca crear la palabra guía e iluminadora, la que abre la puerta de la verdad.
No olvidemos que el lexema verdad es, en la lengua sagrada del antiguo Egipto
"decir la palabra exacta con la voz justa"[10].
Pensemos pues en la religión: la acción ritual rinde culto a los lenguajes
sacros actuantes, a la palabra sagrada operativa, hacedora, socializante, en
lugar de que la sociedad se rinda culto a si misma como diría Durkheim[11].
Desplacemos la
mirada sin irnos de aquí. Hablemos de poesía. En su celebrado texto Hölderlin y la esencia de la poesía, Martin
Heidegger asevera que "la poesía es la instauración del ser con la
palabra"[12].
Pero ¿qué es lo que se instaura? se pregunta el filósofo alemán. Y se responde:
lo permanente, porque lo que permanece, nunca es creado por lo que es pasajero.
Lo pasajero es profanable; lo permanente, lo que queda, es el acto de nombramiento poético que aceptamos como
verdad adorable "porque somos históricos... somos un diálogo"[13]:
Hölderlin y Heidegger, un diálogo sagrado. Como María Zambrano y Lezama Lima.
Hagamos una
parada en la relación religión /poesía. Los poetas han instaurado el reino de
la palabra que permanece, han instaurado un mundo de palabras al que el ser
humano, el ser de todas las culturas, rendimos culto: sin ellas los sueños
serían sucesos innombrables, acciones perdidas, y la realidad niebla purpúrea.
La poesía anhela la palabra sagrada, la que permanece, la que reconocemos,
puesto que el poeta sabe nombrar lo que todos sentimos en silencio, "ese
momento plástico de la mente, cundo nos percatamos de la artificialidad de lo
que el sentido común percibe", dice Santayana[14].
Sea lo cotidiano y mundano, sea lo trascendente y misterioso, la acción poética
oficiada a través de la palabra inspirada, crea una situación alteradora del
mundo si ella, una vez traspasado el umbral de lo clásico, logra la condición
de palabra sagrada permanente. La Zambrano lo dijo mejor: "Fue la poesía
quien primero se enfrentó con ese mundo oculto de lo sagrado"[15].
A la postre,
conviene despojar a la palabra sagrada de su torsión típica, y dotarla de un
significado transcultural. Conviene no olvidar que la modernidad también tiene
sus sagradas escrituras. Ellas han alumbrado las diversas formas de creatividad
y espiritualidad laica, de la religiosidad civil hasta las creencias gnósticas
contemporáneas. Me parece sorprendente, por su contradicción interna, que el
hombre postmoderno resucite un alimento tan viejo como el gnosticismo para saciar su hambre de sentido existencial. Su
influjo en la imaginación simbólica moderna -aun sin saber su origen gnóstico[16]-,
en las formas de vida y en la creación cultural de nuestro tiempo, ha sido
extraordinario; y las propias artes han aumentado y enriquecido el background textual de la modernidad. Eso
explica la hondura de la Zambrano: Poesía es creación, la creación primera
humana, y es palabra inspirada... de ahí el carácter sagrado del poeta,
carácter imborrable en todas sus efigies de cualquier tiempo"[17].
El poeta dialoga
con el pensador, el artista, el músico, el arquitecto, el cineasta, el autor
teatral, el fotógrafo, el crítico y el investigador, el editor y el lector, con
todos los agentes cooperativos de la creatividad estética, con los diversos
mundos artísticos[18]
que hacen posible el conocimiento intersubjetivo. Sí, el poeta es el que sabe
nombrar la verdad de cada mundo y de cada uno.
Por otra parte
el lenguaje es acción, y en el mercado de las transacciones verbales[19],
el yo, el otro y el nosotros, son voces de una lógica interactiva interminable.
y porque es acción, y hace posible la operación referida, por esa razón es
acción simbólica[20].
De nuevo María:
"La
verdad operante, que lleva consigo al par que un conocimiento, una
transformación del que conoce, se expresa por símbolos necesariamente. y el
símbolo es también canon, porque ha de ser inalterable. Los símbolos son el
lenguaje de los misterios"[21].
2. El cuerpo del alma
la palabra está
dotada de una solemnidad venerable que, al ser consumida por nosotros, leída,
pensada, dialogada, soñada, logra ese grado encarnatorio humano divino, sagrado,
inconmensurable, mágico. Zambrano sacraliza la palabra empleando un método de
larga tradición y sublime eficacia expresiva: "Y se le ha dado al hombre
el más peligroso de los bienes, el lenguaje"[22].
La relación
sueño/palabra es la compañía lúcida que deseamos, es "el despertarse con
la palabra"[23];
lo dirá Zambrano en el sueño creador:
Existe
también la palabra dentro del soñar mismo, la palabra soñada, la palabra que
transita, como habiéndose escapado de algún lugar de donde la palabra rara vez
suele venir; de ese remoto silencio, fondo, horizonte, océano de silencio, de
donde llegan las palabras sueltas, solas, como sin dueño: las palabras que
visitan"[24].
Pero la capital
de la palabra es el alma. A mi modo de ver el libro más difícil de la Zambrano
es Claros del bosque, donde se mete
en la espesura del amor y del alma:
"El
que despierta con ella, con esta su alma que no es propiedad suya antes de usar
vista y oído, se despliega, al orientarse se abre sin salir de sí, deja la
guarida del sueño y del no-ser: ser y vida unidamente se orientan hacia allí
donde el alma les lleva. Renace. Y así el que se despierta con su alma nada
teme. Y cuando ella sale dejándole en abandono, conoce, si no se espanta algo,
algo de la vocación extática del alma. Ese vuelo al que ningún análisis
científico puede darle alcance"[25].
Necesitamos del
alma para respetarnos. y este no es asunto de índole multicultural, aunque
también. El s. XX, en el que crueldad y bienestar se citaron ha quedado atrás.
Toda la poética de la perdición está periclitada y pertenece a otro tiempo. De
cómo usamos el lenguaje y de cómo lo interpretamos según nuestra concepción del
mundo y sus contextos respectivos, se pueden derivar consecuencias terribles
que están detrás de la barbarie de ayer y de hoy; Bateson lo dijo mejor:
"Los católicos decían que el pan es
el cuerpo de Cristo y que el vino es
su sangre; y los protestantes preferían decir que el pan representa el cuerpo, y el vino representa la sangre. Esta
diferencia les parecía una diferencia por la que resultaba razonable quemar a
las personas, y razonable ser quemado"[26].
Toda esa
filosofía de lo trágico es típica de
la Zambrano, pero ella siempre intenta liberar la esperanza de su fatalidad
trágica, para hacer verdaderamente posible esa ciudad ausente que es la libertad misma dimanando del futuro e insistiendo
en el presente, atravesando los poros que la esperanza abre en la fatalidad a
través de la historia, de su dolor inacabable, de sus catastrofes, de su
tragedia que no parece tener fin. Es la irrenunciable ciudad de la libertad la
que imanta todo su pensamiento, como revisión de la misma fe humanista
occidental. Retrotraer esa fe a su esperanza es lo que mueve la anagnórisis que
este pensamiento propugna como tarea previa a toda política[27].
Una singular epistemología, y una no menos peculiar ontología, preceden a su
concepción de la historia y de la sociedad:
"Conocerse
sería poder ver los movimientos más íntimos, esenciales, y por ello mismo inconscientes, de nuestro
ser, sorprendernos en ellos; poder escribirlos y dirigirlos. El conocimiento de
las llamadas pasiones, sin duda, forma parte de ello. Mas bajo las pasiones,
otras pasiones más fundamentales se esconden, y debajo de todas: la pasión de ser. La larga pasión que al
hombre exige ser, declararse,
enunciarse, desde tan lejos como si no fuese suya: como si fuera la
prolongación de un Dios que lo creara para eso, para alcanzar ser, y logro semejante a él mismo".[28]
La pasión de ser forma la urdimbre sobre la
que se tejen las tragedias humanas y el peregrinar del homo viator, que se mueve siempre en medio de una dialéctica
encarnatoria por tratar de ser lo que es,
en este sentido ya hablaba Laín Entralgo del carácter gerundial del ser humano que está siempre tratando de ser.
Poemas como el que sigue, del gran Bergamín[29], aquel raro pájaro Pinto, como le llamaba Zambrano[30], forma parte de una era cultural regida por la pérdida:
Poemas como el que sigue, del gran Bergamín[29], aquel raro pájaro Pinto, como le llamaba Zambrano[30], forma parte de una era cultural regida por la pérdida:
Primero se pierde la vida
y luego se pierde la muerte
con todo el tiempo que se pierde.
Y cuando te encuentras perdido
del todo, en todo, y para siempre,
es cuando encuentras que, con todo,
lo mejor de todo es perderse.
Para Zambrano[31],
"La soledad es una conquista metafísica, porque nadie está solo, sino que
ha de hacer llegar la soledad dentro de sí, en momentos que es necesario para
nuestro crecimiento". La soledad nos junta, nos autoconstruye como
individuos; crecer, renacer, requiere sumirse en la experiencia interior,
solitaria, de la soledad. Pero la soledad de María no es una errancia aislada,
nadie es una isla, "Todo ver a otro es verse vivir en otro... sólo al
verme me veo en realidad, solo en el espejo de otra vida semejante a la mía
adquiero la certidumbre de mi realidad"[32].
Sin duda la experiencia de la otredad te cambia; ya lo dijo George Steiner:
"La otredad que entra en nosotros nos hace otros"[33].
3. La palabra escondida
El
sintagma palabra escondida está
tomada de Claros del bosque, una obra
publicada en 1977, y redactada durante el último tramo de un largo exilio. Esta
obra, quizás la más difícil y honda, es el más claro ejercicio de la razón poética que aboga por una forma de
racionalidad arraigada en la vida, en el que la pluralidad dispersa de la vida
se conjuga y transita a través de la palabra que le ofrece un cauce. "Al
modo de la semilla se esconde la palabra"[34],
y es función de la razón poética acogerla
y hacerla germinar.
En
la relación de Zambrano con las palabras se muestra el trabajo de un
complicado, pero también unitario y coherente, trayecto intelectual. Y es que
"el hombre mientras se pueda llamar tal, es un animal que persigue el
conocimiento creador"[35],
y por ello necesita de la palabra en la que "al modo de la semilla"
germina el pensar generador de posibilidades y sentido. Se trata de un trabajo
ligado esencialmente a la comunicación: "la palabra es ese extraño ser que
existe en cuanto se da"[36],
que, como el pan, "alcanza la plenitud de su ser dándose"[37],
y es capaz, por lo tanto, de crear por sí misma el espacio de intercambio y
circulación que precisa.
Seguimos
de cerca ahora a la catedrática de filosofía, de Barcelona, Carmen Revilla[38],
que dirige el Seminario Internacional Mª
Zambrano, y la revista Aurora.
3.1. Tejer y elaborar un texto.
No
ha pasado inadvertida la importancia de reflexionar sobre la analogía entre la
elaboración de un texto y el trabajo de tejer:
"En
realidad la elaboración de un texto siempre se ha pensado como trabajo de
tejido de signos. Éste constituye un auténtico topos, debido al hecho de que el
texto comparte con el tejido la propiedad de ser un entramado (trenza, trama, tejido), y constituir así una textura,
esto es, un ajuste reciproco de elementos, una red relacional, una
estructura"[39].
Las
metáforas del tejido sugiere la idea de que el hilar y el tejer son análogos al
trabajo mismo del pensamiento que crea su imagen fuera de sí, y se trasforma en
el tejido mismo en el que se encierra y se define[40].
El Texto, pues, en el que el pensamiento se forja y objetiva, evidencia su
tejido, dejando ver los hilos que lo componen, así como sus nudos y sus vacíos:
"Hilos,
nudos, vacíos: de estos tres elementos se compone una red, la red del pescador
y la red de los pensamientos. La red de los pensamientos está hecha de hilos de
pensamiento producidos con la técnica de la araña, de nudos en los que los
pensamientos se combinan y se sueldan, y de vacíos de pensamiento, cuando un
recuerdo escapa, una palabra falta, una noción deja de salirnos al encuentro o
la inspiración disminuye"[41].
La
necesidad de la vida marca su escritura misma, ya que "Lo que diferencia a
los géneros literario unos de otros, es la necesidad de la vida que les ha dado
origen. No se escribe, ciertamente, por necesidades literarias, sino por la
necesidad que la vida tiene de expresarse"[42].
Y todo ello porque "Lo que nace no puede dejar de ser, y encuentra en su
propia necesidad sus formas originales"[43].
Es una escritora en función, nos dirá, "no de lo que he hecho, no de lo
que he sido, sino de aquello que no he podido dejar de ser, aquello que aún
queriendo no he podido dejar de ser"[44].
El amor a la vida y la fidelidad a la lengua vienen a ser los hilos que
sostienen la trama de su filosofía, con los que se teje su concepción de la
realidad, y el lugar que en ella corresponde al ser humano:
"Los
géneros literarios parecen crecer a medida que la filosofía se aparta de la
vida, ya alejándose de ella, ya confundiéndose. Es que la vida necesita
revelarse, expresarse. Si la razón se aleja demasiado, la deja abandonada; si
llega a tomar sus caracteres, la asfixia. Pues se trata de encontrar el punto
de contacto entre la vida y la verdad. Y este punto de contacto se encuentra
por una operación de la misma vida, algo que tiene lugar dentro de ella. La
vida tiene que transformarse, abriéndose a la verdad, aunque solamente sea para
sostenerla, para aceptarla antes de su conocimiento, conocimiento por otra
parte imposible en su totalidad"[45].
El
profesor Zamboni ha sabido captar, recientemente, lo fascinante de lo sagrado y
lo divino en la Zambrano:
"María
Zambrano escribe en A modo de
autobiografía que la filosofía es trasformación de lo sagrado en lo divino.
Lo sagrado es para ella la participación en la vida, en su inmediatez, la
implicación mimética, por tanto, en algo que atrae, pero es al mismo tiempo
hermético, es decir, carente de palabra. Hacer filosofía ha sido para ella
buscar la palabra que revela y comunica lo sagrado sin traicionarlo, dejándolo
como misterio, a través de la articulación de la palabra que revela en un
movimiento infinito. lo divino es lo que proporciona la posibilidad de este
movimiento infinito, condición para una continua y fluida metamorfosis"[46].
En
el desarrollo de esta intensa preocupación por la vida y la palabra, cuyo
diseño encierra la música del vaivén que acompaña al tejer, son los tiempos
múltiples que el pensar va trabando[47],
son los núcleos problemáticos que toda obra contiene, en los que los hilos de
su urdimbre se anudan a otras hebras:
"Mas
la vida necesita de la palabra; si bastase con vivir no se pensaría, si se
piensa es porque la vida necesita la palabra, la palabra que sea su espejo, la
palabra que la aclare, la palabra que la potencie, que la eleve y que declare
al par su fracaso, porque se trata de una cosa humana, y lo humano de por sí es
al mismo tiempo gloria y fracaso"[48].
3.2. La razón poética.
Si
hay un rasgo que define e identifica sus escritos es, sin duda, su compromiso
con la vida, un compromiso que se plasma en actitud de aceptación, de confianza
en lo que se nos da, y percepción de lo que ahí germina. En la conciencia de
esta particular necesidad de la vida se sustenta un pensamiento vitalmente
comprometido con lo que es y lo que puede ser, cuya labor consiste en desplegar una forma de
racionalidad que trabaja con las palabras en las que se articula[49].
La
racionalidad que la Zambrano[50],
más que teorizar, pone en juego es, como se sabe, poética. Sobre los riesgos que implica el uso y abuso de la noción
de razón poética[51]
como clave de su interpretación se ha advertido reiteradamente[52]:
"La razón poética se trata de un icono en el que María Zambrano ha
quedado prisionera...que ha llevado con demasiada frecuencia a leer sus textos
a partir de esa etiqueta que se le ha superpuesto, tendiendo a colocar su obra
... en un vago e indiferenciado, aunque sugerente y seductor, ámbito de lo
poético o de lo artístico. Ello ha impedido captar toda su importancia y
racionalidad respecto a la misma tradición filosófica, con la que, por otra
parte, mantiene un continuo e intenso diálogo; y ver también hasta qué punto
esta misma razón poética es simultáneamente
una razón práctica"[53].
En la fidelidad al lugar de
emergencia de la experiencia y la palabra, es posible observar la conexión con Claros del bosque, el texto en el que se
adentra con más intensidad en este espacio que tópicamente se considera
fundacional, de lo que se ha dado en llamar razón
poética[54]
que es al par metafísica y religiosa, que es reflejo de la vida de la infinitud
en la infinitud/finita que es la vida humana, y que la verdad precisa para
manifestarse[55]:
"Y
ésta (la razón poética) no es la
antropología negativa, la antropología del silencio, sino la del hombre como
palabra insuficiente, como palabra en el tiempo, palabra en la que la melodía,
si no es humilde y verdadera, es ardid y trampa, externa conexión o barullo,
aborto y no nacimiento; es el reconocimiento de esta insuficiencia el primer
paso hacia una teología del Logos,
que es la palabra dicha para que ella, la palabra, a sí misma se entienda...una teología que
buscará las formas del Logos y las formas de la continuidad. La pluralidad y
diversidad de las formas del Logos permitirá sentir la continuidad asombrosa e
inverosímil.[56]"
La
carga mental que refleja este texto de la Zambrano casi nos aturde, porque nos
sumerge en las profundidades de la infinitud donde la verdad necesita un gran
vacío, un recio silencio donde aposentarse. La finitud humana se siente
radicalmente sumergida en una atracción pascual que la transporta desde el
atrio de los gentiles hasta el altar
mayor de la palabra sagrada que, a su vez, salvándola y sanándola la recrea
como finitud infinita. Esta vocación
divina, (Razón poética, que es al par
metafísica y religiosa), nos invita a pasar del atrio al altar mayor, nos llama
a abandonar el barullo de las capillas laterales para llegar al altar mayor a
ofrecer el sacrificio de unos nuevos esponsales; deja de ser ardid y trampa,
para convertirse en un injerto[57],
en una comunión de vida con el Logos eterno. Y es que la finitud de los hijos de Adán, con su pena y su gloria, está
llamada a la infinitud. eterna de la vida divina; así se diviniza, se
transfigura, se transforma y se salva. No es saldo escaso.
Esta
llamada a la infinitud la explicó Unamuno desde otra óptica, desde el
"deseo de ser mas", usando una metáfora dificil de igualar en
literatura, no sólo por su originalidad, sino por la carga existencial que
conlleva: "una jaula contra cuyos barrotes da en sus revuelos el
alma"; él lo dijo mejor:
Y
¿qué es lo que el hombre quiere ser en el secreto fondo de sus deseos y quereres
cotidianos?. Que Unamuno conteste por todos los hijos de Adán: "El
universo visible, el que es hijo del instinto de conservación, me viene
estrecho, es una jaula que me resulta
chica, y contra cuyos barrotes da en sus revuelos mi alma; fáltame en él aire
que respirar. Más, más y cada vez más; quiero ser yo y, sin dejar de serlo, ser
además los otros, adentrarme en la totalidad de las cosas visibles e
invisibles, extenderme a lo ilimitado del espacio y prolongarme en lo inacabado
del tiempo. De no serlo todo y por siempre es como si no fuera, y por lo menos
ser todo yo, y serlo para siempre jamás. Y ser todo yo, es ser todos los demás.
¡O todo o nada!"[58].
Necesitamos
acudir al lenguaje de los grandes pensadores para enriquecer lo que queremos
decir sobre la finitud ante la gracia. De nuevo María nos sorprende y nos
agranda la perspectiva: “La categoría nuclear de esta metafísica experimental
es la nada, como experiencia de finitud, de límite histórico y humano, y como
fuerza que da impulso a la actividad creadora del hombre cuyo fundamento es, en
opinión de Zambrano, la fe, la esperanza, y el amor, es decir, el creer, el
crear y el querer. Así pues, la filosofía de la crisis se vuelve para Zambrano
filosofía de la esperanza, pues ésta es la fuerza irracional que, no sabiendo
lo que pide, lleva al hombre a disentir de la historia, a negarla y
trascenderla. Paradójicamente, la esperanza como negación de ser, sostiene y
defiende a Zambrano contra el nihilismo”[59].
No
se trata de una religión intimista e insolidaria, un ser-con-Dios
individualista sino de “ser hijo, mas no en soledad. La vuelta hacia el
Padre es recuperación del ser original y originario y de la comunidad
perdida con todas las criaturas; el entendimiento perfecto con lo viviente y lo
no viviente, el que los seres naturales, bestias, constelaciones y la misma
madre tierra –tan huraña- y sus frutos no se nos aparezcan encerrados como
máscara ambigua, como si todo lo viviente estuviera disfrazado y nos enviara
signos en demanda de un reconocimiento; como si nosotros mismos también
anduviéramos errantes, desconocidos aún para nosotros mismos”.[60]
La discípula de Ortega y de Zubiri, busca una metafísica
auroral que trasciende toda
circunstancia: “Ante la crisis personal e histórica que padeció a raíz de su
exilio, la respuesta filosófica zambraniana no sería, como se ha venido
afirmando, la recuperación de la metafísica sino más bien, dicho con palabras
de la autora, la creación de una metafísica experimental o auroral de carácter
procesual, dinámico e incipiente, pues esa metafísica se iba haciendo en su
caso a partir de la hermenéusis del vivir y del sentir, el no- ser que ese
vivir conlleva. Con ese objetivo, Zambrano, desde un centro de vacío y ausencia,
apunta “más allá” de las circunstancias y de la historia, pues no se trataba
para ella de dar cuenta de esas circunstancias sino de trascenderlas. Nos
hallamos, pues, ante una metafísica poética, por así decirlo, que
simultáneamente es acción e intelección, ética y conocimiento de una verdad
recibida por revelación”[61].
Justo
en este punto, es donde se sitúa la superación de Ortega por parte de su
discípula. Zambrano llega mucho más lejos que Ortega en el trascenderse de las
circunstancias. Desde el conocimiento de una verdad recibida por revelación es
más fácil trascender toda
circunstancia.
4. La indigencia del hombre moderno
Dice
Zambrano que el hombre hace muy poco que cuenta su historia sin contar con los
dioses, pues en otros tiempos lo divino formaba parte intima de la vida humana.
No ha habido hasta ahora ninguna cultura sin Dios, pero el hombre actual quiere
pensar al margen de él. Así dirá René Guénon del hombre moderno:
"La
civilización moderna emerge en la historia como una verdadera anomalía: es la única,
de todas las conocidas hasta la fecha, que se ha desarrollado en un sentido
puramente material; la única asimismo que no se apoya en un principio de orden
superior."[62]
Estamos inmersos en un tiempo de
inquietud y de falta de creencias, dirá Zambrano; en una época irreligiosa y a
la vez poblada de religiones extrañas[63].
Y es que, en verdad:
"Al fallarnos las creencias lo que nos
falla es la realidad misma que se nos adentra a través de ellas. La vida se nos
vacía de sentido, y el mundo y la realidad se deslizan, se hacen fantasmas de
si mismas. Por eso estamos solos, es una soledad sin igual."[64]
Nos inundan hoy en día teorías que
rechazan la trascendencia humana, que
reducen al hombre a lo inmanente[65].
Nos hemos quedado sin los principios que nos hacían estar por encima de la
naturaleza. Como consecuencia el hombre se ha quedado solo y esta soledad le ha
sumido en una profunda crisis:
"La
crisis muestra las entrañas de la vida humana, el desamparo del hombre que se
ha quedado sin asidero, sin punto de referencia, de una vida que no fluye hacia
meta alguna y que no encuentra justificación"[66].
María cree que la razón ha seguido
un camino equivocado. Desde que la
filosofía dejó de ser "camino de vida", y se dejó arrastrar por la
máxima "la razón lo penetra todo", ha ido degenerando hasta
convertirse en una razón absoluta, esclava del pragmatismo y la utilidad.
En el s. XIX la razón se pondrá al
servicio de la ciencia, y todo lo que no pueda ser reducido a fórmulas será
rechazado. El alma también. El hombre quedará convertido en un ente de razón. A
lo divino se le cerrarán las puertas, y pasará a ser un "viejo
obstáculo". Por el contrario, la honda raíz de Zambrano es precisamente la
salvación del hombre, y para ello hay que superar el racionalismo y recomponer
de nuevo al hombre con aquello que le falta: "Ser hombre, cobrar
existencia humana, consiste en el adentrarse del alma en el hombre, y con ella
el amor"[67].
Se hace necesario para nuestra autora que el hombre recupere esa razón perdida
y aplastada por el racionalismo: "Hoy, bajo su equivoco esplendor, el
hombre vuelve a ser la cuestión, criatura errante que parece haber perdido su
puesto en el cosmos ha de reencontrar la
razón que le haga asequible su propia vida"[68].
El hombre necesita recuperar un
saber que mire lo más íntimo, que acaricie sus propias entrañas. Y esa mirada
profunda es la que descubre que "hay algo en la vida humana insobornable
ante cualquier ensueño de la razón: ese fondo último de humano vivir que se
llaman las entrañas y que son la sede del padecer"[69].
Es el momento para liberarse de esta dictadura racionalista, a la que se ha
llegado por la embriaguez de la razón:
"Cuando se llega a la
embriaguez del delirio se hace necesario despertar, volver a despertar. El
despertar de la filosofía fue primeramente entrar en razón. Mas, cuando la
razón se ha embriagado, el despertar es entrar e realidad; tal vez sea por el
momento hacer memoria, hacer historia, recoger de las tribulaciones la
experiencia"[70].
Esta razón renovada, recuperada,
reclama un lenguaje nuevo, o mejor, ese lenguaje perdido de los símbolos, de
las metáforas, de los sueños, de la poesía, pues para Zambrano "los
símbolos son el lenguaje de los misterios"[71].
Se ha perdido la capacidad para ver la unidad que existe en el universo. Esto ha hecho al hombre
actuar por parcelas, sin ver la vinculación que tienen unas cosas con otras,
pues "Una de las incapacidades del hombre moderno es la de haber perdido
de vista la unidad última del universo, donde solo ve cosas inanimadas o
materia informe que en gracia a su razón llegan a tener un orden y un
sentido"[72].
Si hay algo fundamental en el
pensamiento de Zambrano es el ansia de restaurar la auténtica intelectualidad,
retomando a la tradición, y recobrando aquello que hemos perdido. Con ello
conseguiríamos invertir este proceso de desdivinización al que estamos
asistiendo, y evitar así el que el mundo moderno termine en una catástrofe.
Pues el hombre en su abandono y desamparo actual "Se llena de miedo, se hace
presa del pánico. Y lo peor del miedo es que da miedo; entre hombres mutuamente
aterrorizados la catástrofe es inevitable, según con tanta evidencia estamos
viendo"[73].
Nos dominan hoy unos dioses extraños, la desconfianza, el individualismo, el
utilitarismo. Sólo creemos en lo que vemos, y como dijo Zubiri: "Puede ser
que lo mejor de nuestra intelección no tenga ese carácter visual"[74].
Al
terminar el Sínodo de la Palabra[75]
que ha reunido la voz de los cinco continentes en torno al misterio salvífico
de la Palabra de Dios, resuena de nuevo la voz del Espíritu que nos recuerda
una y otra vez: ¡Volved a la Palabra, volved a la casa de la Palabra, volved a
la casa del Padre, volved a mi casa! Ayuno de Palabra, el hombre bracea por las
esquinas de la historia al ritmo que le marcan las voces de su existencia. Como
pródigo eterno vuelve una y mil veces a la
casa de la Palabra para desentrañar su sentido y para entenderse a sí mismo,
para convertir la voz de la vida en Palabra.
Algo
así me ha pasado a mí; por ello con asaz gratitud debía levantar acta de un
largo camino de treinta años (1984-2014) al servicio de su casa. Servir en esa
casa, la de la Palabra, es con mucho lo mejor que me ha pasado en mi vida.
Aunque, con frecuencia, ese servicio azurumbado se haya reducido a la misión
del aya que espabila la badila para atizar el brasero de la casa.
La
casa, en este caso, estuvo en Badajoz, en Roma y en Santiago de Compostela, con
cientos de alumnos que compartieron conmigo la fascinante tarea de buscar el
rostro de la Palabra. Vaya desde aquí un agradecimiento más que cordial a mis
alumnos, a los que son y a los que fueron, porque con ellos y por ellos
crecieron estas ideas y, sin duda alguna, crecí yo también por causa de ellos.
5.1. Encuentro personal con la Palabra
La
amistad con la Palabra va creciendo a
base de encuentros interpersonales, cara a cara, donde lector y texto se miran
a los ojos con nobleza y transparencia.
Como
pródigos eternos volvemos una y otra vez a la casa del Padre, a la casa de la
Palabra para escuchar los cinco verbos que mejor describen el corazón del
Padre: lo vio, se conmovió, echó a correr,
le echó los brazos al cuello y se lo comía a besos (Lc 15, 20)[76].
Aquí se encierra el gran misterio del encuentro del hombre con la Palabra
eterna, cuando abre su corazón para acoger los besos de la Palabra, y se deja
abrazar por ella, cuando su libertad le deja vivir la experiencia de su abrazo.
¡Es el estilo y las maneras de Dios para quién vuelve a su casa! El mejor
vestido, el anillo, las sandalias en los pies, el novillo cebado y una gran
fiesta: ése es el ajuar del encuentro[77].
A estas alturas, así me siento yo, como un pródigo abrazado por la Palabra que escucha música de fiesta en la casa del Padre y contempla el ternero sobre la mesa de la vida. De ahí el título y el icono del Hijo Pródigo sobre la portada de este libro: es historia y augurio, es promesa y método para mi existencia histórica: ¡Volver, volver sin cesar a la casa del Padre, allí está el hogar de la Palabra! Ahí está la libertad suprema. Se da pacíficamente por convenido que quien tiene casa tiene libertad, al menos según la ley romana. Eso nos explica que el hijo es verdaderamente libre en su casa, en la casa de su Padre.
A estas alturas, así me siento yo, como un pródigo abrazado por la Palabra que escucha música de fiesta en la casa del Padre y contempla el ternero sobre la mesa de la vida. De ahí el título y el icono del Hijo Pródigo sobre la portada de este libro: es historia y augurio, es promesa y método para mi existencia histórica: ¡Volver, volver sin cesar a la casa del Padre, allí está el hogar de la Palabra! Ahí está la libertad suprema. Se da pacíficamente por convenido que quien tiene casa tiene libertad, al menos según la ley romana. Eso nos explica que el hijo es verdaderamente libre en su casa, en la casa de su Padre.
La
Palabra tiene en lo humano su manida y no dejará de tenerla nunca. Por ello, me
sé de corazón y de alma cuán pedregoso es el camino que nos lleva al manadero
de la casa de la Palabra, camino siempre cercenado por mis ayeres, y en los que
cada texto ronea posando sus labios sobre mi frente de invierno, cuando no nos
da la espalda de manera sucesiva.
Cuando
el texto sana y cura, ilumina y transfigura la fragilidad de lo humano, es la
hora de la belleza y del señorío del Verbo que me aclara a mí mismo y me hace
entenderme. Porque he sido creado en el Verbo y soy recreado por él, en esa
Palabra me entiendo y me desvelo en lo más profundo de mi mismo, de mi
debilidad y mi fuerza, del miedo y la esperanza. Y es que cada manantial se
embellece con sus legamos. Cada uno a su guisa. Como diría Lope de Vega: ¿Qué importa nacer laurel y ser humilde caña?[78]
Hemos
dicho belleza y señorío del Verbo, con ello quiero pedir cita al ideal griego
de lo bello indisolublemente maridado con lo bueno[79],
que se convirtió en el principio clásico: nulla
aesthetica sine ethica. En nuestros
días, Wittgenstein proclamó la misma idea en el aforismo 6421 de su famoso Tractatus: “Ethik and Ästetik sind
Eins”. La belleza del texto nos hace mejores, nos hace buenos; y la bondad de
sus páginas nos transfigura, nos hace más bellos. Es una ley irrenunciable. De
ahí, el fascinante poder transfigurador de la Palabra, cuando se produce la amistad entre el texto y el lector,
cuando la Palabra invita a responder y el lector lo hace con la oración de su
vida. No es baladí recordar aquí al Concilio Vaticano II cuando recomienda que
“Cada cristiano debe adquirir una familiaridad orante con la Sagrada Escritura”[80].
Recuerdo
con gozo una tertulia, en Roma en el Biblicum,
con el Card. Martini, el 23 de mayo de 2002, que resume mejor lo dicho hasta
ahora. Explicó tres pasos fundamentales de su relación con la Sagrada
Escritura: a) Esta página habla de mí, es
un espejo donde me entiendo a mí mismo. Así pues, reconozco algo de mí en David
y Jeremías, en Job o Qohelet, en Pedro o en Pablo, en el Joven rico o en la
Samaritana; b) esta página me habla a mí,
me interpela, me llama, me grita, me consuela, me conforta, me sana y me salva;
c) está página me invita a responder:
responder con diálogo que es oración, porque Aquél que me habla es Alguien a
quien yo puedo tratar familiarmente[81].
5.2. Universalidad de la Palabra
Con
ojo avizor yo quiero cantar hasta morir romero. Y es que soñaría con León
Felipe que sean todos los pueblos y todos los huertos nuestros: Sensibles a todo viento / y bajo todos los
cielos; / poetas, nunca cantemos / la vida de un mismo pueblo / ni la flor de
un solo huerto. / Que sean todos los pueblos / y todos los huertos nuestros. La
voz del poeta insiste en la universalidad acendrada de los pueblos y los textos
y en la misión del poeta de prestarle la voz. Qué bien nos viene a los lectores
de la Biblia recordar que cada vez que hacemos un canon en el canon, y cantamos
la flor de un solo texto, reducimos a paisaje otoñal la primavera del huerto.
¡Cuántos pueblos y cuantos textos han dejado su huella en la Sacra Pagina!
Atender a su alegre sinfonía, y prestarle voz a todos ellos, no sería sino
entrar en la perspectiva justa de su comprensión y su universalidad. Admirar
esa inmensa corriente magmática que procede del misterio del Canon, de su inmensa belleza y complejidad, que pasa
de los reyes, profetas y los sabios de Israel hasta el NT, y respetar y acoger in corde eclesiae su misterioso
dinamismo de literatura sagrada, deberían concitarse en el lavorío del lector
de la Biblia.
He
dicho universalidad; y lo digo en dos direcciones complementarias. La una,
dimana de la propia complejidad interna del texto bíblico que tiene mil años de
historia. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, cuánto pueblo y cuánta lengua,
cuánta guerra y cuánta bonanza, cuánto miedo y cuánta esperanza. La otra,
proviene de la diversidad cultural de los lectores con su propio universo
ideogramático y simbólico. Mis años de profesor de Biblia en Roma, tuvieron que
vérselas con alumnos de más de sesenta nacionalidades, cada uno de su padre y
de su madre, -expresión coloquial que refleja las raíces culturales de una
persona-, y algo sé de la enorme dificultad que supone hacer inteligible dos
universos culturales diversos. ¡Ya me dirán qué tiene que ver un coreano con un
extremeño, o un japonés con un alemán!
5.3. El alfar de la exégesis
Hoy
es lugar común sostener que el lenguaje condiciona las ideas, que el
pensamiento de cualquier cultura sólo puede darse en forma de palabras, dentro
de la gramática de una lengua determinada. Cuánto sudor se llevan las
gramáticas de las lenguas orientales para vislumbrar sus culturas[82].
Viene ahora a mi memoria la conocida afirmación de Nietzsche: “Oh, la
gramática, esa vieja zorra engañadora. Pienso que mientras exista la gramática
seguirá habiendo Dioses”.
La
ley de la encarnación del Verbo somete a la Palabra a una debilidad y a una kénosis que le es, particularmente,
propia, al someterse ella misma a la fragilidad del lenguaje y a la pluralidad
de culturas, tradiciones y traducciones. ¡Qué débil y qué humana se hace la
Palabra al pasar por tantas manos, qué kénosis
más honda, como si su destino fuera pasar
de mano en mano!
Los
textos son musa, duende y alfar para el biblista. Van pasando –como diría
D´Ors− de la anécdota a la categoría a través del ángel. ¡Cuánto de alfar
tienen las largas horas de la exégesis hasta que llega el ángel! Pero el duende
entrañable que lleva dentro el texto, recompensa con creces la aventura apasionante de amasar sus versos.
El abrazo tierno con que paga la verdad de la Palabra alfarera a los que buscan
desinteresadamente sus ojos, hace gritar al lector: ¡Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas![83]
Cuando
bien conmigo pienso, la Palabra viene a ser la urdimbre recia sobre la que
tejen mis hilanderas. Que me deje el lector hacer una trenza con los estudios
de mis colegas para aprender antes, tejer después y juzgarlos muy luego.
5.4. El misterio de la vida del texto
Antes
que nada, la vida del texto es un misterio
que se nos escapa de las manos, que nos sobrepasa con creces. Para unos
espuela, para otros medicina; para éstos sosiego, para aquellos desconcierto;
para unos luz, para otros cruz; para aquellos transfiguración, para éstos
purificación. Se trata, simplemente, de la infinita poliedricidad del corazón
del texto habitado por el Espíritu.
Como
un ciego que tiene un pájaro entre sus manos… siente sus latidos, le oye
respirar, comprueba cómo se estiran sus músculos porque quiere salir en
libertad; sufre incluso algún picotazo, acaricia el terciopelo de su plumaje,
pero a la sazón no disfruta de sus colores. Pero este ciego quiere ver… ¡a
través del tacto, del oído, del olor, aunque se le escape el color! Es otra
forma de mirar y de ver. Mira con los oídos, ve con el tacto, y le duele hasta
el aliento por escuchar los ojos de su pájaro. ¡Qué dislate que un ciego
insista en ver los ojos de su pájaro!
Algo
así le sucede al lector que recibe y percibe la vida del texto, su calor y
movimiento, su palpitar, sus músculos…, y a la sazón no atisba a verlo del
todo, y ha de mantenerse con esfuerzo en el alfar de la vida con los ojos de la
fe, mientras reza con esperanza con el ciego del evangelio: ¡Señor, que vea! (¡Domine, ut videam! Lc 18, 41). A la postre: pródigo de la casa de
la Palabra.
El
lector modela y adapta el texto sagrado a la vida, por eso le da cuerda, y lo aviva como una llama que le ha sido confiada y
regalada, bien consciente de que el misterio del texto nos sobrepasa siempre,
porque nos sobreabunda el Espíritu que lo habita. No es saldo escaso ¡El texto
es la casa del Espíritu Santo!
La
vuelta a la Sagrada Escritura, el retorno a la casa de la Palabra, puede
ocasionar al Pueblo de Dios un auténtico renacimiento interior. Ello nos debe
llevar a desempolvar nuestras Biblias, y hacerlas pasar del mueble bar a la
mesilla de noche. La Biblia debe ser el libro de cabecera de cada cristiano
porque ella es lámpara para nuestros pasos en el camino de la vida.
¡Que
la Madre del Verbo encarnado nos lleve de la mano a la casa de la Palabra
sagrada, a la casa de la luz y del amor!
Abdón
Moreno
[1] Vaya este ensayo como homenaje a la Dei Verbum del Concilio Vaticano II,
cuando se cumplen hoy, 18 de noviembre de 2015, los 50 años de su promulgación.
[2] J.A. VALENTE, "Del conocimiento pasivo o
saber de quietud", Los Cuadernos del
Norte (Oviedo). 8 (1981) pp. 6-8.
Cfr. J. DÍAZ LÓPEZ,
"De la palabra sagrada como acción operativa", en María Zambrano: La visión más transparente, BENEYTO,
J.M. -GONZÁLEZ, J. (Eds.), Ed. Trotta, Madrid 2004, pp. 135-146.
[3] G. DELEUZE, Lógica del sentido, Barcelona 1989, pp. 188-189.
[4] B. FULLER, An autobiographical monologue/scenario, St.
Martin Press, New Yrk 1980, p. 146.
[5] J. DÍAZ LÓPEZ, "De la palabra sagrada
como acción operativa", en María
Zambrano: La visión más transparente, J.M. BENEYTO, -J. GONZÁLEZ, (Eds.), Ed. Trotta, Madrid 2004, p. 146.
Sigo de cerca al profesor de la Univ. de Cantabria, Javier Díaz, con su
original conferencia antes citada, en el Congreso del Centenario de Zambrano
(1904-1991), que realizó con un castellano muy elegante. Sólo por eso vale la
pena leerlo.
[6] V. SLOVSKI, La
cuerda del arco, Ed. Planeta, Barcelona 1975, p. 328.
[7] Cartas
(1939-1976), Orígenes, Madrid 1979,
pp.. 74-75.
[8] Cfr.
nuestros ensayos: A. MORENO, "La
casa de la palabra", en Ibidem, Pródigo
de la Palabra, Ed. Indugrafic, Badajoz 2008, pp. 13-20; Idem,
“Palabra y palabras del VERBO: Un acercamiento entre Biblia y Teología
Fundamental”, Pax & Emerita 9
(2013) pp. 67-92; Idem, “Ecos
humanistas en la Estética de la recepción (Rezeptionsästhetik). Un
ejemplo bíblico (2Cor 12,1-10)”,
Pax & Emerita 11 (2015) pp. 343-369.
[9] Obras reunidas, Ed. Aguilar, Madrid 1971, p. 221-236.
[10] Ibidem, p. 227.
[9] Obras reunidas, Ed. Aguilar, Madrid 1971, p. 221-236.
[10] Ibidem, p. 227.
[11] E. DURKHEIM, Las formas elementales de la vida religiosa, Madrid 2003, p. 629.
Cfr. R. CAILLOIS, El
hombre y lo sagrado, México 1984.
[12] Arte y
poesía, FCE, México 1978, p. 137.
[13] Ibidem, p. 135.
[14] SANTAYANA, Interpretaciones de poesía y religión, Ed. Cátedra, Madrid 1993, p.
213.
[15] Mª. ZAMBRANO, El
hombre y lo divino, FCE, México 1973, p. 66.
[17] Ibidem, El
hombre y lo divino, p. 211.
[18] Empleo esta estructura conceptual, con Javier
Díaz, siguiendo la definición de H.S. BECKER, Worlds Art, University California Press, Berkeley1984.
[19] B. HERRSTEIN, Al margen del discurso, Ed. Visor, Madrid1993, p. 118.
[20] Sobre la concepción dramatística del lenguaje y la literatura como acción simbólica: K.
BURKE, Language as Symbolic Action. Essays
on life, Literature and method, University of California Press, Berkeley 1984, p.
63-80.
[21] El
hombre y lo divino, p. 111.
[22]
Palabra guía de Hölderlin que Heidegger interpreta, op.
cit. p. 129-133.
[23]
"El sueño creador", en Obras reunidas, op. cit. p.41. Cfr. M.
FOUCAULT, Las palabras y las cosas, ed. siglo XXI,
México 1978, p. 293.
[24]
"El sueño creador"... Ibidem, p. 41.
[25] Mª. ZAMBRANO, Claros del bosque, Ed. Seix Barral, Barcelona 1977, p. 32.
[26] G. BATESON, Una unidad sagrada, Ed. Gedisa, Barcelona 1993, p. 379.
[28] Mª. ZAMBRANO, Persona
y democracia, Ed. Anthropos, Barcelona 1987, p. 36.
[29] J. BERGAMIN, Esperando
la mano de nieve (1978-1981), ed. Turner, Madrid 1982, p. 54.
[30] Mª. ZAMBRANO, Mª., "José Bergamín", Camp de l´Arp, Barcelona 1979, 54.
[31] La
realidad y el deseo, Ed. FCE, Madrid 1979, p. 308.
[32] El
hombre y lo divino, p. 286.
[33] G. STEINER, Presencias reales, Ed. Destino, Barcelona 1991, p. 239.
[34] Mª. ZAMBRANO, Claros
del bosque, Ed. Seix Barral, Barcelona 1993, p. 93.
[35] Mª. ZAMBRANO, "La recreación", en Las palabras del regreso, Ed. M. Gómez
Blesa, Ed. Amarús, Salamanca 1995, p. 54.
[36] Mª. ZAMBRANO, "Un lugar de la palabra:
Segovia", en España, sueño y verdad,
Ed. Siruela, Madrid 1994, p. 151.
[37] Ibidem, p. 171.
[38] C. REVILLA, "La palabra escondida", en María Zambrano: La visión más transparente, J.M. BENEYTO, - J. GONZÁLEZ, (Eds.), Ed.
Trotta, Madrid 2004, pp. 117-133.
[39] F. RIGOTTI, Il filo del pensiero. Tessere, scrivere,
pensare, Ed. Il Mulino, Bologna 2002, p. 64.
[40] Ibidem, p. 65.
[41] Ibidem, p. 82.
[42] Mª. ZAMBRANO, La
confesión; género literario, Ed. Siruela, Madrid 1995, p. 25.
[43] "El cine como sueño", en Las palabras del regreso, p. 210.
[44] "A modo de autobiografía", Anthropos 70-71 (1987), 70.
[45] Mª. ZAMBRANO, La confesión; género literario, Ed. Siruela, Madrid 1995, pp.
31-32.
[46] Ch. ZAMBONI, "Fascino del sacro e mondo
immaginale", en Ibidem (Ed.), Maria
Zambrano in fedelta alla parola vivente, Congreso celebrado en Verona
(Marzo 2001), Ed. Alinea, Firenze 2002,
p. 87.
[47] Mª.L. MAILLARD, "Filosofía y poesía.
Armonización de dos lenguajes en la obra zambraniana", en J.L. MORA, - J.M.
MORENO, (Eds.), Pensamiento y palabra. En
recuerdo de María Zambrano (1904-1991), Ed. Junta Castilla y León,
Valladolid 2005, pp. 63-76.
[48] Mª. ZAMBRANO, "A modo de
autobiografía"op. cit. p. 69.
[49] J.L. ARANGUREN, "Filosofía y
poesía", en El pensamiento de María Zambrano. Papeles de Almagro, ED. Zero-Zyx,
Madrid 1983, pp. 113s. Véase también "Distancia y encuentro de María
Zambrano", Litoral , Málaga pp.
124-126.
[50] Mª.L. MAILLARD, "Filosofía y poesía. Armonización de dos
lenguajes en la obra de Mará Zambrano", en J.L. MORA, - J.M: MORENO, (Eds.), Pensamiento
y palabra. En recuerdo de María Zambrano (1904-1991), Ed. Junta Castilla y
León, Valladolid 2005.
[51] C. REVILLA, "El horizonte de la razón
poética: Aljibes de claridad y de silencio", en MORA, J. L. - MORENO, J.
M. (Eds.), Pensamiento y palabra. En
recuerdo de María Zambrano (1904-1991), Ed. Junta Castilla y León,
Valladolid 2005, pp. 185-196.
Cfr. M. NOGUEROLES, "María
Zambrano: Una filosofía de la salvación", en J. MORA, - J.M. MORENO,
(Eds.), Pensamiento y palabra. En
recuerdo de María Zambrano (1904-1991), Ed. Junta Castilla y León,
Valladolid 2005, pp. 507-518.
[52] C. REVILLA, "La palabra escondida",
en María Zambrano: La visión más
transparente, J.M. BENEYTO, - J. GONZÁLEZ, (Eds.), Ed. Trotta, Madrid 2004,
pp. 121-122.
[53] R. PREZZO, "Metafore alla lettera",
en Ch. ZAMBONI, (Ed.), Maria Zambrano, in
fedelta alla parola vivente, Ed. Akinea, Firenze2002, p. 35.
Cfr. M. GÓMEZ BLESA, "De lo
que no se puede hablar..." en Actas
del II Congreso Internacional sobre la vida y la obra de María Zambrano, Fundación
Mª Zambrano, Vélez-Málaga 1998, p. 315s.
[54] C. REVILLA, "El horizonte de la razón
poética", en MORA, J. L. - MORENO, J. M. (Eds.), Pensamiento y palabra. En recuerdo de María Zambrano (1904-1991), Ed.
Junta Castilla y León, Valladolid 2005, pp. 185-196.
[55] Mª. ZAMBRANO, "Por qué se escribe", en Hacia un saber del alma, p. 40: "La
verdad necesita de un gran vacío, de un silencio donde pueda aposentarse, sin
que ninguna otra presencia se entremezcle con la suya, desfigurándola".
[56] A. ANDREU, Cartas
de la Pièce , Ed. Univ. de Valencia 2002: Carta del 20 del enero de 1975,
anexo 9. Cfr. R. RIUS, "Poesía y filosofía, una alianza en María Zambrano,
Archipiélago 37 (1999) p. 63.
[57] Un injerto no es, jamás, una flor de plástico
colgada de un árbol, ni una caja en una habitación, y, mucho menos, una piedra
en una caja, sino que participa de una savia común que riega una misma vida;
tampoco es una abstracción simbólica y extrínseca alejada de la participación
en la misma vida, si así fuese, el bautismo no pasaría de ser una bella
pantomima, ¡pero pantomima!. Un injerto indica y explicita participación real
de la misma "sangre" y, por tanto, comunión de vida. Cfr.
Rom 6,5.
[58] M. UNAMUNO, Del sentimiento trágico de la vida, cap. III.
[59] A. BUNGAARD, Más allá de la filosofía. Sobre el pensamiento filosófico – místico de Maria Zambrano, Ed. Trotta, (Madrid 2000) p.466.
[60] Mª. ZAMBRANO, Hacia un saber sobre el alma, Madrid 1989, p. 291-292.
[59] A. BUNGAARD, Más allá de la filosofía. Sobre el pensamiento filosófico – místico de Maria Zambrano, Ed. Trotta, (Madrid 2000) p.466.
[60] Mª. ZAMBRANO, Hacia un saber sobre el alma, Madrid 1989, p. 291-292.
[61] A. BUNGAARD, Más allá de la filosofía. Sobre el
pensamiento filosófico – místico de Maria Zambrano, Ed. Trotta, Madrid
2000, p. 465.
[62] R. GUÉNON, Símbolos
fundamentales s de la ciencia sagrada. ED. Paidós, Barcelona 1995, p. 13.
[63] M. MARTÍN, "María Zambrano
entre la razón poética y el irracionalismo", en MORA, J. L. - MORENO, J. M. (Eds.), Pensamiento y palabra. En recuerdo de María
Zambrano (1904-1991), Ed. Junta Castilla y León, Valladolid 2005, pp.
473-484.
[64] Mª. ZAMBRANO, Hacia un
saber del alma, Ed. Alianza, Madrid 2001, p.104.
[65] M. NOGUEROLES, "María Zambrano: Una filosofía de la
salvación", en J.L. MORA, - J.M. MORENO, (Eds.), Pensamiento y palabra. En recuerdo de María Zambrano (1904-1991), Ed.
Junta Castilla y León, Valladolid 2005, pp. 507-518.
[66] Ibidem, p. 101.
[70] Mª. ZAMBRANO, Hacia un
saber sobre el alma, p. 121.
[73] Mª. ZAMBRANO, Hacia un
saber sobre el alma, p. 145.
[74] X. ZUBIRI, El hombre y Dios, Ed. Alianza,
Madrid 1994, p. 244.
[75] Cfr. nuestro ensayo sobre el Sínodo: MORENO,
Abdón, “Palabra y palabras del VERBO: Un acercamiento entre Biblia y Teología
Fundamental”, Pax & Emerita 9
(2013) pp. 67-92.
[76]
Los cinco verbos del texto original griego son: eíden autón… esplagxníszê…
dramôn… epépesen epí tón trájêlon… katefílêsen autón.
[77] Lc 15, 22-24: “Pero el Padre dijo a sus
siervos: Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano
y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y
celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la
vida; estaba perdido y ha sido hallado. Y comenzaron la fiesta”.
[78] LOPE DE VEGA, “Epístola a Amarilis”, en La Filomena,
J. M. Blecua (Ed.), Obras poéticas,
T. I, (Barcelona 1969) p. 811.
[79] Cfr. J.L. MORA, - J.M. MORENO, (Eds.), Pensamiento y palabra. En recuerdo de María
Zambrano (1904-1991), Ed. Junta Castilla y León, Valladolid 2005.
[80] Cap. VI de la Dei Verbum.
[81] Cfr. El texto completo de la tertulia con el
Card. Martini en la Web del Pontificio
Instituto Bíblico, bajo el epígrafe “Ex - alunni”.
[82] Cfr. nuestros
estudios: Abdón MORENO, "La casa
de la palabra", en Idem, Pródigo de
la Palabra, Ed. Indugrafic, Badajoz 2008, pp. 13-20; Idem, “Ecos humanistas en la Estética de la
recepción (Rezeptionsästhetik). Un ejemplo bíblico (2Cor 12,1-10)”, Pax & Emerita 11 (2015) pp.
343-369.
[83] Alusión al pasaje de la Transfiguración,
concretamente a Lc 9, 33.
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